OPINIÓN

In memoriam

por Antonio Guevara Antonio Guevara

El arte de la guerra se basa en el engaño.

Sun Tzu

Si alguien interpretó de manera impecable este registro del ancestral general chino lo fue este otro general venezolano. Sin salirse de la línea conceptual lo cumplió al pie de la letra. Desde que los comunes conocieron quién era, cómo era y a qué se ajustaba, sentían que cargaba en el bolsillo El arte de la guerra subrayado y resaltado en amarillo en esta premisa de la mentira. Mención aparte de las notas personales que le incorporaba. Y la cumplió milimétricamente a lo largo de su vida profesional en los cuarteles y en sus relaciones. Fue un hombre de la guerra consecuente con este postulado.

Y la vida de los hombres se mide por las consecuencias. Al final a la hora del inventario vital en la columna en azul de los logros, la sumatoria de los eventos estarán resaltados por todos aquellos objetivos alcanzados, por las metas traspasadas, por los obstáculos salvados y por la continuidad en la ruta trazada desde el inicio. Eso se llama consecuencia. Generalmente en esa estadística la columna roja de los deberes, la gente normal la ilustra en rojo y es la que hace causa para arrimar el saldo definitivo. Para alguien que desde el primer día de uniformado juró con el sayo del complot ya puesto, de “defender la patria y sus instituciones hasta perder la vida”, allí no hay compromiso que honrar. El “sí, lo prometo” es una expresión embalada en el engaño que el viento se la lleva a la memoria distante y la arrincona en el olvido. Mientras se tenga clara la meta adónde se va, las rutas que se sigan no son importantes, tampoco los compañeros de viaje, ni el equipaje; mucho menos los diálogos de noctámbulo de la maquinación y de andariego del poder. Lo importante es llegar al objetivo trazado. Y él lo logró. Su meta fue llegar lo más cerca del mingo del poder a través de unos mecanismos no ortodoxos, nada convencionales y sobre todo, lo menos escrupulosos posibles. Y todo eso lo alcanzó con los saltitos furtivos de Hércules Poirot y la imaginación de Agatha Christie para diseñar y estructurar los más enmarañados crímenes para sus novelas, mientras friega los platos en su casa. Los vericuetos misteriosos y laberínticos de su pensamiento reservado para estar tras las bambalinas no alcanzaron para concluir en sus otras expresiones,y animarlo a soñar con ser presidente de la república que nunca estuvo en sus planes, pero sí para formar parte de ese entorno privilegiado, estar allí en las decisiones de las más altas magistraturas e integrar la nomenclatura oficial bajo cuerda y sin ninguna fanfarria. Y lo logró a su manera. Eso se llama consecuencia.

Ninguno de sus colegas militares puede decir que fue traicionado por él. En ningún momento se bajó del barco donde se había asumido el compromiso político desde los tiempos de la escuela militar de Venezuela. Allí estuvo firme a pesar de los temporales y de las embravecidas aguas de las delaciones y de otros asedios cuando se vive para la conversación de trastienda para armar la intriga, para la sobremesa de la movida en el Aventino y el Laserre, para los traguitos asordinados para hacer la llamada conveniente, para el encargo oportuno y estar siempre en el lugar y la hora exacta de la parada del dado de la fortuna política. Allí estaba él y eso se llama consecuencia. Fueron otros los que tomaron los puestos privilegiados en los salvavidas y prefirieron dar un paso al lado para dedicarse al dinero, o nadar hacia atrás para resentirse por un alto cargo no alcanzado o difuminarse en la indiferencia y la nulidad de la cobardía para no culminar avanzando hacia el poder. Como cuando se acordó desde los tiempos del curso superior de seguridad y defensa número 13 en la avenida Los Próceres al lado del Círculo Militar -sede del IAEDEN– todos mano sobre mano y con la orientación y la inducción del general José Antonio Olavarría, en un alarde de los privilegios de una élite militar de las cuatro fuerzas, de llegar al poder aliados con otra élite civil. En esa lealtad que se juró desde Los Notables de los cuarteles hay el trazado de una línea recta sin pisar en ningún momento una salida en falso del general. Lo acompañó en esa secuela su carnal el general Albornoz Tineo, en una suerte de vinculación a lo Viruta y Capulina en modo serio y formal.Y ambos amarraron su barca después, en el puerto de la revolución. Y es posible que eso era lo que estaba planteado originalmente antes del 4F con todos sus aliados, pero con otro distinto a Chávez al frente y con otro concepto político para cumplir, pero… generalmente las cosas en los planes no salen como se tenían previsto y hay que hacer apreciaciones de la situación de conducción y tomar decisiones con mucha carga de adrenalina. La traición como que apunta para otro lado.

Es difícil llamar traidor a quien hasta el último momento público conocido -el 4F– se identificó y fue leal con lo que se venía haciendo desde 1962. Eso se llama consecuencia. Los traidores fueron quienes estuvieron con él y ahora levantan las banderas de una enemistad ficticia y un distanciamiento artificioso y provocado para salvar las apariencias y lavar en la opinión pública sus culpas y sus responsabilidades con este desastre político que ha arrasado a la nación y que la lleva por el camino de la desaparición. El dedo índice de la vindicta popular no deja de apuntarlos con sus nombres y con sus apellidos.

El general se fue y deja sembrado en el aire de la duda tres cosas que se le atribuyen y que dicen bastante y muy bien, de cuál era su fibra de maquinación en esa ruta de trabajo hacia el poder. La primera, esa misteriosa llamada del 26 de octubre de 1988 que sacó a los tanques Dragoon del batallón Ayala hasta el Ministerio de Relaciones Interiores y la residencia presidencial de La Viñeta, y que dejó un expediente de investigación inconcluso, con muchas incertidumbres y que sacó de la línea de comando al entonces comandante general del ejército, el general José María Troconis Peraza y al ministro de la Defensa, el general Ítalo del Valle Alliegro. La segunda, el reservado encargo que le hizo el general ministro el 4F para buscar a un Hugo Chávez rendido y derrotado militarmente,y transformar en las dos horas que se hicieron de trayecto desde el Museo Histórico Militar hasta el quinto piso del Ministerio de la Defensa en una rutilante y resplandeciente victoria política montada desde el discurso del «Por ahora«. Y tercero y de última, la fórmula conclusiva del marrano indica que su presencia en el Ministerio de la Defensa y en Miraflores en esos momentos de la crisis solo se justificaban para la detención de Carlos Andrés Pérez, si y solo si, este se rendìa y entregaba el poder. Ustedes saben la historia, CAP se puso duro, aguantó el chaparrón de tanques y fusilería en Miraflores y La Casona, y el rendido fue otro. Y alguien se quedó con las ganas de cruzarse la banda presidencial. Ya ustedes conocen eso de rabo de cochino, trompa de cochino, cabeza de cochino, pezuña de cochino. Eso no puede ser un ornitorrinco.

Con Sun Tzu y su norma del uso de la mentira en la guerra, el general también navegó y   timoneó personalmente las procelosas aguas del pensamiento de otro militar, austríaco procedente del ejército prusiano durante las guerras napoleónicas –Karl von Clausewitz– y de apuntes obligatorios en las aulas de las escuelas de formación y capacitación castrense para adecuar lo de «la guerra es la continuación de la política por otros medios«. La aplicó y ustedes aún no se imaginan cómo le funcionó.

A la memoria del general de brigada del Ejército Ramón Guillermo Santeliz Ruiz, un hombre constante con sus arquetipos hasta el último momento en que respiró. Que descanse en paz su alma, a pesar de que se cagó conscientemente en el alma de muchos.

El mejor epitafio que se le puede poner en la tumba es “fue un hombre consecuente”.