Las fuertes presiones inflacionarias pospandemia se deben, en parte, a tendencias y fuerzas de largo plazo, muchas de ellas del lado de la oferta. Aunque también existen factores transitorios en juego —como los cuellos de botella y trastornos en las cadenas de aprovisionamiento y la política de cero covid china— podemos suponer que en algún momento se calmarán, pero es probable que las tendencias seculares empujen a muchas economías y mercados financieros hacia un nuevo equilibrio.
En el caso de los productos manufacturados e intermedios (una parte significativa de la economía transable mundial), estamos saliendo de un largo período con condiciones deflacionarias, derivadas de la introducción de una gigantesca capacidad productiva a bajo costo en las economías emergentes, que no se había usado antes. Cuando aumenta rápidamente la demanda, la respuesta de equilibrio del mercado es una combinación de aumento de la oferta y de los precios. En las últimas décadas, claramente el aspecto dominante fue la expansión de la oferta, que produjo las presiones deflacionarias que dimos por sentadas.
Pero la capacidad subutilizada restante de la economía mundial ha estado decayendo y la demanda mundial creció debido a que decenas de millones de consumidores se sumaron a la clase media. La elasticidad de las cadenas mundiales de aprovisionamiento se redujo, por lo que aumentó el poder de negociación de los trabajadores en las economías avanzadas. Es fácil encontrar evidencia al respecto. Los sindicatos están creciendo y ampliando su impacto, y para los empleadores es difícil dejar de lado las preferencias por el trabajo híbrido de los empleados actuales y potenciales.
Y tenemos además el envejecimiento de la población. Las poblaciones están envejeciendo —algunas, muy rápidamente— en la cohorte de países que constituyen más de 75% del PBI mundial. Más allá del aumento de la longevidad, esta tendencia implica que se reducirá la oferta de trabajo y aumentarán las tasas de dependencia, sin que la demanda experimente una reducción comparable. Ese y otros factores alimentan una presión al alza de los costos y los salarios.
Entre los sectores que experimentaron problemas de estrés y seguridad extrema durante la pandemia se contaban el educativo y el sanitario, que constituyen gigantescas fuentes de empleo en la esfera no transable de cualquier economía. En Estados Unidos, los sectores de la salud y la educación representan aproximadamente 20 y 14 millones de puestos de trabajo, respectivamente. Solo el sector gubernamental supera al sanitario en generación de empleo. Pero después de la pandemia las condiciones de trabajo siguieron resultando poco atractivas y eso llevó a la escasez de trabajadores. Todavía no surgió un nuevo equilibrio de mercado, pero cuando eso ocurra, seguramente incluirá un aumento del ingreso de quienes trabajan en esos sectores y, por lo tanto, un aumento de los costos reales (ajustados por inflación).
En términos más amplios, la economía entró en una nueva era de impactos frecuentes y graves por el cambio climático, la pandemia, la guerra, los bloqueos en la cadena de aprovisionamiento, las tensiones geopolíticas y otras causas. Se está dando la diversificación de las cadenas de aprovisionamiento y las nuevas políticas económicas refuerzan intensamente ese proceso. Los días en que esas cadenas solo se basaban en los costos, la eficiencia a corto plazo y las ventajas comparativas quedaron atrás. Las nuevas cadenas diversificadas de aprovisionamiento serán más resilientes, pero también más caras.
Las tensiones geopolíticas son un aspecto particularmente importante de este proceso. Los gobiernos promueven ahora la «localización en sitios amistosos» mediante políticas (como aranceles, subsidios o, directamente, prohibiciones) que procuran desplazar los patrones comerciales de sus países hacia sus aliados estratégicos y otros socios más confiables. Esto es en parte una respuesta a los posibles trastornos asociados al creciente uso del comercio y las finanzas para conseguir ventajas en las relaciones o los conflictos internacionales.
Aunque los beneficios de esas políticas para la seguridad son discutibles, no hay dudas de que resultan inflacionarias, ya que alejan explícitamente a las cadenas de aprovisionamiento de los proveedores más baratos. De hecho, una versión aún más extrema de la localización en sitios amistosos es la relocalización dentro del propio país, cuyos costos son tan elevados que las políticas para fomentarla solo se justifican en sectores con extremas vulnerabilidades económicas y para la seguridad nacional.
Por ejemplo, debido a la guerra de Rusia con Ucrania, Europa diversificó en forma relativamente rápida su sistema energético para eliminar su dependencia de los combustibles fósiles rusos. Este proceso aumentará los costos de la energía en el largo plazo —al menos, hasta que se hayan implementado las tecnologías de energías renovables, para lo que faltan varias décadas— y creará presiones inflacionarias adicionales significativas durante varios años.
Con el fortalecimiento del dólar, el rápido aumento de los precios de los productos básicos —entre ellos, los de los alimentos y combustibles fósiles en dólares— amplificó el aumento inflacionario en muchos países. Y este efecto es especialmente intenso en los países en vías de desarrollo con bajos ingresos, donde los alimentos y la energía representan una porción mayor de la demanda agregada y el gasto de los hogares. Ya muchos de esos países enfrentan crisis alimentarias, energéticas y de asequibilidad.
En Estados Unidos cada vez más evidencias señalan que hay una concentración sectorial en curso, tanto en términos absolutos como relativos respecto de Europa. Podemos discutir sobre los motivos de esta tendencia —Thomas Philippon, de la Universidad de Nueva York, le echa en gran medida la culpa a los errores en las políticas para fomentar la competencia—, pero casi no hay dudas sobre la incidencia de la inflación en el aumento del problema de la concentración del mercado. Según la teoría económica, en un mercado muy competitivo la inflación debiera impulsar la búsqueda de aumentos en la productividad, pero ese incentivo se atenúa en los sectores oligopólicos, donde la capacidad de las empresas existentes para transferir las subas de costos aumentando los precios y manteniendo sus márgenes es mayor.
Finalmente, los niveles de deuda en la economía mundial se mantienen elevados por la pandemia, y el aumento actual de las tasas de interés implica que habrá menos margen para las políticas fiscales. Pero se prevé que para la transición hacia las energías limpias harán falta inversiones de 3 billones de dólares anuales durante las próximas tres décadas. Si se financia una parte sustancial de ellas con deuda, lo que parece probable, el aumento de la demanda agregada en un entorno mundial que ya experimenta restricciones del lado de la oferta creará presiones inflacionarias adicionales.
Un aumento de la productividad con base amplia limitaría los efectos combinados de esas presiones inflacionarias. Las tecnologías digitales y biológicas tienen un potencial inmenso para ello, pero llevará tiempo implementarlas y desarrollarlas. Mientras tanto, ya no podemos esperar respuestas muy elásticas de la oferta para mitigar las presiones inflacionarias. Hay que ajustar los marcos de las políticas fiscales y monetarias a esta nueva realidad, más difícil.
Traducción al español por Ant-Translation
Michael Spence, premio Nobel de Economía, es profesor emérito en la Universidad de Stanford, investigador superior en el Instituto Hoover y asesor senior de General Atlantic.
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