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A menudo, para saber cuál es tu sitio, es suficiente con ver quiénes están en el alternativo. La colección de políticos españoles que, nada más confirmarse el ataque criminal de un grupo terrorista a la población civil de Israel se posicionó con Palestina, resuelve el dilema en el caso de que lo hubiera.

Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Ione Belarra, supongo que Otegi y Junqueras y esa parte del PSOE podemizada con Sánchez obviaron la terrible escena de hasta 5.000 misiles cayendo sobre ciudades judías y el asalto, secuestro y asesinato de ciudadanos corrientes que celebraban su día sagrado, para justificarlo todo en el evidente sufrimiento de Gaza y Cisjordania, dos de los peores lugares del mundo para nacer y vivir.

El debate sobre el expansionismo de Israel, sus consecuencias en Palestina e incluso la propia ubicación del país en un avispero islámico, por resolución de la ONU tras la shoah nazi y también quizá por situar una base occidental en la zona más caliente del planeta, es legítimo.

Pero con dos premisas: la primera es condenar esta especie de Pearl Harbor, que sorprendió al Gobierno de Netanyahu como lo hizo la aviación japonesa al de Roosevelt. Y la segunda asumir que, fuera cual fuese el origen de la fundación de Israel, allí ha florecido un Estado democrático, cabal, libre y necesario para que todos tengamos un centinela en un infierno fundamentalista expansivo.

Los palestinos sufren sin duda las represalias judías, pero ante todo el martirio de sus gobernantes y captores, una coalición de integristas, facciones, mafias y delincuentes que compiten con ellos y se alían con lo peor de cada casa vecina de Irán o el Líbano; en esa escalada yihadista que no aspira a convivir con Occidente, sino a fulminarlo en nombre de una delirante guerra santa.

Todos somos un poco Israel, o un mucho, porque quienes buscan su desaparición persiguen también la nuestra. Y eso es perfectamente compatible con empatizar con la población civil palestina, condenada a vivir estabulada entre bombas, radicales, miseria y violencia; más por la cosmovisión fundamentalista, incompatible con la convivencia pacífica con el distinto, que por el colonialismo judío, aunque éste provoque desperfectos.

Una diputada de Sumar del Congreso, de origen saharaui y por nombre Tesh Sidi, reaccionó con fervor a la salvajada de Hamás contra Israel que resume bien el tipo de izquierda reaccionaria instalada en España y en buena parte de Europa, antisemita hasta las trancas y unida, a su pesar, con uno de los estímulos fundacionales del nazismo.

«Con los pueblos y su derecho a la libre determinación. Hoy y siempre con Palestina. Habrá mucha manipulación mediática, «tweets» de 24 horas, pero muchas sabemos que las y los palestinos son asesinados día y noche y nadie condena eso».

La susodicha, que intenta ir de víctima por varias razones, todas ellas compatibles al parecer con tragar formar parte de un gobierno que ha regalado el Sáhara a Marruecos a cambio de 3.200 euros mensuales del Congreso, encarna bien la dificultad de la clase política zocata para distinguir el bien del mal, a la yihad de Israel, o a Batasuna del PP.

Siempre se posicionan con los malos, y siempre intentan pactar con ellos. Aunque desprecien el matiz que lo explica todo: en Israel se puede ser musulmán; en Irán no se puede ser judío. Como en España se puede ser independentista pero en Cataluña o el País Vasco cada vez sea más difícil ser constitucionalista. Somos israelíes todos en nuestra propia casa.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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