A lo largo de 2020, distintos analistas y expertos pronosticaban un efecto rebote -expresado gráficamente en forma de V- de la economía global a medida que se desarrollara y masificara el acceso a una vacuna contra el SARS-CoV-2. No obstante, una de las consecuencias de tal rebote, que viene de la mano con un incremento en el precio de la energía y otros factores relacionados a la reactivación económica, consiste en la tendencia inflacionaria a nivel internacional que parece haber llegado para quedarse.
Mal de muchos, ¿consuelo de tontos?
Es cierto que la crisis sanitaria y la incertidumbre política -que a su vez incrementa la especulación de corto plazo entre los agentes económicos- ha conducido a la depreciación de monedas en la región. En promedio, la depreciación de las monedas latinoamericanas fue de 12% durante 2020 de acuerdo con cifras de Credicorp Capital. Asimismo, durante este año, la depreciación de monedas en la región ha mantenido un porcentaje similar, con casos como el colombiano, que registró una depreciación de 14,2% del peso frente al dólar, o el sol peruano en alrededor de 13%, según cifras oficiales a octubre de 2021. La debilidad de las monedas locales encarece el costo de importación para estas economías, lo que a su vez encarece la venta a consumidores finales de distintos bienes y servicios.
Sin embargo, la inflación que hoy se registra en Latinoamérica no responde exclusivamente a factores endógenos. El rebote de la actividad económica a nivel internacional ha supuesto un incremento en el precio de hidrocarburos como el petróleo, que a su vez impactan en el precio de otros bienes y servicios dependientes de este combustible, como lo es el sector transporte. Además, los problemas de abastecimiento generan choques de oferta de distintos bienes (como ocurre en el mercado de automóviles o de microchips por el incremento de la demanda) y el aumento de precios en los envíos por vía marítima. Tales circunstancias conducen a que dichas economías evalúen medidas de política monetaria contracíclica -es decir, el incremento de tasas de interés para evitar que se “sobrecaliente” la demanda y contribuir a reducir el nivel de gasto o consumo.
Los incrementos de tasa de interés en economías como la estadounidense o la europea atraen a inversionistas que buscarán adquirir monedas como el dólar o el euro para comprar instrumentos financieros y que, además, contribuirán a encarecer más el precio de estas monedas frente a las ya golpeadas monedas latinoamericanas, con la reiteración de las consecuencias anteriormente descritas.
¿Qué puede venir luego?
Es posible que economías como la estadounidense o la europea opten por tolerar un moderado incremento de la inflación y así evitar subir las tasas de interés, toda vez que estos se aplicarían en paralelo a la reducción de los estímulos fiscales y garantías de crédito que se utilizaron durante 2020. Esto es muy posible también porque se estima que un incremento en la inflación contribuye a reducir el nivel de deuda pública, problema recurrente en el análisis de decisores europeos. En otras palabras, tales economías podrán tolerar un incremento en el nivel de precios con tal de no ahorcar a las empresas que salen de la crisis pandémica y reducir su nivel de deuda. Eso, evidentemente, pone a Latinoamérica en una posición que requiere proactividad en el manejo de política monetaria y procurar enviar mensajes políticos que transmitan estabilidad a los agentes económicos.
La inflación afecta esencialmente a los pequeños ahorristas y el consumo de bienes básicos, que, en definitiva, es de mayor sensibilidad entre aquellos consumidores de menor nivel de ingresos. Dichos consumidores sufren el incremento de precios de bienes y servicios básicos a la par que sus salarios reales permanecen estancados. Aunque las economías avanzadas estiman convivir con este rebote inflacionario por un periodo de tiempo, corresponde a los decisores latinoamericanos mitigar la incertidumbre política que -como se registra en Chile, Colombia, México o Perú- esencialmente perjudica, como siempre, a los que menos tienen.
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Álvaro Zapatel es economista y profesor adjunto en el Instituto de Empresa de Madrid. Fue consultor en Práctica Global de Educación del Banco Mundial. Máster en Administración Pública por la Universidad de Princeton.