El 3 de marzo próximo pasado, Víctor José López “El Vito”, nos deleitaba con su vigorosa y a la vez sensible presentación de José Carlos Arévalo como conferencista en la acostumbrada tertulia de Ventaurino. Ambas celebridades colmaron el espacio y sobre todo la atención de quienes asistíamos a lo que fue profusión de conocimientos sobre la fiesta de los toros, la “riqueza poética y vital mayor de España” como la conceptuó Federico García Lorca, extendida igualmente a otros confines sociales y culturales de nuestra América y de Europa. Toda una valoración de agilidades estéticas, de respeto a las formas y reglas, de la crianza, selección y el comportamiento del toro de lidia en la plaza –el último y definitivo juego taurino, a la manera de decir del egregio expositor de aquella memorable tarde–. Me correspondió el honor de moderar el coloquio concertado entre avezados estudiosos y aficionados a la tauromaquia, sin haber podido intuir que aquella sería nuestra última mesa redonda con “El Vito”.
“El Vito” había nacido en 1940, iniciándose como periodista del diario El Nacional en 1967. Fue miembro fundador, jefe de redacción y director de Meridiano, así como también vicepresidente de información del circuito de radio AM y FM Center. Laureado con el Premio Nacional de Periodismo Deportivo, sobresalió por la solvencia y contenido de sus aportaciones a la información y al conocimiento, así como por su infatigable defensa de la libertad de prensa y los valores de la democracia. Ocupó con notable merecimiento la presidencia de la Unión Mundial de Periodistas Taurinos, cuya tarea fundamental ha sido promover un periodismo digno, profesional y ético en los diversos medios de comunicación. El itinerario vital y profesional de “El Vito”, ha sido y seguirá siendo un referente del periodismo taurino y deportivo de Venezuela, con estimables alcances en toda la hispanidad y aún más allá.
Sus atinadas y engalanadas crónicas taurinas, así como sus admirables trabajos de investigación, constituyen material bibliográfico primordial para los lectores del llamado planeta de los toros. El último libro recientemente publicado en España (2022) nos relata desde sus primeras líneas “…la historia de un ganadero –Javier Garfias– que soñó reunir y ordenar los secretos que guarda la intimidad del toro bravo, con la intención de develarlos en beneficio de la estética del arte de la tauromaquia como valor cultural de México…”. Y es que su juiciosa narrativa abarcaba con prestancia el toreo de los países suramericanos y de México –también nos habló de España con propiedad–.
En nuestros repetidos encuentros de los últimos años, abordamos con particular interés el tema del toro criollo, el que por más de cuatro siglos había sido para “El Vito” el único sostén del desarrollo y formación del espectáculo taurino en tierras venezolanas. Gracias a ese toro ibérico fundador de nuestra ganadería nacional –en ello coincidíamos con “El Vito”–, se hizo posible sobre todo en nuestros llanos centrooccidentales, el poblamiento y desarrollo ulterior de la Provincia de Venezuela. Pero además debemos al toro ibérico primigenio –el mismo que el 16 de abril de 1922 mereció la medalla de oro conferida al general Paco Batalla en el concurso de reses bravas del Nuevo Circo de Caracas–, la formación de una afición entusiasta de la fiesta que dio brillo a nuestros primeros espadas y a maestros españoles visitantes que en Caracas, Maracay y Valencia prodigaron su arte y valor en las primeras décadas del siglo XX.
De allí surgió un compartido interés por el estudio académico de las ganaderías nacionales y los aportes genéticos que, a partir de la década de 1920, comenzaron a llegar a nuestro campo bravo sobre todo desde México y España. Con denodado empeño, “El Vito” identificó los datos que podrían servir de orientación a una investigación que tendría como punto de partida el año de 1921, cuando llegaron a Venezuela los primeros toros del Duque de Veragua –procedentes de la vacada real que perteneció a Fernando VII y su reina consorte María Cristina de Borbón– y del Marqués de Villagodio –berrendos y jaboneros de San Pelayo, en la provincia de Zamora–. Desde 1927 en adelante vendrán los Gamero Cívico, Carriquiri, Sánchez Cobaleda y Marqués de los Altares, entre otros. En décadas más recientes y una vez afianzadas nuestras ganaderías de bravo, vendrán los aportes de Joaquín Buendía (Santacoloma), Graciliano Pérez Tabernero, el Conde de la Corte, Torrestrella, Saltillo, Pinto Barreiro, Samuel Flores (Parladé) y Miura, entre otros. Su última entrega recibida a finales de enero del año en curso –acompañada de una misiva dirigida a “El Vito” el 9 de septiembre de 1990 por Luís A. Morales Ballestrassi–, consistió en documentos relativos a Guayabita (Pallarés Delsors), la primera ganadería venezolana de pura casta fundada por los hermanos Juan Vicente y Florencio Gómez Núñez en 1933, quienes para ello contaron con la singular asesoría de don Antonio Cañero y del gran Juan Belmonte. Sobre esos datos escribirá “El Vito” su magnífico artículo titulado “Guayabita: hierro prócer de Venezuela”, publicado en la revista 6TOROS6.
“El Vito” fue para nosotros un amigo entrañable, un caballero a carta cabal en cuanto le vimos hacer y decir siempre, hombre de natural bonhomía, invariablemente humilde y generoso, con su voz templada, elocuencia verbal y una “bien tajada pluma” como diría el R.P. Pedro Pablo Barnola, S.J. de los grandes escritores contemporáneos. Nos deja con el propósito de llevar adelante la investigación histórica referida en líneas anteriores –¡ojalá! Dios me ilumine para encaminarla como ambos la soñamos en inolvidables conversaciones entre devotos de la tauromaquia–. Porque para “El Vito”, el buen aficionado debe conocer la historia del toreo en todas sus vertientes, contada con rigor metodológico y en lo posible objetividad, aunque cada cual tenga derecho a lucir sus preferencias. Igual nos deja con el alma en luto al peso de su inesperada ausencia. Pero al otear aquello que en él se hizo arquetipo del bien obrar y don de gentes, nace de nosotros un ritual y espontáneo ¡Olé!, quizás la única palabra sincera que existe en el lenguaje, como nos dijera José Carlos Arévalo en nuestra última tertulia compartida con “El Vito”.
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