Ni los empresarios colombianos invierten en Colombia ni los venezolanos en Venezuela. Tampoco las sociedades de terceros países se arriesgan a traer sus capitales ni a uno ni al otro lado del Arauca. La Inversión Extranjera Directa (IED) está detenida en ambos lados de la frontera y así va a permanecer durante muchas lunas. Peor que ello es que tampoco hay reinversión de las empresas que ya se encuentran insertas en la economía de ambos países, aquellas que en algún momento le apostaron a la bonanza que estos dos países prometían y que apenas logran mantener la cabeza fuera del agua. Se cuentan por decenas -¿centenas?- las sociedades que apenas sobreviven y las que tuvieron que cerrar sus puertas por el descalabro total del consumo o por la incapacidad de ser suficientemente productivas para poder arriesgarse a los mercados externos.
En Venezuela la asfixia ha sido deliberadamente provocada por el gobierno al favorecer la importación por sobre la producción local y abrirle las puertas de manera indiscriminada y sin aranceles a todos los productos que vienen de afuera a competir con ventaja con las industrias locales. En Colombia, las ansias tributarias del gobierno impiden que nuevos capitales le apuesten a una economía que a cada paso se torna mas restrictiva en el momento en que todos en el mundo abren las puertas y ofrecen estímulos a la inversión foránea. De hecho, la IED rompió la tendencia alcista en el país vecino y registró una caída en el año 2023, a pocos meses de la llegada de Gustavo Petro al poder. El sector más afectado de todos ha sido el de la inversión petrolera, la savia que alimenta de ingresos cuantiosos a los dos países.
En teoría, las condiciones estarían dadas para que un binomio de la talla del colombo-venezolano fuera atractivo para industrias dedicadas a la producción para el consumo doméstico. Su ubicación en los dos frentes del Atlántico y del Pacífico debería representar una ventana de oportunidad para ser explotada. Pero nada de eso está ocurriendo.
Ahora resulta que el gobierno de ambos países se ha propuesto hacer crecer las inversiones de cada uno en el otro país socio, con el loable pero inalcanzable objetivo de poner a crecer a las dos economías a través del beneficio de las economías de escala. Tarea heroica pero plausible si ambos regímenes estuvieran armando el entramado económico de progreso para que ello ocurra. Ya llevan las dos naciones hermanas una buena cantidad de meses tratando de armar un esquema de cooperación en inversiones que tiene buena pinta en el papel y en los principios, pero que resulta ser una descomunal quimera mientras el eje binacional no albergue un esquema propicio a la actividad económica productiva y mientras no exista de los dos lados un ambiente de respeto a los derechos de los individuos y de las empresas y donde no exista un mínimo de sindéresis económica en los planes de gobierno del madurismo y del petrismo.
Así que hay que celebrar que los dos presidentes le presten atención a lo que pudiera ser una alianza salidora. Ya lo fue en el pasado, pero el chavismo durante dos décadas y el petrismo desde hace dos años se las han agenciado para que de la relación bilateral apenas queden escombros. No es la coincidencia en los postulados radicales ni las ideologías “progre” lo que va a ayudar a fraguar una más beneficiosa relación, así se firmen tantos acuerdos como los que se quieran firmar.
Fomentar las inversiones entre los dos países y consolidar un instrumento jurídico que las regule y les brinde seguridad y protección es una tarea plausible, pero primero hay que poner la carne en el asador. Primero hay que generar confianza y eso es lo que a la hora actual falta.