Así como es necesario que el ciudadano conozca sus derechos para exigir su cumplimiento y defenderlos -o sepa sus deberes para que los cumpla-, igualmente debe estar al tanto de los hechos o antecedentes históricos para que pueda opinar de manera certera, si fuera el caso; o no dejarse sorprender con informaciones falsas o tendenciosas que puedan colocarlo en bochornosas situaciones e, incluso, incurrir en acciones que no se corresponden con la verdad o con la realidad.
En esta oportunidad, me referiré a los orígenes del Estado de Israel y los motivos que llevaron a su fundación.
En 1453, el Imperio Otomano derribó al Imperio Romano de Oriente, o Imperio Bizantino, comenzando un período de gobierno que duró desde el siglo XIII hasta la segunda década del siglo XX, cuando colapsó luego de la Primera Guerra Mundial, dejando de ser una de las principales potencias coloniales de la época en el Medio Oriente.
Gran Bretaña, durante la Gran Guerra había hecho promesas a diferentes grupos étnicos y religiosos localizados en esos territorios, incluidos los árabes y los judíos y, a través de la Declaración Balfour de 1917, expresó su apoyo a la creación de un hogar nacional judío en Palestina, al tiempo que prometía apoyo a los árabes para su independencia y autodeterminación: Palestina, en la intersección de Asia, África y Europa, tenía una importancia estratégica significativa en términos de rutas comerciales y militares, lo que facilitaba al Imperio Británico mantener su influencia en el Mediterráneo Oriental y el Golfo Pérsico.
Debido a los conflictos generados aun bajo el dominio británico y a la presión de grupos afines a los intereses y deseos de árabes y de judíos, para 1947, las Naciones Unidas aprobó mayoritariamente la Resolución 181 de las Naciones Unidas, que ponía fin al Mandato Británico en Palestina y la división del territorio en dos Estados: uno árabe y otro judío.
El 14 de mayo de 1948, desde el Museo de Arte de Tel Aviv, el legendario primer ministro hebreo, David Ben Gurion, anunció la Declaración de Independencia del Estado de Israel. Aproximadamente 1800 años después de su expulsión de Palestina por Roma, como castigo a la gran revuelta judía del año 74 d.C., que terminó con el suicidio colectivo de los últimos combatientes judíos en la fortaleza de Masada, a orillas del mar Muerto, el pueblo hebreo tendría una patria.
A pocos días de la aprobación de la Resolución 181, la Liga Árabe, a través de su vocero Azzam Pachá, rechazó el Plan de partición de Palestina, alegando que implicaría una guerra contra los judíos, confirmando de esa manera la proclama difundida el mismo 14 de mayo de 1948 por el libanés Ahmed Shubeiri, que había llamado a la invasión militar de Israel para “eliminar el Estado hebreo”, y el 15 de mayo de 1948, la Universidad Islámica de El Cairo, la más prestigiosa de la religión musulmana, proclamó la guerra santa contra el sionismo, estableciendo la obligación religiosa de los musulmanes de luchar contra los judíos.
Aquella misma noche, el territorio del recién nacido Estado de Israel, con solo 758.700 habitantes judíos, fue penetrado por los ejércitos de Egipto, Siria, Líbano, Transjordania e Irak, iniciándose la primera de la serie de guerras que hasta nuestros días ha sufrido Israel en ese reiterado intento de los países árabes por lograr su desaparición, y hasta el exterminio de su población como quedó demostrado por el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023, que ocasionó más de 1.200 víctimas civiles, principalmente niños, mujeres y ancianos, y que mantiene la actual conflagración bélica.
No cabe duda de que la situación detrás de esta contienda entre Israel y sus vecinos árabes es compleja y versátil y que existen profundas divisiones ideológicas y religiosas, desde el antisemitismo a ultranza hasta intereses políticos, económicos y territoriales, por lo que las partes en conflicto y la comunidad internacional, en lugar de irracionales posiciones antijudías, como las demostraciones y protestas en los campus de prestigiosas universidades, deberían centrarse en encontrar soluciones justas, razonables y pacíficas.
Pese a todo ello, hay que tener presente que Israel concentra una historia de esperanza y determinación. Después de inmemoriales siglos de exilio y persecución, el pueblo judío encontró un hogar en una tierra que considera ancestral y, a pesar de los permanentes desafíos que enfrenta, continúa siendo un modelo de democracia y progreso en medio de un tumultuoso panorama regional.
En fin, recordar y comprender esta historia es fundamental para sentar las bases para un futuro de convivencia en la milenaria Palestina, y entender que únicamente a través del diálogo será posible que se imponga una solución pacífica.
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