OPINIÓN

Irán

por Fernando Luis Egaña Fernando Luis Egaña
Raisi

AFP

Irán es una gran nación. Una de las grandes naciones históricas del mundo. Pero la República Islámica de Irán, constituida en 1979-1980 con masivo apoyo popular, es férreamente controlada por el régimen teocrático de los ayatolás que no se avienen al concepto convencional de un Estado-nación, sino que se consideran como la vanguardia del Islam radical para el dominio del Medio Oriente, de mar a mar; es decir, del Mediterráneo al Índico.

Tal propósito existencial del poder teocrático iraní tiene como objetivo central la destrucción del Estado de Israel, o como es llamado en la jerga oficial: el ente sionista.

Para ello han desplegado la estrategia de los grupos terroristas, embanderados con la causa palestina, que rodean a Israel por casi todos sus flancos, y que atacan sin cesar al territorio israelí. Los llamados «proxis», establecidos al sur del Líbano, en la franja de Gaza, en Yemen, en Siria y en Irak. La causa de un Estado palestino que coexista con Israel, una causa de justicia, es anatema para la teocracia que controla a Irán.

Aquel masivo apoyo popular al ayatolá Khomeini, se ha erosionado con el paso de largos años, lo que ha hecho al régimen cada vez más represivo al interior del país. Hay un sistema de farsas electorales, y la oposición doméstica crece, incluso con apoyo de un sector de los voceros religiosos.

Son combatidos sin piedad y la Guardia Revolucionaria, el verdadero brazo armado de la cúpula que encabeza el líder supremo, Alí Jamenei, no tiene contemplaciones al respecto, ni dentro ni fuera de Irán.

Con cerca de 100 millones de habitantes, Irán no es un país depredado como Venezuela, sino que cuenta con ámbitos económicos vigorosos, comenzando por la industria petrolera. Lo que allá se denomina genéricamente como el bazar, o la actividad comercial de escala pequeña y generalizada, se mantiene y sustenta a la economía, en conjunto con medianas y grandes empresas. Los ayatolás del poder serán siniestros, pero no estúpidos.

La muerte accidental del presidente formal puede traer consecuencias en la nación iraní. Ojalá y así sea. Irán, insisto, es un gran país y merece un futuro distinto y bueno, como todas las naciones del mundo, que son oprimidas por los mandoneros del poder que no les importa la libertad de la voluntad social.