OPINIÓN

In memoriam: José del Rey Fajardo, S. J.

por Vicente Carrillo-Batalla Vicente Carrillo-Batalla

José del Rey Fajardo | El Ucabista

La enjundiosa investigación y producción intelectual del padre José del Rey Fajardo, S.J., entre otras cuestiones se propone examinar las particularidades y el pensamiento inherente al Nuevo Reino de Granada, esto es, sus formas culturales encontradas en la acción y huella de los jesuitas en la Orinoquia, así como también en la pedagogía por ellos implementada en tiempos de la Colonia. Un renovado afán que en alguna medida sigue los pasos del padre Gumilla y su obra monumental El Orinoco Ilustrado y Defendido, probablemente el mayor aporte que se conozca en perspectiva histórica sobre el gran río y sus pobladores –en ella, además de una aproximación a las costumbres y modos de vida de los pobladores originarios, el autor se refiere a la flora y fauna e incluso a ciertos accidentes geográficos que siguen siendo puntales de la cartografía venezolana–. Se trata pues de una enorme extensión de territorio, en cuya cuenca hidrográfica se asentaban comunidades autóctonas con cultura propia debidamente descrita por Gumilla y otros padres de la Compañía de Jesús –sobre las obras escritas y su impacto político, científico y etnográfico, se apoyó la defensa y el conocimiento en la vieja Europa, sobre los aborígenes americanos allí asentados–.

El Académico de la Lengua Francisco Javier Pérez Hernández –nuestro compañero de estudios en el Colegio San Ignacio de Loyola– se refiere al padre Del Rey como “…historiador de las ideas y la cultura de los jesuitas en Venezuela, principalmente del período hispánico o colonial, [quien] ordena un sistemático proyecto de investigación, cumplido científicamente y con una productividad sostenida que asombra y emociona, para agotar la reconstrucción de los aportes filológicos de la Compañía de Jesús en la Provincia del Nuevo Reino de Granada, cuyo radio de acción extendido reunía regiones de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá y Santo Domingo…”. Añade Pérez Hernández, que Del Rey trazará un ambicioso plan de estudio documental sobre la tarea filológica de la Orden en Venezuela, entendido como soporte de la gestión analítica y reflexiva de la que fue contribución de los jesuitas en la historia lingüística americana. Concluye afirmando que la llegada del autor a los estudios en comentarios hará época en estas áreas del conocimiento lingüístico, con su obra “Aportes jesuíticos a la filología colonial venezolana”, devenido a su tiempo en género de investigación sobre la ciencia colonial indigenista.

Nacido en Zaragoza (España) en 1934, Del Rey ingresó al Seminario en la Compañía de Jesús en la encantadora Loyola (Azpeitia) en 1952, emprendiendo su formación académica en la Universidad de Los Andes (Mérida), en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y en la Philosophische Theologische Hochschule Sankt Georgen de Frankfurt (Alemania). Se incorpora al personal docente y de investigación de la Universidad Católica Andrés Bello a partir de 1966, en la que asume el cargo de profesor titular. Doctor Honoris Causa de la Universidad de los Andes, de la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Centrales Rómulo Gallegos, de la Universidad Cecilio Acosta de Maracaibo y de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, en reconocimiento a su dilatada trayectoria intelectual y humanística. Para Del Rey la Javeriana será “…la gran casa de las ciencias y los saberes, donde durante casi un siglo y medio trataron de diseñar y construir los planos de la Nueva Polis neogranadina –culta, justa y virtuosa– y la carta de navegar en las dimensiones éticas del ser humano…”.

La hoja de vida del padre Del Rey exulta sus consagrados méritos en los campos de la docencia y la investigación. Fue director de la Escuela de Letras, decano de la Facultad de Humanidades y Educación, vicerrector de la Extensión Táchira de la Universidad Católica Andrés Bello y rector fundador de la Universidad Católica del Táchira. También fue director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello. Se incorporó como individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia, ocupando a partir del 28 de noviembre de 1996, el sillón letra S, luego de leer su discurso titulado: una utopía sofocada: Reducciones Jesuíticas en la Orinoquia. Igualmente ocupó a partir del 27 de abril de 2015, el sillón A de la Academia Venezolana de la Lengua –el mismo que ocupara Ramón J. Velásquez, de tan grata memoria–, después de pronunciar su discurso de incorporación titulado: La República de las Letras en la Babel étnica de la Orinoquia. Es laureado autor y coautor de una extensa obra enfocada como quedó dicho en líneas anteriores, en la historia y la historiografía de los jesuitas en Venezuela.

Conocí al padre Del Rey en mis años de estudiante de Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello. En ocasionales encuentros, hablamos de historia –una pasión compartida entre el maestro y el estudiante–, del modelo y paradigma de la educación jesuítica, de la que habíamos sido objeto durante nuestros trece años en el Colegio San Ignacio de Loyola –ella consiste en favorecer el desarrollo exhaustivo de los talentos dados por Dios a cada individuo–. En ese contexto, hablamos de la antigua metodología escolástica, prevalente en el medioevo y sustentada en la lógica aristotélica que intentaba comprender la verdad absoluta revelada por Dios –el afán reconciliador de la fe y la razón, la verdad y la ciencia–. Emerge la Compañía de Jesús en el Siglo XVI (1534), fundada por Íñigo de Loyola, con el propósito de enfrentar en el plano ideológico a la Reforma protestante y para lo cual, a su tiempo, se implementará la Ratio Studiorum o el método de los estudios que debían seguirse en colegios y universidades regentadas por los jesuitas –una pedagogía que como nos decía el Padre Del Rey a Henrique Iribarren Monteverde y a quien esto escribe, enfatizaba la función social de la educación escolar, siempre acorde con las necesidades y valores de cada sociedad y su tiempo–.

Se nos ha ido el padre Del Rey, amigo dilecto y maestro en quien se conjugaron la virtud y las letras, o los cimientos de una tradición educativa ignaciana que nos identifica. Nos queda el recuerdo de su natural bonhomía y don de gentes, de su erudición inagotable y generosidad al atender requerimientos de familia, como le vimos tantas veces en nuestra casa paterna –fue amigo y compañero de Academia de mi padre–, también en la propia y en la de amigos cercanos. Fue como bien apuntaba nuestro común amigo el rector Giuseppe Gianneto, un ser humano excepcional por sus principios y valores, a quien glorifica el Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me faltará… Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo: tu vara y tu cayado me infunden aliento…Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días.