OPINIÓN

In sacris nihil [contra «hackers»]

por Alberto Jiménez Ure Alberto Jiménez Ure

¿Con cuántos seres que, desde la obscuridad, infligen creyéndose temibles demonios debemos irremediablemente cohabitar? ¿No habrá una parte de ellos en nosotros a los cuales reclamamos su urdimbre?

Durante mi pubertad, con frecuencia, el verbo «hack» prorrumpía entre jóvenes estadounidenses cuando –fortísimo- algo les impactaba la conciencia [el rock, LSD, peyote, haschischs, licores, experiencias macabras, et.] Años después, un alcaloide se popularizaría en Norte y Sudamérica bajo el nombre de «crack» [son vocablos sinónimos y semejan fonéticamente: su pronunciación denota quiebre, ruptura empero igual el sacudimiento eufórico que produce el «crack cocaine»] No dudo que el advenimiento de los «hackers», ya en la «Era de la Informática», responde a una ontogénesis de significantes y formas idiomáticas de las lenguas romances. Hay un indiscutible vínculo entre la Juventud de los Años 70-80/S. XX, con su fardo de experiencias psicodélicas, y la «Moderna Tecnología de la Informática o Internet» [la ficción de comunicarnos en la Comarca Global donde dejamos registros de nuestro pensamiento, ideas e imágenes personales].

Sospecho que el parto de los «hackers» se produjo con la aparición de «jeroglíficos», la «proto-escritura», «ideografías» o «símbolos «mnemónicos» que tenían por finalidad [des] informar sobre sucesos épicos, tragedias, invenciones y conocimientos en el curso de la Edad Infante de la Cognición Apriorística. Y no dudo que hubo inefables que muy astutos en la falsificación de la realidad con fines nada misteriosos.

La primera vez que un «hacker» me alertó respecto a su presencia comunicacional e intenciones maliciosas fue en Mérida (Venezuela, Década de los Años 70/S. XX) cuando, en el ya extinto diario Correo de Los Andes, logró publicar con mi nombre un texto intitulado Génesis de mi Grafía [en el cual yo aparecía confeso de odiar a mi madre porque –según su corrosiva imaginación- solía aterrorizarme cuando era niño] Esa persona, profesor universitario y poeta en el cual confié porque lo tenía por respetable amigo, entregó la crónica a la secretaria del Presidente del Correo de Los Andes [De Armas, abogado, docente e intelectual con el cual solía reunirme varias veces por semana].

El «hacker» tuvo un efímero éxito al intentar presentarme como una especie de «matricida» porque, en los ámbitos universitarios y centros de reunión de artistas e intelectuales, a los lectores que me conocían les parecieron extrañas esas afirmaciones [no exhibían mi impronta, estilo o desenfado escritural] Al siguiente día, apareció mi desmentido en primera página. No quise revelar el nombre del «hacker» porque su comportamiento delataba un espíritu perturbado, plago de cizaña, y mi decisión no fue enfrentarlo públicamente para darle la oportunidad de arrepentirse como caballero [lo cual no hizo al instante que, en privado, le formulé mi reclamo. Desde ese día, fue declarado «persona no grata» en la redacción del periódico] Es curioso que su conducta se haya debido a su frustrada persistencia por convencerme de escribir reflexiones a favor del comunismo y publicarlas en El Nacional, donde ya era columnista.

Mis advertencias filosóficas respecto a la inoculación en el país del Totalitarismo Doctrinal, fenomenología que inició en sectores académicos y culturales, me acumularon enemigos. Algunos ya escindieron, pero otros permanecen impenitentes y aliándose con quienes tienen experticia en las novísimas formas digitales de allanamiento e intervención de dominios informáticos. Prueba de ello es que les obsede censurar mis cuentas de Facebook e Instagram y, algunas veces, han sustituido mis posters literarios con pornografía o canciones que son «malware» [virus lesivos, corrompen el sistema de conexiones entre usuarios y los sistemas operativos instalados en ordenadores].

Excepto por El Nacional, desde hace más de diez años fui vetado por todos los medios de comunicación venezolanos donde se me permitía opinar y solo puedo publicar mis textos en redes de disociados: Twitter, más respetuoso, e Instagram y Facebook bajo acecho. También, en blogs personales, con menos ofuscación.

Algunos sostienen que hay «hackers» al servicio de mejores causas que desprestigiar a personas por sus posiciones contrarias a castas de gobernantes desalmados. El caso de la Internacional de Hackers Anónimos es interesante, porque bloquea la propaganda de grupos de terroristas como el socavado «Estado Islámico» (ISIS) No estoy persuadido que logren la totalidad de sus propósitos. Cualquier secta o agrupación de criminales recluta, hasta sin propaganda, a quienes son proclives. Infiltra plataformas.

@jurescritor