Cuando hoy se oye hablar de inteligencia artificial (IA) puede advertirse una enorme y cada vez más extendida confusión acerca de lo que el primero de esos dos términos significa en el ámbito de la informática y de la ciencia en general, y, más importante aún, lo que implica en el contexto de la cotidianidad humana que se entreteje con la tecnología de la que es eje tal «inteligencia», o en otras palabras, de la vida de la mayor parte de las personas que conforman la sociedad global de este hasta hace poco lejano futuro devenido en distopía al que llamamos presente.
En efecto, casi parece aflorar corpórea la idea de la existencia de «máquinas» que piensan, como realidad que ya discurre, tanto en discursos de legos como en discusiones académicas o de expertos de diversas esferas dentro de los que, cual personajes de una fascinante obra de ciencia ficción, cobran vida Alexa, el buscador de Google, los traductores en línea, los bots y un sinfín de otras innovaciones que no son máquinas, por supuesto, sino los programas informáticos transformados en argamasa de una contemporaneidad que a menudo se toma por la virtualidad, o más bien, por la «digitalidad» hacia la que empuja la IA y de la que esta ha emergido, veloz y multiforme, para constituirse en la ubicua savia de la materia de la manufacturada realidad física desde la que observa el transcurrir de su creadora en un cosmos de bits.
Parte de la confusión tiene quizá su origen en la asimilación de la idea de IA a nociones de inteligencia humana muy incompletas que han permeado en el imaginario colectivo de un importante segmento de la sociedad global, como por ejemplo esa que la reduce a un simple conjunto de operaciones lógico-matemáticas supuestamente suficientes para entender la realidad; unas nociones desvinculadas de las disquisiciones filosóficas y científicas sobre la índole y el papel de la inteligencia dentro del complejo marco de la cognición —donde también concurren, por ejemplo, la razón y el entendimiento—, la relación de aquel con la mente y la propia naturaleza de esta, lo que en conjunto compone un feraz pero espinoso campo de estudio ubicado en el corazón mismo del reino de las preguntas más fundamentales del ser humano y en el que la cuestión del qué es inseparable de la del «dónde».
En virtud de tal asimilación se encuentran muy alejados aquella idea de IA y su significado en el ámbito de la ciencia y la tecnología. De hecho, si se consideran los tipos de operaciones propias de ella y comparables a las del Homo sapiens, según lo señalado en la definición de la expresión que incluye el Diccionario de la lengua española¹, sobre todo el aprendizaje y el razonamiento lógico, se pone inmediatamente de manifiesto que la auténtica IA no es todavía una completa realidad fáctica, sino más bien una de muchas posibilidades al «final» de un largo camino de creación humana que apenas se está empezando a recorrer, por cuanto los actuales programas informáticos no aprenden de la manera en que lo hace una persona ni son tampoco capaces de razonar.
Estos programas siguen siendo la suma de algoritmos o conjuntos finitos de instrucciones cuyo grado de complejidad puede en algunos casos generar la apariencia de racionalidad, como los que constituyen las redes neuronales artificiales que conducen al llamado aprendizaje profundo o reconocimiento de patrones, los cuales se van sumando en un «infinito» ciclo de automejora que no supone el desarrollo de capacidades características del aprendizaje humano en cuanto proceso reflexivo. De ahí, verbigracia, que la censura en redes sociales como Facebook o Instagram, o en sitios web como YouTube, sea objeto de fuertes críticas no solo por lo que en sí misma esta implica desde el punto de vista de las libertades fundamentales, sino por las selecciones de los materiales a excluir que llevan a cabo los programas diseñados para ello y que con cada vez más frecuencia convierten en blancos de esa censura a organizaciones defensoras de los derechos humanos, medios de comunicación o particulares que no infringen norma alguna, únicamente por el uso de expresiones, imágenes o sonidos que aquellos identifican como censurables por su aprendizaje basado en patrones, pero sin la mediación de un análisis contextual, de un examen atento y detenido, de una instancia consciente de discernimiento.
Para la creación de una inteligencia similar a la humana se tendría que dilucidar en primer lugar en qué consiste esta, lo que su vez plantearía interrogantes más importantes, desde la óptica del diseño de las estructuras artificiales necesarias para su emergencia, acerca de la esencia de aquello de lo que ella forma parte. Así, por ejemplo, si se sigue la línea aristotélica que une estos puntos y en la que el intelecto se considera como una suerte de «órgano» superior de un alma que, a su vez, conforma una unidad con el cuerpo, aun cuando su naturaleza, a diferencia de la de este, sea inmaterial e imperecedera², surge el escollo de una mente, «asiento» de la inteligencia, que se podría concebir a un tiempo como parte de la unidad que completa el cerebro y como lo perdurable de ella.
Dentro de este marco, de ser aceptado, cabría priorizar los esfuerzos que ayuden a los arquitectos de la IA a hallar alguna manera de reproducir las propiedades de una entidad inmaterial, de la que se desconoce su «tejido», en una «realidad» algorítmica cuyo sustrato físico, con el que conforma una unidad siendo algo diferente, no reproduce la compleja estructura del cerebro humano; algo que resultaría tan difícil como las investigaciones en los otros marcos derivados de la aceptación de la idea de la mente como «asiento» de lo intelectivo, ora que la concepción de ella se aproxime a las coordenadas de las posturas dualistas que van del autonomismo que la define como una entidad independiente y sin relación con el cuerpo al interaccionismo que la postula como una entidad separada pero en continua interacción con él a través del cerebro, ora que se acerque a las de las monistas que van del idealismo que ve la mente como fuente de toda realidad al materialismo emergentista que la concibe como un conjunto de procesos o funciones cerebrales que surgen como propiedad evolutiva³. Sin embargo, a juzgar por las tendencias tecnológicas de los últimos años en el campo de la IA⁴, buena parte de los esfuerzos investigativos y de innovación en este se están enfocando solo en el desarrollo de las mencionadas redes neuronales y de otro conjunto de tecnologías para el aprendizaje profundo, lo que hizo que entre 2013 y 2016 ambos grupos experimentasen en promedio los mayores crecimientos desde la perspectiva de las solicitudes de patentes, a saber, 46 % y 175 %, respectivamente.
Sea lo que fuere, lo que a primera vista luce como un mero ejercicio de especulación metafísica sin relevancia en la práctica dominada casi en su totalidad por la supuesta inteligencia de lo informático, constituye en realidad lo más sustantivo de lo obviado en la toma de las decisiones que le han venido dando forma a la dinámica de las interacciones entre lo que hoy se entiende de manera generaliza y vaga por IA, allende las fronteras de la ciencia, y las distintas facetas de la actividad humana, a tal punto que la errónea creencia de que ya es la primera comparable a la segunda, como consecuencia de la propia reducción de esta en el imaginario colectivo de las mayorías a algo mecánico y simple, está transformando rápidamente la IA en una especie de instancia última de juicio a cuyos actos se pretende supeditar la posibilidad del ejercicio de las libertades fundamentales.
La suspensión de la cuenta de Twitter de Javier Tarazona, un conocido defensor de los derechos humanos en Venezuela, pocas horas después de ser injustamente detenido como resultado de la irritación generada en el seno del dictatorial régimen chavista por su labor en favor de tales derechos, la remoción de Instagram de una inocua fotografía de Ricky Martin⁵, en la que aparece él dándole un beso a uno de sus hijos en la mejilla, y otros hechos similares que han concurrido, entre otras cosas, con la impune proliferación de mensajes en los que se promueve el terrorismo o el odio, o de materiales que celebran la violencia sexual o el totalitarismo, dan cuenta de la magnitud de aquel despropósito y de lo que representa como amenaza adicional a una libertad de por sí constreñida o acorralada en no pocos lugares del orbe; un peligro que acrecienta justamente el vacío que deja la incapacidad de la actual «inteligencia» de los algoritmos para hacer coherentes distinciones entre lo bueno, lo malo y las innumerables posibilidades que siguen alguna de esas dos direcciones en los «patrones» que reconoce, pues crea este un amplio margen para su manipulación con variados fines.
El segundo ejemplo ilustra bien lo anterior, ya que en ese caso no fue algún elemento de la publicación clasificable dentro de la estructura de datos acumulados por el correspondiente programa lo que desencadenó el proceso de su selección y exclusión, sino el patrón de la manifestación de un prejuicio, la homofobia, que sus algoritmos no pueden reconocer como tal. Después de todo, estos «ven» únicamente la «apariencia» del dato, no su significado, y es esta limitación, ni buena ni mala per se, la que le abre la puerta a la posibilidad de transmutar la muy limitada IA de hoy en instrumento que sirva a unos en detrimento de los intereses de otros.
De cualquier modo, la discusión en torno a ese y otros problemas suscitados por la IA está abierta y es en estos momentos de gran pertinencia, máxime por la incertidumbre que suscita la dificultad de siquiera vislumbrar su devenir en un contexto global de rampantes tensiones sociales y políticas, aunque es clara la necesidad de que constituya él la materialización de una realidad distinta a la del imperio de una «inteligencia» no humana erigida por la humanidad en su injusto juez e infame verdugo.
Notas
¹ REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA y ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Diccionario de la lengua española [en línea], 23.ª ed., vers. electr. 23.4. Madrid, [Espasa], 2014. Actualizada en diciembre de 2020 [consultada el 7 de julio de 2021]. Disponible en https://dle.rae.es
² ARISTÓTELES. Acerca del alma. Introducción, traducción y notas de Tomás CALVO MARTÍNEZ. Madrid, Gredos, [2000]. Biblioteca Básica Gredos, 34.
³ BUNGE, Mario. Diccionario de filosofía, 3.ª ed. México D. F., Siglo XXI, 2005.
⁴ WORLD INTELLECTUAL PROPERTY ORGANIZATION. WIPO technology trends 2019: artificial intelligence. Geneva, WIPO, 2019.
⁵ Ambos hechos acaecidos a principios de julio de 2021, de acuerdo con lo reseñado en cada caso por varios medios, entre ellos El Nacional.
@MiguelCardozoM
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