“El líder en inteligencia artificial dominará el mundo”
Vladimir Putin
Aunque la propaganda siempre ha existido, y la manipulación y el engaño han estado siempre presentes en las relaciones de poder tanto a nivel de los Estados como en sus relaciones internacionales y de política exterior, con la llegada de esta nueva etapa de desarrollo tecnológico y de inteligencia artificial (IA) se ha transformado profundamente el panorama de la información y la propaganda, y ponen sobre el tapete temas éticos, de seguridad y regulatorios que antes no era necesario analizar.
Durante el período de la Guerra Fría, por ejemplo, conocido por la desinformación y por los mensajes destinados a influir en la opinión pública de uno u otro bloque (y al que tenemos acceso por la cantidad de documentación existente) no se cuestionaban los aspectos éticos o de seguridad puesto que la diseminación de la información, o de la propaganda, estaba plenamente justificada en motivaciones éticas y de seguridad relacionadas con la ideología, las formas de gobierno y la protección de los respectivos territorios y sus ciudadanos. Además, la información, así como la propaganda, se canalizaban fundamentalmente a través de los medios de comunicación, como la prensa, la radio, el cine y la televisión, y surgían de los propios Estados, a través de los gobiernos o los actores políticos.
En cambio, hoy en día, a pesar de que los mismos objetivos están presentes, no existen (al menos de manera explícita) razones que podrían justificar tales acciones más allá de agendas específicas de quienes promueven tales acciones. Al mismo tiempo, los métodos y herramientas utilizados para alcanzar esos objetivos han cambiado significativamente, como también han cambiado los actores que moldean la información, la escala, velocidad a la que se mueve la información o la propaganda, y el alcance y penetración que tienen.
En paralelo, o como consecuencia misma de los avances tecnológicos, en la medida en que crecen las noticias falsas y la desinformación, la importancia de los medios tradicionales se erosiona aún más, con lo cual, las posibles fuentes de información veraz van desapareciendo y dejando un vacío que se llena con más campañas globales, aumentando aún más la manipulación de la opinión pública.
Así, la desinformación ha pasado a ser una herramienta utilizada por trolls, hackers, terroristas, empresas, activistas, sociedad civil, partidos políticos, gobiernos o individuos por igual, y se puede dirigir a grandes masas o a grupos específicos con mensajes personalizados, de una manera sutil mucho más difícil de detectar, y, sobre todo, de comprobar, creando con frecuencia falsos consensos o situaciones de discordia, trayendo como consecuencia una ruptura del pacto social que permita una gobernabilidad medianamente eficaz y en definitiva, el socavamiento de las instituciones democráticas.
En particular, las dictaduras y autocracias utilizan herramientas de IA y tecnología para influir y controlar a sus ciudadanos. Con ello, impactan negativamente en el espacio cívico y los derechos humanos, por ejemplo, a través de la vigilancia, el hostigamiento, la discriminación o la represión, o desacreditar a sus oponentes y proyectar poder. También utilizan la IA para interferir con los procesos electorales tanto en el país como en el extranjero, y para crear narrativas que fragilicen tanto gobiernos extranjeros como temas globales, erosionando así también el consenso normativo en el que se basa la cooperación internacional con posiciones antagónicas y polarizantes, narrativas falaces que distorsionan los fundamentos mismos del sistema internacional a través de noticias falsas o campañas de desinformación específicas. Mientras, con frecuencia continúan confiando en la propaganda y los medios más tradicionales, como la televisión controlada por el estado en sus propios países. Un entorno en el que la información ya no sirve para la reflexión crítica y el debate, sino simplemente a magnificar y reforzar creencias y certezas prefabricadas por quienes controlan el poder, sólo sirve para que los regímenes autoritarios se consoliden.
En consecuencia, las nuevas tecnologías de la información, que ya empiezan a tener una autonomía e independencia con la que hasta ahora no contaban, se empiezan a comparar con «armas de destrucción masiva» por lo que no pocas voces han pedido que se aceleren las labores para su regulación, de manera de evitar que se continúe utilizando inadecuadamente para la desinformación, la propaganda, la incitación a la violencia, es decir, en definitiva, para la destrucción de sistemas políticos nacionales e internacionales, lo cual afectaría sin duda, la paz y la seguridad mundial. Regular la IA en este contexto es necesario para garantizar que se use de manera responsable y ética.
Sin embargo, hay quienes argumentan que regular la IA es inútil, ya que la tecnología está en constante evolución y adaptación. Se plantea tales intentos de regular la IA pueden ser ineficaces e incluso podrían sofocar la innovación y el progreso tecnológico. Además, algunos incluso plantean que regular la IA de esta manera podría infringir la libertad de expresión y usarse para suprimir el discurso político legítimo.
En última instancia, el debate sobre si y cómo regular la IA está en curso, y no hay respuestas fáciles, porque hasta ahora todavía, el uso indebido no es inherente a la IA específicamente, sino al ser humano. La IA tiene el potencial de ser una fuerza poderosa en la formación de la opinión pública, pero también en otras áreas como la salud, la educación, la protección del medio ambiente o la ayuda humanitaria. Se debe entonces considerar cuidadosamente las implicaciones éticas y sociales de su uso para promover su expansión y mayor desarrollo a la par que se promueve la responsabilidad legal de quienes desarrollen las tecnologías y quienes la utilicen.
Por lo tanto, que Estados Unidos, líder indiscutible en materia de IA, como en la UE y otros países occidentales como Canadá y Reino Unido, avancen en el tema de su regulación para garantizar la protección de los derechos humanos a la par que el desarrollo y crecimiento económico, es esperanzador. En ese sentido, la OCDE ha desarrollado directrices para la IA que promueven principios como la transparencia, la rendición de cuentas y la inclusión con miras a crear en el futuro un espacio de colaboración y cooperación internacional en materia de regulación y ética de la IA. Esto podría incluir el desarrollo de normas comunes y mejores prácticas, el intercambio de información y recursos, y la colaboración en investigación y desarrollo, que podría servir de base para eventualmente considerar un marco regulatorio único para todos los países.
Queda mucho por hacer a nivel de las legislaciones de los países, pero se hace necesario que se acelere el proceso, porque al igual que la imprenta de Gutemberg, la IA es una tecnología transversal que puede utilizarse en casi todos los sectores de la sociedad y supone un cambio de paradigma.
Y es un arma geopolítica.
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