El carácter pútrido de nuestra temporalidad, por lo efímera de las carnes que abrigan lo sempiterno del espíritu, provoca el sentir, la mayor parte del tiempo, de que somos los seres más indignos del planeta para recibir algunas bendiciones, o ejercer algunas funciones, en un cosmos de posibilidades y personas, a las que robamos sus cualidades humanas elevándolas en los pedestales de nuestro corazón. La sensación de impureza, pese a su fundamento real, en el acalorado enfrentamiento entre el deber ser y el muchas veces equivocado hacer, perpetua un sentir de indignidad.
Eludiendo el pasado e ignorando el futuro puntual de cada individuo, estoy convencida que todo ser humano fue pensado primero en el corazón de Dios, aun cuando nunca haya sido planeado por sus padres, en ese pensamiento primigenio hubo elección, y en esa elección hubo gracia para un destino, pero dentro de ese destino siempre habrá imperfección, que se levantará como el gigante de la indignidad para recordarnos todo aquello en lo que hemos faltado. Sin embargo, esa misma condición nos acerca con la actitud correcta a Aquel que nos pensó inicialmente, bien sea para buscar refugio, dirección o una solución mágica. El corazón humano posee la enorme necesidad de inclinarse frente a algo o alguien a quien considera superior.
Ante tales verdades, observables en las pasiones o diversidad de dioses que se abrazan en el interior de todo hombre y mujer, se irguen ídolos unos de mayor y otros de menor importancia, pero todos ellos en pedestales timoratos y corrosibles por el tiempo. Entonces, algunos ejemplos podrían ser: la fortuna de quien trabaja sin cesar ni disfrutar, pierde todo lo demás en el proceso de acumular bienes y dinero, quizás olvidando que no se hacen entierros con mudanza. La anulación total de sueños propios y una vida de crecimiento personal para criar hijos, sin mirar a los lados, y un día despertar con la casa vacía; o quien se desgasta cultivando belleza y atenciones estéticas con su cuerpo, para mirarse frente al espejo y sin reconocerse o sintiéndose muy vacío.
Indignidad a todos los niveles es lo que se siente en este hermoso y tantas veces aciago transitar, pero a cada paso se puede y debe recuperar la cordura, recordando que fuimos hallados por primera vez en el pensamiento de Aquel que nos entretejió en una matriz progenitora y escogió para una misión. Bajo tales pensamientos, las oportunidades son infinitas, cada mañana se convierte en una nueva ocasión para decidir, y la gracia nos arropa, no para envanecer nuestros ojos con logros o fracasos sino para empoderarnos en todo garbo que impulse el avanzar.
Si una sensación de indignidad te quebranta las fuerzas y ralentiza tus pasos, recuerda las bondades otorgadas por el cielo, enumera las razones para vivir que aun subyacen en las capas de piel, además de células vivas y listas para permanecer, tienes una causa, una misión. Que ese pensamiento primigenio que te soñó, como ese mundo complejo que crees ser, te inspire para seguir adelante y decidir correctamente las cartas que merecen ser jugadas, y aquellas batallas que no valen la pena lidiar.
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