Comienzo por evocar aquella jocosa frase de nuestro recordado Ricardo Zuloaga, que solía repetir en las exequias de sus amigos para de alguna manera paliar las humanas emociones que de suyo florecen en tan tristes momentos: “Mis compañeros de generación han adquirido la costumbre de estarse muriendo, cosa que no hacían antes”. Pienso que el hecho cumplido debe llevarnos a celebrar la vida de quienes se nos van; al recordarlos, sus ideas y acciones mantienen plena vigencia en nuestra cotidianidad, estableciéndose un diálogo inmaterial que suele ser reconfortante y enriquecedor.
Álvaro Maldonado fue para mí –salvando las diferencias de edad– un amigo de veras entrañable e incondicional, un ser humano de notables atributos con quien sostuve trato asiduo y deferente en los más diversos quehaceres y circunstancias profesionales y familiares que el destino situó ante nosotros. Un largo peregrinaje que ambos conceptuábamos como “camino de perfección”, entorno de vivencias y actitudes sustentadas en valores compartidos –los rasgos dominantes fueron siempre y a todo evento la lealtad, la solidaridad, el compromiso y la mutua sinceridad–. Fue un hombre de acción, perseverante y arriesgado, serenamente estudioso, de aquellos que profundizan y dominan las materias de su particular interés, ambicioso y exitoso en los negocios, sujeto de familia y de sus amigos sinceros, un venezolano a carta cabal hasta el final de sus días. Dotado de inteligencia y avasallante personalidad, fue reconocido por su honestidad, generosidad y nobles intenciones para con los demás. Su energía vital parecía inextinguible, era vehemente e impetuoso y con el tiempo aprendió a reconocer sus humanos errores –la ruta de la comprensión y del aprendizaje, como solía reiterar en su discurso habitual–.
Álvaro Maldonado era a finales de los años sesenta del pasado siglo un joven profesional egresado de la escuela de Zootecnia (Animal Husbandry) de la Universidad de Cornell e investido de funciones gerenciales en la compañía ganadera Invega. Desde allí sondeará los caminos para el mejoramiento genético del rebaño bovino y yegüerizo, para la alimentación del ganado sobre la base de un adecuado manejo de praderas naturales, para la mecanización de suelos y siembra de forrajes cuando fuere procedente en función de las condiciones agroecológicas del terreno. Convencido del inmenso valor que tiene el recurso humano, se empeñó primeramente en su bienestar –una constante en sus relaciones laborales de siempre–, instaurando un equipo de profesionales calificados para atender con seriedad los trabajos del campo; en casos puntuales les estimuló al estudio y patrocinó la realización de cursos de especialización con el señalado propósito de espolear sus capacidades innatas y mejorar su rendimiento. Impulsó los programas conservacionistas que dieron lugar tiempo después a la creación de la Estación Biológica Hato El Frío, luego de la visita y realización de los programas para la televisión española que hicieran Félix Rodríguez de la Fuente y Javier Castroviejo. La Estación Biológica se convertirá en centro de investigación y más tarde asiento de programas para la reintroducción de especies amenazadas. También se encauzarán notables proyectos para la educación ambiental, el ecoturismo y el ecodesarrollo, tan importantes en la formación de una conciencia ecologista en las nuevas generaciones.
Más tarde incursionará en la industria automotriz, incorporando novedosas tecnologías japonesas en la fabricación de equipos de aire acondicionado para vehículos. También incursionará en la Industria de los Seguros patrimoniales y de personas como presidente de Seguros La Previsora, donde ambos compartimos experiencias –la adquisición y reestructuración de Seguros Los Andes en la década de 1990 que me tocó presidir y la conducción de reclamaciones y negociaciones con contrapartes norteamericanas–. Aquello que fue para ambos una escuela, contó con su agudeza y sentido práctico, las claves del éxito de arrojadas iniciativas en un país que ya se aproximaba a una crisis política de preocupantes contornos.
Su espíritu público –siguiendo el legado de su abuelo y de su padre– no quedó expresado en la ostentación de cargos altisonantes sino en el apoyo que siempre dio a quienes ocupaban elevadas funciones en la administración del Estado. Cuando me correspondió ejercer funciones como miembro del directorio de Fogade en plena crisis financiera de mediados de los años noventa del pasado siglo, dedicó horas enteras a proveer ideas y propuestas de solución a los problemas planteados. Asistió a reuniones de trabajo, así como también patrocinó investigaciones que arrojarían nuevas luces sobre el manejo de aquellos trastornos. En materia ganadera respaldó con su experiencia y conocimientos las iniciativas gremiales adelantadas por Convecar que auspiciaban la ecuanimidad de las políticas públicas; lo hizo mientras ejercí como ganadero la presidencia de esa institución y aún después, siempre generoso con su tiempo y aportes. En años recientes, a pesar de haber optado por residir en el exterior –entre otras razones por cuestiones de salud–, se mantuvo muy activo sobre los temas venezolanos, realizando periódicos intercambios y ayudando en la formación de criterios indispensables para salir de la crisis que nos envuelve. Le animaba el propósito de recuperar la iniciativa privada, de atender las necesidades básicas de la gente común, de restablecer la dignidad del país, de reconstruir la ganadería en nuestros llanos de Apure, la gran pasión que le acompañará hasta el final de sus días.
Álvaro se ocupó con esmero de interpretar los paisajes del alma y de la mente humana, un ejercicio tan complejo como indispensable –para muchos inagotable en su plenitud–; sobre ello avanzó muchísimo y nos dejó sesudas y serenas reflexiones. Estampó honda huella en los corazones de muchos y se nos ha ido con la enorme satisfacción de haber logrado singulares propósitos empresariales, sociales –su labor social y cultural merece estima y encomio–, y ante todo familiares –su motivación esencial, como nos dijo tantas veces–. Pero más allá del privilegio de su amistad, su vida se nos desdobla como referente de venezolanidad –y de posibilidades– para quienes no perdemos la esperanza de tiempos mejores.