Quien piense que Estados Unidos tiene a la democracia de Venezuela y a la tiranía de Cuba entre las primeras prioridades de su política exterior no se equivoca. Ocurre, sin embargo, que existen contingencias que pueden muy rápidamente llamar su atención sobre otras áreas geográficas que, constituyendo igualmente prioridades estratégicas, se transforman en fuegos que hay que apagar con enorme premura.
Una de ellas es el ataque ocurrido en el mar de Omán contra tres navíos petroleros –uno noruego y dos japoneses– la pasada semana. La polvareda levantada por la declaración norteamericana que acusó a Irán de haber perpetrado ambos atentados, de nuevo ha prendido las alarmas sobre las realidades, la inseguridad y los peligros del golfo de Persia.
Los mercados petroleros se han mantenido dentro de una relativa calma a raíz del evento, pero el hecho, indefectiblemente va a desviar la atención de Washington hacia su archienemigo Irán. En enero Mike Pompeo generó grandes titulares en la prensa mundial cuando insistió, de viva voz, en revivir un viejo desencuentro con Teherán en torno a su carrera armamentista en el terreno de lo nuclear. A petición norteamericana la diplomacia de ambos países estaría pensando en activar conversaciones para poder salvar sus diferencias en un tema de gravitación planetaria. Hasta el presente, el jefe de gobierno iraní ha estado acusando a Estados Unidos de promover un cambio en la jefatura del Estado, pero Donald Trump aseguró, hace pocos días en Japón, que su interés no iba más allá de promover una nación libre de armas nucleares.
Hasta el presente Trump no ha sido capaz de mover a Hassan Rouhani en el sentido de comprometerse a desmontar su armamento nuclear. Sus importantes y determinantes sanciones en lo económico –Washington aspiraría a reducir a cero las exportaciones petroleras iraníes– lo que han conseguido es que la nación islámica se defienda con la amenaza de utilizar su capacidad de respuesta en contra de la primera potencia mundial.
En este álgido punto se encontraban las relaciones entre ambos países, cuando Japón tomó la decisión de actuar como mediador en el conflicto y cuando, según Estados Unidos, los iraníes se embarcaron en el ataque a los tanqueros petroleros, dos de ellos japoneses. Para terminar de sazonar el conflicto, el emisario de alto nivel japonés convenido con Donald Trump, el primer ministro Shinzo Abe, no fue recibido por el líder supremo Ali Khamenei
No cabe duda, pues, que en las semanas que vienen el ambiente en el golfo pudiera caldearse, obligando a Norteamérica a asumir una posición menos contemplativa y más agresiva que la de simplemente animarse a iniciar un diálogo con su contraparte. Lo que se espera, por ahora, es el reforzamiento de su presencia militar en la región dentro de un espíritu “estabilizador” de la agresividad iraní. Desde inicios de mayo ya el portaaviones Abraham Lincoln fue trasladado a las aguas adyacentes, así como una batería de bombarderos.
Así las cosas, en el Departamento de Estado la agenda en pro de la democracia venezolana se verá suplantada –parcialmente esperemos– por la atención que deberán prestar a sus tribulaciones nucleares.