La dinámica geopolítica mundial, dentro de la cual la diatriba por el liderazgo entre China y Estados Unidos ocupa un espacio preeminente, nos hace con frecuencia deleznar el papel protagónico que otros países han estado labrándose dentro del concierto de las naciones. La India es uno al que no le prestamos en Occidente la atención debida y sin embargo su inmensa talla y las características de su economía, además del poderío tecnológico del que han conseguido dotarse, consiguen que desempeñe un papel esencial en el equilibrio de poderes en el planeta.
Ni China ni Estados Unidos se atreven a ignorar su influencia. Más bien, de un tiempo a esta parte, ambos países coquetean seriamente con Nueva Delhi dentro de su deseo de captar más que su simpatía política. Ambos aspiran a una alianza sólida que los fortalezca sensiblemente en su batalla por la preeminencia planetaria. La batalla parece ganarla Estados Unidos, pero ello no es sin costo.
En el caso de China, luego de muchos años de darse la espalda y de encontronazos de mayor o menor importancia, ambos países firmaron en el año 2000 un acuerdo estratégico para la paz y la prosperidad de alto contenido simbólico y ello precedió un deshielo de sus relaciones mutuas. La interacción económica entre ellos apenas comenzó a ser relevante años más tarde pero, para esta hora, el comercio ya sobrepasa los 136.000 millones de dólares, a pesar de las frías relaciones bilaterales.
Un par de elementos son comunes a los dos países: La talla demográfica y el desarrollo veloz de sus economías, pero sus diferencias son de gran calado. A pesar de la conciencia de la conveniencia mutua de un entendimiento estrecho, el peso de las desavenencias históricas, principalmente de orden fronterizo, abona en el sentido contrario. Estos continúan envenenando las relaciones mutuas.
Las numerosas y continuas agresiones chinas han impulsado a Delhi a alinearse y solicitar apoyo de Norteamérica. Washington, sin embargo, tiene límites para ello toda vez que no es un secreto que la India vive, bajo la égida de Narendra Mohdi, un proceso de desmantelamiento de la democracia. Pero más que el tema de la erosión de derechos humanos en un régimen crecientemente más totalitario, es la reticencia de Delhi a unirse a las sanciones occidentales contra Rusia, lo que modula hoy la relación con Estados Unidos.
Una creciente convergencia, sin embargo, está teniendo lugar. Desde 2022 Estados Unidos mantiene un navío militar en aguas de la India, han estrechado un Acuerdo de Incentivos Mutuos de Inversión y se lanzó un proyecto de Hub de Innovación tecnológica entre las agencias científicas de las dos naciones, lo que pudiera marcar el futuro del mundo en el avance de la tecnología digital. Lo anterior apenas complementa 157.000 millones de dólares de intercambios. Todo ello indica que la primera potencia planetaria no dejará a China ganar espacio de influencia con un país de tanta importancia relativa.
Es que si China y la India pudieran llegar a establecer lazos inquebrantables, tal fuerza motriz de integración regional podría configurar un eje estructural mayor de las relaciones globales del planeta. Entre los dos países suman 2.800 millones de ciudadanos, 51,25% de los habitantes de la Tierra. En el plano de lo comercial sería de gigantesca envergadura, pero en el campo de lo tecnológico pudiera determinar transformaciones impensables en la escena económica y social de nuestro planeta.