OPINIÓN

Inmigración árabe en América Latina

por Samir Azrak Samir Azrak

En América Latina, al igual que en otras partes del mundo, se evidencia la construcción de sociedades como resultado de procesos migratorios. A partir de la conquista, la influencia de españoles y esclavos africanos en los nativos indígenas originó estereotipos específicos de mestizaje. Ya en el siglo XIX y XX, algunos gobiernos latinoamericanos, en su deseo de construir sociedades modernas a partir de modelos europeos, aplicaron políticas favoreciendo la migración, sobre todo la de países occidentales. Sin embargo, y a pesar de ciertas restricciones, llegaron al continente inmigrantes de diferentes regiones del mundo, entre ellos del Lejano Oriente y el Medio Oriente.

Al estudiar los encuentros de las culturas, tanto europeas como asiáticas en Latinoamérica, se debe empezar indudablemente por el Cono Sur, específicamente en Argentina, donde se inició desde comienzos del siglo XIX la inmigración latinoamericana. Gracias a los convenios entre las naciones, principalmente con Italia y España, el puerto de Buenos Aires gozaba de actividad constante, buques y barcos de distintas banderas atracaban con cargas y pasajeros europeos. Esos individuos tenían como destino bien sea la ciudad o, en la mayoría de los casos, el interior del país. La hoy llamada “pampa húmeda” estaba al alcance de esos europeos, y además con los privilegios de créditos, semillas, herramientas, etc. y también la parcela que le esperaba para ser trabajada. (Roberto Mustafá Ale, La inmigración, los árabes y aspectos de su historia, cultura y civilización, Argentina, 2004).

La mayoría de los europeos que ingresaban a Argentina eran italianos del norte: piamonteses y lombardos; y del sur: napolitanos. Asimismo, de España, estos provenientes de todos los pueblos y regiones, rurales y  urbanas. Se esparcieron por todos los rincones de la nación llevados por los intereses económicos. Igualmente, pero en mucho menor cantidad, ingresaron a lo largo del siglo XIX otros europeos, tales como alemanes, ingleses, franceses e irlandeses.

A medida que avanzaba el siglo XIX  la inmigración europea era cada vez más numerosa, y en toda Europa, especialmente en Italia y España, se comentaba mucho del fenómeno América. Al llegar la noticia a Líbano y Siria, no tardó en aparecer la corriente migratoria, compuesta tanto por cristianos como por musulmanes, procedente de esos países y luego de Palestina, que fueron motivados -en un inicio- por las ofertas de trabajo de las empresas ferroviarias inglesas en la década 1850-1860, dadas las labores de tendido de vías en Buenos Aires y el interior del país. Una vez logrado el empleo fijo y la suficiente remuneración para ahorrar, y notando  las posibilidades de obtener beneficios económicos, procedían a adquirir mercancías para ser negociadas en los barrios y pueblos cercanos, iniciando así una ocupación que caracterizaría a esos inmigrantes árabes y predominaría en ellos a lo largo del tiempo.

No se limitaron estos recién llegados de los países árabes a la exclusividad de las ciudades, muchos prefirieron el campo y es así que se fueron estableciendo en la mayoría de los pueblos. (Ibid).

Un fenómeno muy similar, casi idéntico salvo que es de menores magnitudes, se produjo en el otro país importante del Cono Sur, Chile. Este país favoreció también la entrada de extranjeros a mediados del siglo XIX con la intención de lograr el desarrollo económico y el progreso intelectual y espiritual de la población.

Así, motivados por las mejores condiciones que ofrecía el continente americano, e impulsados por una concepción idealista del Nuevo Mundo, Chile también surgió en el inicio de las oleadas emigratorias como una opción importante para lograr el propósito de progreso que tanto se anhelaba. (Vial, Gonzalo. Historia de Chile: 1891-1973. Vol. 1, tomo 2, Santiago de Chile, Editorial Santillana del Pacífico, 1996).

A Chile llegaron árabes de Palestina para dedicarse a la pequeña ganadería y la agricultura, al tallado en nácar y concha de perla; los sirios por su parte se dedicaban a labores en los rudimentarios telares y, en menor escala, a la ganadería y la agricultura; y los libaneses, en menor número, practicaban especialmente la agricultura. Paulatinamente todos ellos fueron involucrándose en la venta ambulante, para luego continuar con el comercio en todos sus niveles. Así, surge y para mantenerse a lo largo de todo el siglo XX el estereotipo social del árabe, tal como lo menciona Mónica Almeida: al afirmar: “… Al igual que en otros países latinoamericanos, para los ecuatorianos la palabra ‘árabe’, ‘sirio’, ‘libanés’ o ‘turco’ quiere decir comerciante”. (Mónica Almeida, «Los sirio-libaneses en el espacio social ecuatoriano: cohesión étnica y asimilación cultural», Journal de la Société des Américanistes, Vol. 83, pp. 201-227, 1997).

El incremento inmigratorio concentrado en Argentina principalmente, y en Chile en menor grado, ocasionó la necesaria dispersión en búsqueda de espacios menos competitivos para el ejercicio de la venta ambulante y el comercio, con el objeto de conseguir lugares con mayor oportunidad de trabajo. Eso originó que se extendiera la emigración árabe hacia toda Suramérica y el Caribe. (María Olga Samamé B, “Transculturación, identidad y alteridad en novelas de la inmigración árabe en Chile”, Revista Signos, 2003).

La inmigración árabe en América Latina, que no ha sido la más voluminosa, atravesó diversas etapas durante el proceso de adaptación, inserción e integración en los diferentes países. El comportamiento de los inmigrantes árabes confirma que deseaban pertenecer a estas naciones y lo han conseguido. Se comprometieron a adoptar los modos de vida de las nuevas regiones y lo lograron. Se mantuvieron reconstruyendo la estructura familiar ancestral, pero al mismo tiempo facilitando la apertura al mestizaje. Participaron en el desarrollo de cada país. Crearon y preservaron instituciones para conservar, en lo posible, la cultura original y su fusión con la nativa, y así lograr una identidad intercultural y combatir las  exclusiones. Consolidaron parte de su identidad y, al mismo tiempo, han participado de cada identidad nacional latinoamericana en un proceso histórico permanente de construcción y de reconstrucción de la comunidad que los acogió.