Vivimos tiempos que no son nada sencillos, determinados por cambios rápidos, profundos, y hasta dramáticos, que contravienen los moldes que acomodaron (y desacomodaron) la vida humana durante el último tramo de su historia. Tales cambios se encuentran estrechamente relacionados con el ritmo y la orientación que asume el desarrollo tecno-científico e influye de manera cada vez más determinante en el trazado del perfil que asoma el mundo contemporáneo.
Asimov tiene razón
Sea cual sea el punto de vista desde el que se prefieran calibrar las transformaciones que vienen sucediendo, lo cierto es que asoman temas esenciales de índole muy variada, sin que aún tengamos las herramientas para identificarlos y comprenderlos cabalmente y, así, poder actuar sobre ellos con siquiera mediana eficacia. Los problemas con los que se tiene que lidiar son cada vez más complejos, poniendo en evidencia la dificultad de analizarlos y comprenderlos de manera simple, lineal y fragmentada, pues tienen un sinnúmero de causas y efectos interrelacionados. Nunca tuvo más razón Isaac Asimov: «La ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría».
Nada sobresale con más claridad, entonces, que la urgente necesidad de ir creando nuevos marcos de análisis para enfrentar las complicaciones que caracterizan al mundo que ya empezó a manifestarse. El intelectual francés Bruno Latour ha caracterizado las innovaciones tecnocientíficas como la proliferación de híbridos, es decir, de realizaciones que embrollan las divisiones esencialistas en un complejo entramado de ciencia, tecnología, política, economía, naturaleza, derecho, etcétera.
Hay, pues, que irle encontrando respuestas a las numerosas interrogantes que emergen, dando pie a dudas y dilemas, tanto morales como legales, acerca de temas tales como si los robots tienen derechos y responsabilidades, si se pueden clonar los seres humanos, si debería permitirse a un cyborg muy avanzado postularse para cargos políticos, si se puede patentar un gen, clonar animales o realizar implantes en el cerebro humano, si es moral la manipulación de la raza humana, si se debe autorizar la creación de «bebés de diseño», y así un menú interminable de asuntos que amenazan con sobrepasarnos y de los que no cabe desentenderse en ningún sitio del planeta porque los procesos de globalización establecen que casi todo pasa en todos lados
Sin embargo, afirma Latour, nuestra cultura intelectual no sabe cómo categorizar el entramado de los híbridos que la tecnociencia produce. Esto no es de extrañar, añade, pues para ello es preciso cruzar las líneas divisorias que separan la ciencia y la sociedad, la naturaleza y la cultura, las cuales se mantienen en la actualidad.
En 2015, la lista de «Objetivos de Desarrollo Sostenible» (ODS), adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas, identificó una serie de problemas globales que suponían desafíos directos en el ámbito de las humanidades y ciencias sociales. Si bien el conocimiento científico se mostraba clave para entender y atender estos problemas, la cooperación entre distintos campos de conocimiento aparecía ahora como una necesidad real. En otras palabras, la conceptualización de la ciencia no debe reducirse exclusivamente a lo que las comunidades de científicos pueden decir de ella. Deben incorporarse, además (cosa que ya está ocurriendo), las visiones que “desde fuera” se construyen sobre la ciencia (sus prácticas y sus agentes), lo que supone reevaluar la interacción entre ciencia y sociedad. Se impone, así pues, la trandisciplinariedad entre las distintas ciencias, vale decir, el entrecruzamiento de varias disciplinas (o fragmentos de ellas).
El asunto no es volver a la “normalidad”
En suma, es preciso un gran esfuerzo de comprensión intelectual que proporcione los códigos requeridos para descifrar los acontecimientos, así como los mapas que se precisan para desenvolverse con respecto a ellos, so pena de que el futuro nos agarre sin paraguas. La tarea pendiente es, entonces, imagina el porvenir, “conociendo los caminos que conducen al infierno”, según habría aconsejado Nicolás Maquiavelo. Y tal como están planteadas las cosas, el asunto depende no solo, pero sí en alto grado, de cómo orientar y organizar políticamente el desarrollo tecnocientífico con relación a las aspiraciones dirigidas a humanizar la sociedad desde lo local, pero en un entorno que es, a la vez, cada vez más global.
La pandemia, es opinión ampliamente compartida, puso al descubierto las costuras del modelo de desarrollo adoptado desde hace unas cuantas décadas. No hay mejor prueba de ello que el problema ambiental, que ha mostrado claramente, tanto la insustentabilidad de este modelo civilizatorio como su incapacidad, dentro de sus moldes, de encontrarle respuestas satisfactorias a largo plazo. También empieza a ser ampliamente compartida la idea de que al término de la pandemia, el propósito no puede ser volver a la “normalidad”, porque ella es el problema, no puede ser nuestro futuro.
Pareciera, entonces, que hay que inventar otro.