Tengo para mí que todo poeta, si es en verdad auténtico y genuino, puede -y de hecho lo suele hacer- incursionar más o menos felizmente narrar pero no todo narrador puede llegar a desempeñar con impecable solvencia sintáctico discursiva el arduo oficio de labrar y forjar el poema en tanto género literario. Afirmo lo anterior a propósito de mi reciente lectura del libro de cuentos de la escritora costarricense-venezolana residenciada en Canadá cuyo título harto expresivo y por demás elocuente es Infiernillos. Editorial Verbum, S. L., 2023, impreso en España, 82 páginas.
Anabelle Aguilar B., en este nuevo compendio de narraciones cortas, cada una con una extensión promedio de 3 o cuatro páginas, sus lectores, que a no dudarlo, somos legión continuamos prendados a sus comprobadas virtudes escriturales puestas de manifiesto en sus libros precedentes.
El primer relato de este maravilloso libro de cuentos lo titula la autora sugerentemente “Campo de Miosotis” o Myosotis, como también se le conoce a esa planta perteneciente a la familia de las Boraginaceae, cuya presencia abundante entre nosotros con el nombre de “nomeolvides” o “la flor del amor desesperado o del amante eterno”. Existen unas 50 especies con otras tantas variaciones entre ellas. Los topónimos de este relato y sus vínculos filiales no pueden menos que llamar la atención poderosamente del lector. Verbigratia, Catalina, la hermana de la autora del libro en el relato, el padre de la misma quien hace las veces de preceptor en conocimientos científicos sobre la ciencia herbolaria.
Los personajes del texto narrativo inaugural de este compendio antológico de brillantes narraciones poseen rasgos personales distintivos que los convierten en personajes literalmente de antología. Leer estos textos donde el lector puede eventualmente toparse con un clima psicológico inquisitorial y un personaje característicamente herético, blasfemo, impío o loco no es un asunto de poca monta en un género que maestro del cuento Julio Cortázar sostuvo que se ganaba por knock out.
No obstante, Anabelle Aguilar B. lo intenta felizmente con asombrosos y certeros resultados estéticos.
“Mamá se dedicó a los negocios que siempre había tenido (…) También vendía esclavos de su propiedad, a veces les daba la libertad”. (p.12)
Como lector me sorprende gratamente encontrarme en las páginas de este magistral libro de relatos el gesto heroico típicamente decimonónico: la manumisión. Solamente en unas febriles y delirantes páginas de rigurosa ficción narrativa como las de Infiernillos pueden cobrar estatuto de verosimilitud al punto de mentir bellamente la verdad. En total suman veinte hermosos relatos llenos de vibrantes y sabiamente sostenidos microclimas psicológicos expectantes que una vez tomados de la mano de la atención del lector resulta difícil dejar de leerlos hasta sus respectivos finales.
En el cuento titulado: “Y así…” la maestría en el narrar se explicita de un modo extraordinario por decir lo menos. “Un muerto escapado del cementerio de luces cenicientas”. “La mano zurda del diablo”. “La mano peluda que sale de debajo de la cama”. “El cura sin cabeza quien camina bajo la luna llena”. “El lobo pelando los dientes y babeando con hilos de sangre”. Todo ello reunido en un solo relato da la medida de una prosa narrativa imbuida de una singular fantasticidad en el orden de lo fantasmático siempre conservando la rigurosa literaturidad, esto es, la esteticidad del relato. En este texto digno de estar entre los reunidos por Borges en su Antología de la literatura fantástica las frases chispeantes y cortantes de una sorprendente tesitura aforística retratan de pie a cabeza la hondura y fascinante escritura literaria de Anabelle Aguilar en toda su esplendidez sintáctica verbal.
Retratos e imágenes silueteadas con trazos finos y de delicada maestría descriptiva exhornan la prosa narrativa que elude con sobriedad la prosopopeya y estridencia de los párrafos que dibujan a los personajes como los que hacen posible el relato titulado: “Desde la santidad”. Una niña de apenas cinco años de edad personifica una gimnasta de un futuro promisor dejando bajos los influjos del estupor y el asombro a quienes la observan en la barra de ejercicios mientras en los preparativos conducentes a la concreción de su primera comunión un velo rasgado por la perilla de la puerta pone de manifiesto lo que sus mayores consideran un mal presagio. Es fascinante la manera en que la autora confecciona las estructuras psicológicas de sus personajes, sus deseos más íntimos, sus pecadillos veniales y también sus deseos más oscuros.
Imprimirle sorpresivos y abruptos giros a la anécdota en el transcurrir de la narración ciertamente no es cosa que le sea dado a todo narrador, pero en la autora de estos relatos sobresalen esta y otras virtudes que suelen abundar poco en el difícil arte de la poética del relato.
Debo poner de manifiesto aquí en estas líneas mi inocultable júbilo y sentimiento de gratitud a la vida por haberme permitido acceder gratamente a la lectura digna del mejor encomio de estos impecables relatos de Anabelle Aguilar, quien se ratifica en este libro de casi un centenar de páginas imprescindibles de la mejor literatura que escribe en la actualidad dentro de lo que en mi opinión es uno de los corpus scriptorum del transtierro más lúcidos y enjundiosos de los últimos años.