El itinerario vital de Henrique Machado Zuloaga se desdobla en ejemplo visible de virtudes republicanas y un profundo sentido de la responsabilidad que le correspondió afrontar en diversos campos de actividad económica, en los que sin duda dejó un valioso aporte al desarrollo general del país. Fue un hombre decente en cuanto le vimos hacer o decir siempre, un empresario a carta cabal –de aquellos que arriesgan con sopesados criterios a la hora de asumir tareas de dirección y gestión de negocios, con genuina conciencia de la cuestión laboral al comprometerse en la búsqueda del bienestar de los trabajadores y sus comunidades, así como también sensatez y responsabilidad en lo tocante al impacto ambiental de la actividad industrial–, usualmente de pocas palabras, aunque agudo en sus reflexiones que hacían gala de honestidad intelectual, humor fino y apego a señalados valores –así lo encontramos repetidas veces en reuniones sociales y gremiales, en las que su respetable figura nunca pasaba desapercibida–. En el ámbito familiar fue un verdadero ejemplo de virtud y moral cristiana –el hogar doméstico que fundó junto a su inseparable Corina fue sin duda su mayor fortuna, extendida en la decorosa expresión de sus hijos y nietos–.
Su concepción del desarrollo económico nacional lo llevará a serenas reflexiones sobre el camino a seguir: la capacitación del recurso humano y el fomento de su creatividad, dos cuestiones que a su manera de ver las cosas no son espontáneas y por tanto requieren del ambiente apropiado para manifestarse, desenvolverse y producir los resultados esperados –la excelencia en la manufactura y la calidad total en los procesos llevados a efecto en la empresa, el ejemplo a seguir que observó repetidas veces en Japón y en otros países industrializados–. En entrevista concedida a la periodista Sofía Ímber en 1990, dejaba caer su preferencia y consecuente optimismo ante la apertura económica que estaba teniendo lugar como consecuencia de la aplicación del nuevo programa económico –se mostró convencido de que finalmente encontrábamos el camino idóneo, aunque apuntó la necesaria gradualidad de la transformación que estaba teniendo lugar, un signo de su comprensión de los desafíos que planteaba el tránsito de una economía rentista y cerrada a una productiva y abierta que además y por obvias razones, debía hacerse competitiva de cara a los mercados internacionales de bienes y servicios–.
Sobre las posibilidades del Mercado de Valores como complemento del crédito bancario convencional, hablamos más de una vez en los últimos tiempos cuando nos encontrábamos en reuniones periódicas del Ceveu. Siempre se mostró orgulloso de los resultados de su grupo de empresas siderúrgicas que acudieron exitosamente a los mercados nacionales y foráneos de deuda, contribuyendo con ello a valorizar sus marcas y generar mayor confianza en sus aptitudes –a ello se refirió igualmente en la comentada entrevista concedida a Sofía Ímber en 1990, al hablar sobre la emisión de 40MM de euros colocada por primera vez en el mercado europeo de valores, un verdadero hito para la empresa venezolana que despejaba nuevas alternativas de financiamiento internacional en condiciones beneficiosas–. Todo ello como resultado de los pasos que se dieron hacia la referida apertura que tiempo después fue interrumpida por la crisis política de 1992 y sus secuelas sobre la economía e imagen de seriedad del país. Pero tan seguía siendo la mejor alternativa, que en 1996 se repitieron los mismos pasos con la eliminación del control de cambio, las privatizaciones de empresas del Estado y la apertura petrolera –y si una vez más se dio marcha atrás a partir de la primera década de 2010, hoy vuelven a plantearse como salida a la severa crisis financiera y fiscal que nos envuelve–.
Henrique Machado Zuloaga siempre apostó por Venezuela como base fundamental de operaciones y desarrollos industriales llevados a cabo por el grupo Sivensa. Una actividad empresarial afirmada en el profesionalismo del competente equipo gerencial y el escrupuloso cumplimiento de normas básicas de buena conducta corporativa. No hay la menor duda de que su impronta, aunada al respaldo de sus accionistas y colaboradores, quedó reflejada en los valores de honestidad, respeto al individuo, responsabilidad individual, perseverancia en el logro de las metas propuestas y una ética expresada en el estricto cumplimiento de los compromisos comerciales del grupo de empresas.
El sentimiento de identidad nacional nos aproxima como sociedad humana a los valores republicanos que nos identifican y que han trascendido los momentos más oscuros de nuestras crisis políticas desde que nos hicimos independientes en 1830. No se han perdido –como bien apuntaba el maestro Augusto Mijares–, “…aquellos propósitos de honradez, abnegación, decoro ciudadano y sincero anhelo de trabajar para la patria. Aun en las épocas más funestas puede observarse cómo en el fondo del negro cuadro aparecen, bien en forma de rebeldía, bien convertidas en silencioso y empecinado trabajo, aquellas virtudes…”. Y ello porque el espíritu consustancial a una determinada expresión de identidad nacional supone el despliegue de sentimientos de orgullo y ante todo de compromiso con el país, con sus gentes de buena voluntad y posibilidades ingénitas. En Henrique Machado Zuloaga, como hombre de bien y de arraigados valores humanos, sobresalía esa profunda fe en el país que, aunada a su trayectoria familiar, social y profesional, lo convierten en modelo de ciudadano y auténtico referente de venezolanidad.
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