OPINIÓN

Incertidumbre en el campo de batalla

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Hay credos de la guerra que forman parte del quehacer diario del régimen de la revolución bolivariana. Claro, siempre bajo la premisa revolucionaria, sembrada convenientemente desde su inicio, que, en Venezuela estamos en guerra.

Una de estas afirmaciones se construye con sus referencias. La guerra es la continuación de la política por otros medios de Karl von Clausewitz, es una de esas oraciones que se entonan desde el toque de la diana hasta el cornetazo de silencio en ese gran vivac en que se ha convertido el país, desde 1998. Y en los cuatro puntos cardinales criollos, la rutina es de cuartel. Muy al pesar de los enemigos a la sombra de los militares, la herencia castrense en el ADN de los venezolanos no podrá borrarse. Al menos en el corto plazo. Ese no es el tema del artículo, pero es inevitable usarlo de entrada para darle contexto a lo que nos ocupa en la cuartilla.

En 23 años de régimen revolucionario, hechos castrenses, vocabulario de campamento y decisiones militares han sido el signo característico del ejercicio de la política roja rojita. El régimen ha hecho de la guerra, política. Y el sector de la oposición que le ha hecho frente ha caído mansito en la trampa de todos sus planes.  Y este diseño les ha proporcionado los resultados de la manera más eficiente. En la acera adversaria, los antagonistas u opositores nunca han manejado la política con criterio de patio de ejercicios, con juicios de maniobras operacionales, con razonamientos de orden cerrado y con argumentos montados sobre toques de corneta. El régimen habla de almillas y todos sus seguidores lo entienden; y en la oposición traducen que están refiriéndose a almas pequeñitas. Y así para todos. Los mensajes rojos tienen códigos camuflados que a la fecha en el campamento democrático no han sido descifrados. Esos temas del significante y el significado para la masa que aún tiene la fe montada en la revolución bolivariana se interpretan en atención al concepto de sus propios planes. A la hora y fecha, les ha dado resultados.

Para la revolución bolivariana y su puesto de comando principal en La Habana todos los pasos a dar se montan en un plan concebido sobre una estrategia y una política a la que se hace seguimiento milimétricamente desde la isla, y se ejecuta en el continente con otro seguimiento más lubricado y en tiempo real en el comando alterno de Caracas. Allí está el hervidero de los recursos humanos, materiales, financieros que se encausan para generar la sinergia de mantener activa la guerra revolucionaria y el socialismo del siglo XXI en la subregión, el continente y el hemisferio para tomar el control global y planetario con los aliados que le hacen causa desde Moscú, Pekín, Teherán, Ankara, Managua, etc. Si, los resultados se siguen presentando como están previstos en los planes, muy pronto el otro eje se incorporará desde Bogotá. En mayo de 2022 las elecciones presidenciales colombianas abren una amplia posibilidad de conquistar otro enclave revolucionario en la subregión.

Toda decisión en un puesto de comando va precedida de la reunión de la mayor cantidad de información. Eso hace de aquella la viabilidad de su ejecución y la eficiencia de sus resultados. Mayor cantidad de información, menor cantidad de yerros. Así funciona para todo. Y así funciona el proceso de toma de decisiones en un Estado Mayor.

Nadie ataca las fortalezas de sus oponentes. Los esfuerzos van dirigidos en prioridad hacia sus debilidades, sus deficiencias y sus vulnerabilidades. Allí es donde provocan mayor dolor y la intensidad de los daños se exponencian. Mientras la guerra fue un choque de fuerzas en bruto, triunfaban los números, las cantidades y los efectos del choque inclinaban los resultados de la batalla. Eran los tiempos del orden cerrado como formación y las cargas como impacto físico y emocional. La diferencia ahora la hace la estrategia contenida en el plan y a esta la nutre la información transformada en inteligencia. El uso de esta reduce la sorpresa y aumenta la seguridad. La disposición de información y el uso pertinente y oportuno de la inteligencia hace resultados lucrativos en los encuentros, los combates, las batallas y en la guerra. Eso es básico en un campo de batalla. Y teniendo como libro de cabecera el texto del prusiano, como en efecto lo hace el régimen, en la política venezolana los dividendos se suman para la revolución.

La premisa sembrada convenientemente en la opinión pública por la revolución bolivariana, desde el primer día de su llegada al poder, está montada sobre conclusiones similares a las de la revolución cubana. En Venezuela estamos en guerra. Sobre ese concepto derivan dos líneas principales que han canalizado todo el comportamiento político y militar de estos últimos 23 años. Esas son: el imperio tiene una alta probabilidad de ejecutar una invasión y para eso cuenta con la colaboración del sector que hace oposición. Esas dos resoluciones ilustran el enemigo externo y al interno, y los mantiene en una permanente movilización (pasar del pie de paz al de la guerra) con todos los recursos humanos, materiales, financieros y emocionales del país, que al final le garanticen la línea política y militar más importante; la permanencia ad eternum en el poder. Y lo han logrado a la fecha. Cualquier duda sobre el particular, pueden remitirse al plan de la patria vigente.

En todo lo anterior ha contribuido sobremanera, la subestimación por parte del liderazgo opositor, de las capacidades rojas, la respuesta revolucionaria y la fortaleza del régimen. De la subestimación del enemigo a la sobreestimación de nuestras propias capacidades solo median la angustia, la inseguridad, el escepticismo, la indecisión, el suspenso y la tensión, que en el caso criollo se expresan en la desesperanza y la decepción de la mayoría de los venezolanos que espera un cambio político, al final de cada plan fallido y cada esfuerzo malogrado y fracasado. El velo de incertidumbre para describir a profundidad el dispositivo, la composición y la fuerza de la revolución bolivariana, sus enlaces criollos y foráneos, la compleja imbricación de sus redes, los amarres de sus compromisos, las insólitas extensiones hasta factores políticos, económicos, y sociales en Venezuela y el mundo, la profundidad de su ausencia de escrúpulos para abrazarse al narcotráfico, el terrorismo, la corrupción y las graves violaciones de los derechos humanos; hacen de cualquier iniciativa o maniobra un fracaso anunciado. La incertidumbre es el camino de la pifia y la ruta de la inseguridad en la política, y es peor en la guerra. En esta se traduce en muertes, heridos y prisioneros de guerra en lo inmediato. En aquella también en el mediano plazo. Y en Venezuela, como ya lo hemos dicho, estamos en guerra decretada desde 1998 por el teniente coronel Hugo Chávez.

La revolución aún tiene la iniciativa y la libertad de maniobrar política y militarmente con la posibilidad de arrimar muchas ventajas a su favor y alargar su permanencia. Y mantiene sin presión la pelota en su terreno, sin que de este lado se logre descifrar y aclarar el grueso velo de incertidumbre que dispone y cubre a sus intenciones.

La incertidumbre en el campo de batalla siempre lleva a la derrota.