Hoy está de cumpleaños, no el esposo de Belén Lobo (su amadísima esposa y madre de sus tres críos) ni el padre de Boris (su hijo, célebre hombre de medios y reconocido escritor), sino mi querido amigo Don Rodolfo Izaguirre, la biblia del cine, el escritor y poeta, ensayista y analista sublime de nuestra realidad… ¡el príncipe de Santa Eduvigis!
El párrafo inicial encuentra base en las mismas palabras del cumpleañero, quien alguna vez afirmó: “al parecer he perdido mi identidad… antes era el esposo de Belén, afamada bailarina y gerente cultural… y luego el padre de Boris, la celebridad en que se ha convertido mi hijo y que todos conocemos”.
Y la verdad es que siempre ha tenido su propia identidad. Ocurre que Rodolfo también tiene y comparte un fino e inteligente sentido del humor (valga la redundancia), porque sabe que hay muchos motivos para reírse, hay muchos motivos para temer la zafiedad de un humor barato y hay muchos motivos para celebrar la inteligencia, la sonrisa, la imaginación y la sutileza de nuestras palabras.
Rodolfo Izaguirre, de apenas 91 años, es uno de los intelectuales venezolanos más queridos y admirados por su sólida trayectoria vinculada a movimientos culturales de variada naturaleza. Su nombre está ligado al buen cine, ¡qué duda cabe! pero también a su trabajo periodístico, la literatura y en la historia de la literatura contemporánea venezolana.
Conversar con Rodolfo siempre ha sido y será interesante, enriquecedor, sublime y desde luego, placentero al oído y a la imaginación. Porque como él bien dice, “soy un hombre de imágenes, así me expreso, con imágenes”.
Con el cine le ocurrió algo inesperado: ¡se hizo escritor! Para expresar con palabras a los lectores del diario o la revista su júbilo por la gloria visual de las películas de Akira Kurosawa, para poner un ejemplo. Dice haberse visto obligado a aprender y dominar el idioma, pulirlo, afinarlo y así se convirtió en escritor. Supo y pudo constatarlo que finalmente lo era cuando descubrió la misteriosa música que se oculta detrás de las palabras.
Yo que he tenido el privilegio de conocerlo desde los años ochenta del pasado siglo, puedo gloriarme de contar con su amistad, de su afable trato, de su afecto y también de su sabiduría cuando me ha señalado el camino a la hora de asumir un tema para mi labor de opinador. Él, el maestro Izaguirre, ha tenido la gentileza de honrarme prologando un poemario mío, incluso más, el privilegio tengo que haya sido él quien le puso título, cambiando entonces aquel que había pensado yo originalmente. Evidentemente, mi gratitud será infinita. “Seré la puerta de tu casa”
Hoy, ya juvenilmente nonagenario, añade un año más a su magnífica existencia. Ha vivido tres dictaduras, de lector empedernido se hizo escritor y ensayista, no solo para analizar y escudriñar en su labor como crítico de cine, sino también para darnos su visión cada domingo de lo que piensa sobre el acontecer del país venezolano.
Nos ha dicho que no se ha ido ni se irá del país, porque tiene unos helechos que cuidar. Magnífica metáfora para la reflexión necesaria sobre el país que necesitamos, pero sobre todo el país que nos necesita. Rodolfo, él, el mismo que pudo haber sido abogado de La Sorbona, pero que un hecho crucial y hasta divertido, si se quiere, torció su rumbo en una calle de París y fue a dar a la Cinemateca Francesa, nunca se imaginó entonces que dirigiría la venezolana por más de veinte años.
Se ha convertido en farol iluminador cada domingo, alumbrándonos con lo que nos dice, porque siempre tiene algo que decirnos para beneplácito de los lectores, para la esperanza del país que queremos andar junto a él, como queriendo alcanzar el sol.
No sé si tiene algún secreto para acumular tanta juventud, tanta brillantez… esa lucidez que nos arropa, enternece y también nos tambalea la conciencia de país. Hace algunos meses le pregunté por el país, su posible recuperación, a lo que me dijo:
“Hace al menos más de setenta años, le di una bofetada a un compañero de liceo y todavía hoy me arrepiento. Entendí que en lugar de la violencia navega por mis venas una sorprendente sensibilidad que acaricia las artes. Desde entonces vivo sumergido en la poesía, es decir, en la música, el cine, las artes plásticas, la literatura. Al hacerlo, fui acumulando conciencia del país que me vio nacer (1931) cuando acababa de morir Juan Vicente Gómez y de crecer noventa años a la sombra de dos tiranías militares: la de Marcos Pérez Jiménez y la de la actual pandilla de delincuentes bolivarianos y entre ambas, cuarenta años de vacilante alternabilidad democrática. Confirmé que soy una flor de loto porque al igual que ella nací en el pantano de un país esencialmente violento. No solamente yo. ¡Todos nosotros! Si hay un secreto que explique mi atolondrada «juventud» sería la de no tomar nada en serio”.
Este entrañable amigo está hoy de cumpleaños. Crítico, escritor, gerente, docente, conferencista de cine, entre otros desempeños vinculados al área cinematográfica, merece el reconocimiento por su gallardía, su espíritu ciudadano y su inquebrantable formación y naturaleza de hombre de la cultura.
El 30 de agosto pasado Rodolfo escribió en El Nacional: “La patria en mi propia sombra”. ¿Cuánto hay de oscuridad en esa frase? Le pregunté y Rodolfo me contestó:
“No hay oscuridad. La sombra es nuestra propia alma, una parte vital de uno mismo, nuestro alter Ego. Una extensión de nuestro cuerpo. Allí donde vayamos ella va; y con ella, el país que también somos. Y nosotros, los afligidos, los perseguidos por los desafueros militares somos la Luz que ofrece claridad cada vez que el país se hunde en la oscuridad y es entonces cuando la sombra reina iluminando mi espíritu y el tuyo.
Últimamente Rodolfo ha escrito –eso creo– verdaderos poemas largos, tratados socio-políticos, teñidos de historia, del consabido dominio del idioma, de imágenes impactantes, pero, sobre todo, de un dolor de país, sin abandonar la esperanza. El escritor sabe bien que nos hace falta, nos hace bien ese estremecimiento dominical de sus letras.
Él ha alcanzado a entender que sus artículos son la expresión política de un hombre de la cultura y no necesariamente de un político de profesión y mucho menos de un aprendiz. Es el venezolano admirable y preocupado que se esfuerza por mejorar cada vez más su escritura, su manera de decir con elegante mordacidad cosas que desagradan.
Aunque me ha dicho: “Quiero que no sean ellas las que estremezcan a los lectores dominicales sino la manera de decirlas. Vislumbré que la manera más eficaz de opinar políticamente es refiriendo pequeñas historias personales llenas de vida porque en ellas persiste algo del país que somos”.
Feliz cumpleaños, amigo.