En medio del complejo mundo que nos está tocando vivir, una de las heridas más profundas de la humanidad es sin duda el actual conflicto entre Israel y Palestina, que ha perdurado por más de un siglo y repercute de manera potente y compleja en todo el planeta.
Este conflicto, que se enmarca dentro del más amplio problema árabe-israelí, ha pasado por diversas fases, pero el sábado 7 de octubre de 2023, un ataque inesperado por parte del grupo militante palestino Hamás contra el sur de Israel marcó un nuevo punto álgido, considerado por muchos como el peor que ha sufrido Israel desde su creación en 1948.
El origen de este conflicto se remonta a principios del siglo XX, cuando la región, entonces bajo control del Imperio Otomano y luego del Mandato Británico, se convirtió en un punto de tensión entre la población judía y la árabe.
Con la creación del Estado de Israel en 1948, tras la resolución 181 de las Naciones Unidas que proponía la partición de Palestina en dos Estados, la tensión estalló en un conflicto abierto. Los palestinos, que no aceptaron el plan de partición, fueron desplazados en masa, un evento conocido como la Nakba o «catástrofe».
Desde entonces, la región ha sido escenario de guerras, levantamientos y negociaciones fallidas. La ocupación israelí de Cisjordania y Gaza tras la Guerra de los Seis Días en 1967, y la construcción de asentamientos en estos territorios, ha exacerbado aún más las tensiones.
Hamás, una organización política y militar palestina surgida en 1987, se ha convertido en uno de los actores principales en este conflicto, rechazando la existencia de Israel y utilizando tanto estrategias políticas como militares para avanzar su causa, incluidas acciones violentas contra civiles israelíes.
Volviendo al violento ataque de Hamás en octubre de 2023, que tomó por sorpresa a Israel, fue una demostración sangrienta de la capacidad de este grupo para desestabilizar la región.
En respuesta, Israel declaró la guerra, autorizando «acciones militares significativas» contra Hamás y otros grupos militantes en Gaza. Esta escalada ha llevado a una catástrofe humanitaria, con un bloqueo impuesto por Israel en Gaza, que ha dejado a más de 2 millones de personas sin acceso a alimentos, agua y otros servicios vitales.
La situación actual en Gaza y Cisjordania es calificada por muchos como “desesperante”. Las agencias de la ONU, con personal en su mayoría refugiados, están luchando por proporcionar ayuda humanitaria; pero los ataques aéreos han afectado incluso a las oficinas de la ONU en Gaza, complicando los esfuerzos para ayudar a la población civil afectada.
La respuesta de Israel, bajo el liderazgo del primer ministro Benjamin Netanyahu, ha sido contundente. Ha rechazado repetidamente la solución de los dos Estados, afirmando que no transigirá con el control de seguridad israelí sobre todo el territorio al oeste de Jordania, lo que prácticamente entierra cualquier posibilidad de un Estado palestino independiente.
Esta postura no es nueva, pero en el contexto actual, parece que la solución de los dos Estados, alguna vez vista como la única viable al conflicto, está más lejos que nunca de convertirse en realidad.
Regresando a la solución de los dos Estados, esta ha sido apoyada durante décadas por la comunidad internacional, incluidos Estados Unidos, la Unión Europea y muchos países árabes. El plan original, basado en las fronteras previas a 1967, propone la creación de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza, con Jerusalén Este como su capital.
Sin embargo, la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania y la negativa de Israel a ceder el control de seguridad, han convertido este plan en algo casi utópico.
En este punto, cabe la pregunta: ¿Hay alguna solución viable al conflicto? La realidad es que cualquier solución requerirá concesiones muy difíciles de ambas partes. Israel necesita negociar con la aspiración del pueblo palestino a la autodeterminación, y manejar los asentamientos que impiden la creación de un Estado palestino viable.
Por otro lado, los palestinos, especialmente aquellos bajo la influencia de Hamás, deben renunciar al uso de la violencia y aceptar la existencia de Israel como un Estado soberano.
El papel de la comunidad internacional es crucial. Es necesario un esfuerzo renovado para presionar a ambas partes a retomar las negociaciones, posiblemente bajo un nuevo marco que contemple medidas de seguridad para Israel y garantías de un Estado palestino independiente.
La única salida a este conflicto parece ser una solución que, aunque dolorosa para ambas partes, les permita coexistir en paz y seguridad. La alternativa es la perpetuación de un ciclo de violencia que solo traerá más sufrimiento y destrucción.