Se ha dicho y con razón, que ya casi no hay partidos políticos en Venezuela. Al menos, en los términos sociológicos. Ni de masas, ni de cuadros, y tampoco convencionales o digitales. A lo sumo, una imitación del modelo de cuadros porque, nominalmente, existen directivos de los partidos en algunas de las entidades federales que no ejercen influencia social alguna. Estos directivos son, en muchos casos, desconocidos por la opinión pública; como, igualmente, lo es la propia dirección nacional de miembros absolutamente anónimos. Y, así como desmienten a un clásico como Mauricio Duverger, de igual manera, lo hacen con otro que ya lo es, como Giovanni Sartori, puesto que lanzar una constante mensajería por Twitter, Instagram o Facebook, no equivale a la llamada videopolítica que tanto lo atormentó.
Quizá un rasgo fundamental de todo partido que se aprecie está en la colegiación de sus decisiones. Nos referimos a las instancias de conducción en las que se supone hay deliberación y toma de decisiones con libertades de reivindicar la representación ejercida por la militancia de base e intermedia que se tiene o se dice tener. Ello, simplemente, no ocurre, porque –según lo que se vive– funcionan como roscas de supervivencia y clubes de fans. ¿Para qué inquietarnos por los elementos que conforman a todo partido, como lo es el liderazgo, el mensaje, la estructura y la organización? Ni siquiera teniendo una fracción parlamentaria o de concejales que, es lo presumido, impone responsabilidades públicas y da testimonio real y auténtico de lo que es, conceptualmente, un partido.
Dejemos de lado la tipología del partido de gobierno (PSUV) y el resto de las organizaciones que les son subsidiarias, porque el partido es solo Maduro Moros y sus camarillas y los que él quiera que lo adornen en la cúpula. Respecto a la oposición, algunos partidos, lo que se tiene por tales, gira alrededor de una figura internamente estelar que es capaz de generarles dividendos a sus más cercanos colaboradores, bien porque consiga y distribuya algunos recursos en el marco de la extrema supervivencia en la que estamos, o porque goce de algunas ventajas en el interinato de Guaidó. Por esos recursos políticos o crematísticos, obviamente, se forma una rosca con un barniz publicitario e ideológico. Y cuando no se tienen esos recursos, sino sólo liderazgo de opinión, en un país bajo extrema censura, agitadas enfermizamente las redes, llegamos al club de fans, es decir, de aquellos que persiguen absorber un poco del prestigio del líder. Aunque, en ambos, hay una plaga que atormentó e hizo escribir infinitamente a Lenin: la burocracia del partido.
Sea grande o modesto, el partido, de rosca o de fans, debe tener y tiene un mínimo de asalariados que hacen la faena diaria, técnicamente hablando. Se encargan de los asuntos electorales, mediáticos y de mover de vez en cuando a un número de personas para la puesta en escena del líder; o se encargan, por humiles que sean, de la sede. Por cierto, con una relación de trabajo irregular: si no funcionan, simplemente, los despiden sin que nadie diga absolutamente nada. Y de funcionar, saliendo barata la cosa, son los dirigentes políticos por excelencia, sin hacer el trabajo político necesario. Constituyen la mínima burocracia, los asalariados, que, por un lance, pueden candidatearse a una concejalía o una diputación. Incluso, cosa de la que poco se habla, en las parlamentarias del 2015, se colaron bastantes diputados que, sin un mérito político a cuestas, ganaron la curul porque, sencillamente, administraron las listas y se incluyeron, para rellenarlas, o los amigos de Caracas los metieron. Los resultados de la legislatura hablan por sí solos.
Puede concluirse, por una parte, que la sociología política en Venezuela está en deuda y, en estos últimos años, el cambio ha sido profundo y dramático en relación con los partidos políticos, por no hablar de sindicatos, gremios empresariales y profesionales. Por otra, hace falta en Venezuela, demasiado falta, una institucionalidad partidista que no se tiene en el gobierno ni en la oposición. Y, luego, por muy virtuosa que sean las incursiones en la red digital, no hay realidad virtual sin una realidad real a la cual responder.
Venezuela necesita de una institucionalidad política donde exista la deliberación real de los cuadros políticos, para que las decisiones que se tomen sean de esas deliberaciones y no las emitidas por una persona que ejerza el mandato dentro de un partido, en específico. Muchas veces hacemos adentro lo que tanto criticamos y adversamos del régimen o de los otros. Tenemos que aprender a insistir en lo que nos impulse a una democracia que nos ayude a resistir para resistir y emerger como un país moderno de libertades reales.
@freddyamarcano