El alumbramiento de un nuevo conocimiento sacude con vigor a la humanidad y esta se agita y divide en fervorosos entusiastas o aguerridos resistentes: la ontológica lucha del hombre por avanzar y extender su conocimiento está plagada de escepticismo, fascinación y horror. En 1997 la clonación de la oveja Dolly trajo un aluvión de opiniones y posturas contradictorias en ámbitos distintos al científico: la fe, la religión, la ética y la economía fueron espacios allanados por este revolucionario suceso que impactó en la biología y, con especial énfasis, en la genética, alterando los conocimientos en estas materias como hasta entonces las habíamos conocido.
Gracias a los aportes del matemático inglés Alan Turing (1912-1954) entre las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX se originan los primeros ensayos de inteligencia artificial con el denominado Test de Turing, con el que las máquinas imitaban el comportamiento humano. Desde los años setenta se desarrollan sistemas capaces de procesar el lenguaje que inclusive podían jugar al ajedrez; en 1977 suscitó gran revuelo el enfrentamiento a tres partidas entre el gran maestro ajedrecista Bobby Fischer versus la computadora Greenblatt, resultando vencedor el estadounidense en todos los careos.
A partir de 1990 se materializa la expansión de la IA. La industria manufacturera, las finanzas y especialmente la medicina son asignaturas en las que su aplicación conquistó terreno y delineó un camino que hoy no solo es una realidad sino que marca nuestro futuro, teniendo a esta tecnología como principal condicionante. Un hecho significativo fue que, luego de casi veinte años, un nuevo campeón del ajedrez se enfrentó a una máquina: en 1996 el ruso Garry Kasparov se bate con Deep Blue; en esta histórica confrontación que se dirimió en seis lances, Kasparov venció en cuatro de los seis choques, mientras la computadora ganó dos veces. Un año más tarde se da la revancha y Deep Blue derrotó a Kasparov al ganar dos partidas, empatar tres y perder una, lo que se convirtió en un acontecimiento mediático que alimentó las teorías sobre un mundo en que el hombre podría se dominado por su invención.
En la actualidad, una abrumadora expansión de la Inteligencia artificial nos mueve a nuevas discusiones en los que el elemento humano se enfrenta a los alcances de su creación. La asombrosa capacidad lograda por la informática ha permitido un acelerado crecimiento de esta tecnología. Las posibilidades que están ya a la disposición de nosotros nos hacen figurar que los límites establecidos por la imaginación serán logrados en el breve y mediano plazo.
Si algo es distintivo de nuestra especie es el arte, desde el descubrimiento de las cuevas de Altamira, sabemos que el humano fue movido, desde tiempos prehistóricos por el deseo de plasmar la percepción de su materialidad y su identificación como objeto de transformación de la vida. El advenimiento de la IA ha puesto un acento en las artes, originando enérgicas discusiones. Su uso ha producido representaciones, textos y música únicas; millares de creadores están entrenando a esta herramienta para que cree partiendo de un estilo con el que se le ha programado, pero también ha demostrado una sorpresiva capacidad exploratoria que no se limita a los parámetros indicados, resultando en novedosas imágenes, sonidos y videos, estableciendo una reconstitución del hecho creativo que rivaliza con el legado de los artistas de la historia.
Para algunos el resultado de la IA es una genuina expresión artística que en sí misma está cimentando una reinterpretación y consciencia del ser humano; en el otro extremo se ubica la opinión de quienes objetan la capacidad artificial de generar arte por un sistema basado en una programación informática que induce a imitar la imaginación y la percepción cognitiva.
Enfrentamos un proceso que exige un análisis sobre nuestro carácter como especie para así establecer un protocolo hacia una comprensión existencial de lo que nos identifica como humanos. Las condiciones materiales determinan la relación del individuo con el universo, la instauración de la IA como principal expresión de nuestra voluntad es alarmante dado que en el futuro pudiera modelar una vida alterna para miles de millones de individuos que estarían sujetos a precarias condiciones materiales. Es posible que en el mañana para la inmensa mayoría de la población mundial la aspiración, la realización, la libertad y la felicidad estén suscritas exclusivamente a la construcción de una experiencia paliativa de las carencias y que se encuentre libre de obstáculos para lograr el desarrollo.
Por ahora pareciera que la IA va a desplazar al humano en una infinidad de oficios en los que la eficiencia, la rapidez y los costos la hacen una mejor alternativa. Basta un sencillo análisis para realizar interrogantes que, a pesar de presentar matices especulativos, son una incipiente amenaza. ¿Qué pasará cuando este conocimiento pueda expandirse a todos los procesos productivos? ¿Qué ocurrirá cuando 90 % de la población de la Tierra no tenga empleo?
El modelo económico imperante ha demostrado es que solo opera a favor de los intereses del sistema rentista global, estructura que antepone al mercado y a los dividendos por encima de la gente. No es descabellado vaticinar que en los próximos 100 años de cada 10 000 individuos solo 1 será indispensable. Quizás para muchos esta interpretación está lejana a la razón, pero otros ya han vislumbrado que el destino del Homo sapiens está condenado al otorgar su supervivencia a una entidad no humana, y mucho menos biológica, para la que acabaremos siendo prescindibles.
Entre las enseñanzas filosóficas de la escuela eleática se encuentra el principio de que las cosas son sensibles a una única sustancia inmutable: las cosas son esencialmente ser. Por lo tanto, el pensamiento es una propiedad innata del hombre; es por esto que el resultado o implementación de la inteligencia y la consecuencia de la creación es en sí misma una proyección de nosotros, es algo indivisible, y cualquier imitación de esta más allá de ser una aberración es una sentencia que fulmina la razón de nuestra existencia.
La precaución debería signar la relación que se establezca con la IA. No es prudente supeditar nuestras decisiones a favor de algo que carece del sentido propio de la vida. El paso del hombre por la Tierra aún es un breve espacio en la totalidad del tiempo y de nosotros depende que esta huella sea una impronta acorde a la capacidad de grandeza con la que estamos provistos al ser parte de la milagrosa creación universal.
@Eduardo Viloria