Las movie wars de principios del milenio, planteadas por Jonathan Rosenbaum, han sido superadas por las nuevas guerras declaradas en el mapa bélico del cine.
Tras la pandemia fuimos estudiados como cobayos en el laboratorio de la cuarentena, para implantar dos tendencias que se agudizaron en 2022 y que se prolongan en el año vigente. Las desglosaré a continuación.
De cómo nos piensan y modelan los algoritmos
Mi proyección no será una lista de bondades y virtudes del pasado reciente, por el contrario, buscaré leer el reverso distópico del mundo, de la ola que se ha sobrevenido en los últimos meses con la inteligencia artificial y el diseño técnico de las producciones, en perjuicio de la espontaneidad y la creatividad indómita del séptimo arte.
A propósito del tema, Avatar, el camino del agua, Wakanda Forever y Top Gun Maverick representan la primera zona de conflicto que deseo trazar, entre su impacto de taquilla y su instrumentalización de la big data.
Por razones metódicas, descarto Minions, Jurassic Park Dominion y Doctor Strange en el multiverso de la locura, porque sus apabullantes mecanismos de concentración pertenecen más a la época de los blockbusters de otrora, de los tanques del monopolio que ahogan a la oferta, desde el control global de la demanda, cual inundación cartelizada.
Lo que hace delicado y especial el caso de Avatar, el camino del agua, Wakanda Forever y Top Gun Maverick es su cínica reconstrucción de juguetes inocentes de la nostalgia, que esconden la depuración del superpower clásico de la meca, con los trucajes cibernéticos de última generación que deslumbran al personal, en una afirmación del patrón del circo y la barraca de feria del siglo XX.
No por casualidad, las tres son secuelas y pertenecen a una cultura replicante, que explota licencias y franquicias, con el acabado más cool y sexy que el dinero puede comprar.
Del grupo, Top Gun Maverick se enmarca en la protesta-cruzada de su productor, Tom Cruise, por generar un espectáculo de puro encumbramiento narcisista de su poder, demostrando la persistencia del star system ante la rebelión de las máquinas.
Pero no hablamos de un trabajo de la intimidad subjetiva y modesta, como lo pueden ser Close y Aftersun, más honestas en su idea de combatir a los gigantes con las armas de los pequeños y marginados, de los comanches de la periferia.
Top Gun Maverick, como Avatar, el camino del agua y Wakanda Forever, supone un simulacro perfecto de un efecto contracultural, de un gesto de irreverencia y provocación, que en realidad disfraza una operación de conquista del planeta, de colonización global, en función de resituar la operación Pentágono de la original, tres décadas después, bajo el influjo de la narrativa de los videojuegos, fuera de contexto y hasta inclusivos, para no ofender y abarcar a mayor audiencia.
Ante la ansiedad de la verdadera guerra injusta y cruel de Putin, Wakanda Forever, Top Gun Maverick y Avatar, el camino del agua proponen la compensación de unas victorias digitales y antisépticas, para toda la familia, cuyas arquitecturas faraónicas ocultan la derrota de la civilización y la inteligencia humana, para lograr defender la paz en el milenio.
Como en la depresión de los treinta, la crisis alimenta a una audiencia fundida, que básicamente fondea con sus tickets el rescate del theatrical. Pero poco queda más allá de la diversión con que se escapa del terror que sufre Ucrania.
La inteligencia artificial dirige, en el fondo, a las tres orquestas que más adormecieron en el año, como guerras que ya no se dirigen, sino que se traman en el espacio digital, para suplantar el dolor de los acontecimientos reales.
De ahí que no vengan solas, que su imagen de un Val Kilmer casi prístino que no coincide con el de su documental, que la posverdad de unos parques acuáticos que se preservan con una cascada informática, tengan su correlato en la sustitución de actores por Deep fakes como el de La Ballena, que es experimento para ganar el Oscar con un actor de aventura y comedia, rescatado melodramáticamente por una máscara digital de Jabba de Hut, que nos manipula con su emotividad mórbida, con su estrategia fatal de una obesidad suicida.
Es una de las transparencias del mal, de los crímenes perfectos de la era del retrovacío, digitado en reacción a las esperadas refracciones de los fanáticos en las redes sociales.
Lo dejo por aquí, para ir a lo siguiente.
Las batallas culturales, en lugar de las auténticas reivindicaciones
¿Y si tanta inclusividad es puro show demagógico de los gerentes del mercado audiovisual, de los comisarios y curadores de festivales, de creadores que nos duermen con un paisaje de representatividades y minorías que es una impostura, una apariencia de evolución que disimula el control de siempre, a cargo de un medio que finge cambios, para sobrevivir a su extinción, como en el Gatopardo?
No se dice mucho, pero uno de los fiascos del 2022, es el de forzar una guerra cultural en el cine mainstream, para activar discusiones de bots en Facebook y Twitter, con una radicalización ideológica, claramente incoada, para penetrar en nuestro subconsciente.
Si usted cree o considera que es de gratis, lo invito a que revise los protocolos y los resultados de diseñar la fantasía woke de un streaming que saca provecho de la integración o no de nuestras diferencias, en filmes y series que disneyfican los reclamos de la alteridad.
Por un lado, mencionar el backlash de Netflix y Warner-HBO, con su desangre de suscriptores, en medio de las críticas por la cancelación de sus series más rocambolescas en sus adaptaciones inclusivas.
Por igual, sumemos la caída de taquilla de una Disney, que sigue siendo rentable, pero que no genera el consenso de la Pixar de antes, habida cuenta de su mundo extraño, en el que no existen disensos o tensiones, que puedan ofender a la sociedad de cristal, que no es mito.
Vean que la propia infantilización y potabilidad de Spielberg en Fabelmans, más el Oscar de Coda, responden a un patrón de adoctrinamiento y educación para la esterilización del cine, despojándolo de cualquier cuestión irritante e incómoda que despierte el odio o la ira de la generación de relevo, acostumbrada a consumir contenidos safe, apegados a su control parental, a su censura e inquisición de la divergencia.
¿Nos mantienen discutiendo sobre issues culturales, para que no salgamos a protestar por la precariedad y la grosera destrucción de nuestra calidad de vida?
¿Es suficiente con el reconocimiento de los pronombres, para que se solucionen nuestras brechas económicas?
¿Por qué el cine poco dice de la democracia que hemos ido perdiendo, mientras exalta y exacerba el debate cultural?
Por ende, se agradece que se cuelen, en la temporada de premios, largometrajes más oscuros y renegados como Almas en pena, EO, Tár e incluso la destratada Triángulo de la tristeza, con todo y que es la paradójica asimilación, de un realizador fashion, del cine más satírico de Reino Unido, el de El sentido de la vida de los Monty Python.
En tal sentido, surgen otras batallas que se ganan de forma populista, como la de Argentina 1985, cuando en la práctica no contemplan las posteriores resacas y problemas que ha sufrido la justicia en el país de Darín, desde los noventa hasta el milenio. Como si la película de Mitre fuese un señuelo ideal, que la política invoca, a objeto de imaginar que las grietas de la Argentina han sido resueltas.
Frente a ello, invocar que ha resistido y emergido una auténtica contestación, en las provincias de España y Europa. De modo que el cine de Alcarrás y As Bestas, nos sacude con un regreso a la España de Buñuel y Berlanga, a la de Erice y Saura, sin el humor de Pedro que compensa. Una foto de las guerras intestinas que dividen autonomías y comunidades del mismo origen, por asuntos fronterizos, corporales y económicos.
O que lo mejor del mapa contemporáneo del cine, abriga un sector de disidencia que convierte el malestar en un arte retador y complejo, ambiguo y misterioso, como el de Pacifiction, Licorice Pizza y Nope.
La muerte de Godard, en 2022, debe interpretarse como el réquiem de una generación moderna, que renace en el ensayo y el documental reflexivo, así como en una ficción meta que se cuestiona su lugar en el futuro. Caso del barroquismo fallido de Babylon, de la carta de odio a Marilyn, y del adiós al lenguaje que conversamos en Internet, con motivo de la muerte del autor francés.
El cine reclama sus esencias matéricas y disruptivas, porque presiente la amenaza de la inteligencia artificial, que lo pretende transformar en mera especulación de poscine algorítmico o inclusivo, que maneja la publicidad corporativa, a su antojo.
Apostemos a que los humanos predominen, con sus historias, ante el ascenso de unos contenidos que se avizoran, como el producto engañoso de esperar una respuesta creativa y genuina de ChatGP.