OPINIÓN

Incendio en un bosque

por Carlos Silva Carlos Silva

“Si el virus entra en las cárceles, se extenderá como un incendio en un bosque”, advirtió recientemente desde prisión el periodista y novelista turco Ahmet Altan ante la amenaza de la pandemia del covid-19.

En Turquía, afirma Amnistía Internacional, hay un elevado número de defensores de derechos humanos encarcelados en aplicación de vagas leyes antiterroristas que solo pretenden silenciar y hostigar a quienes defienden sus ideas.

Entre los presos políticos en ese país también figuran otros periodistas, el dirigente kurdo Selahattin Demirtas y el empresario y personalidad de la sociedad civil Osman Kavala, además de numerosos representantes del mundo académico.

Demirtas padece problemas cardíacos en la cárcel, mientras que Altan y Kavala tienen más de 60 años de edad, lo cual los hace más vulnerables al SARS-CoV-2. Con todo, fueron excluidos de las medidas de concesión de libertad el 13 de abril y con ello se ahondó en las graves violaciones de sus derechos.

La legislación antiterrorista turca -han documentado organizaciones defensoras de derechos humanos- es imprecisa y se ha abusado de ella en causas espurias contra periodistas, dirigentes políticos de oposición, abogados y todo aquel que ha expresado opiniones discrepantes.

En realidad, ese andamiaje de opresión y persecución está hecho a la medida del dictador Recep Tayyip Erdogan, que no oculta su desprecio por los derechos humanos, el Estado de Derecho y la democracia.

Erdogan, que montó una pantomima de golpe de Estado en 2016 para imponer una purga militar y atornillarse en el poder, desafía el derecho internacional de los derechos humanos, en virtud del cual Turquía ha asumido compromisos que la obligan a garantizar el derecho a la salud de todas las personas presas, sin discriminación.

Fiel a su naturaleza totalitaria, Erdogan ha estado más bien ocupado en la protección inmoral de sus intereses, muy relacionados por cierto con la Dinamarca del oro de su “hermano” Nicolás Maduro y sus socios, que groseramente se declaran dueños de la gasolina de los venezolanos y hasta del aluminio que despachan a Turquía desde Puerto Cabello.

Turquía y la teocracia islámica de Irán, con sus empresas y el grupo terrorista Hezbolá, expolian el “oro de sangre” y ocasionan daño terrible al Arco Minero venezolano en connivencia con el Cartel de los Soles de Maduro y sus aliados del ELN.

Todos creen que han burlado las sanciones de Estados Unidos. Pero el presidente Donald Trump, como el teniente Frank Columbo (Peter Falk), de la serie de TV norteamericana, se hace el despistado. No va desaliñado como el oficial de homicidios de la Policía de Los Ángeles ni fuma un pestífero puro. Pero distrae hablando de la hidroxicloroquina contra el virus chino. Sin embargo, como en la serie Columbo de Richard Levinson y William Link, ya sabe quién es el asesino.

En Venezuela, donde Maduro tiene 402 presos políticos -incluidos 4 adolescentes- sometidos a tratos crueles inhumanos y degradantes, el covid-19 puede ser aun más devastador. El manejo truculento de la situación por el régimen se delata con iracundia ante la advertencia académica de escalada vertiginosa de la pandemia. Pero la alerta circula incluso desde hace semanas en las redes privadas de aterrorizados médicos cubanos, y hay que evitar que el virus entre en los lúgubres calabozos de la tiranía y se extienda como un incendio en un bosque.