In A Violent Nature de Chris Nash transforma la conocida premisa de un slasher basado en un asesino imparable en una exploración sangrienta acerca del mal. Pero mucho más, la posibilidad de la violencia total y brutal, como un rasgo humano perverso, que emerge de las sombras de la muerte. Lo que convierte a la cinta en una rareza destinada a convertirse en obra de culto
En In A Violent Nature (2024) de Chris Nash hay muy poco diálogo. Tampoco demasiado contexto. Pero la historia (que el director también escribe) toma la premisa habitual de un slasher y la convierte en una exploración inquietante, malsana y cruel acerca del mal. No solo el mal humano —que se analiza a través de una serie de gráficos, sangrientos y detallados asesinatos brutales, tal como manda la tradición del género— sino también, gracias a una vuelta de tuerca insólita. La de brindar un lugar esencial a un asesino despiadado, sediento de sangre y de venganza. No solo eso, sino además, explorar en su psicología dentro de un cuidadoso retrato basado en imágenes, sensaciones y pulsiones, que no necesita de parlamento alguno para comprender con claridad.
De hecho, uno de los grandes triunfos de este argumento atípico y basado en un nihilismo visual en ocasiones desconcertante, es lograr que su asesino sin nombre (Ry Barrett), sea un híbrido entre una máquina monstruosa para matar y un ser humano, en agonía. Por supuesto, este aparente suplicio —que jamás se explica del todo— no se utiliza para justificar su conducta. En lugar de eso, Nash logra que el padecimiento del personaje —que se traduce en una ira ciega y casi sobrenatural que expresa en todo su poder el asesinato— será una forma de enlazar una línea de eventos en apariencia desordenados.
De modo que el habitual origen traumático del asesino, no se narra como leyenda ni tampoco, información necesaria para entender su proceder. Al contrario, los pocos datos que se enumeran, logran convertir el escenario de la narración en una amplia combinación de puntos de vista sobre el miedo y el mal, como elemento primitivo. El personaje, sin nombre, no es una criatura sobrenatural — aunque se insinúa que algo inexplicable sucede a su alrededor y al subtexto — y tampoco, del todo, solo maniaco homicida. La cinta establece una diferencia muy específica y juega con una visión elaborada y fatal, acerca de la necesidad de destrucción y sacrificio. Como si se trata de un elemento religioso, el hombre sin nombre mata en primer plano mientras la cámara lo sigue y explora los sentimientos casi salvajes que le animan desde un cariz especulativo.
¿Siente terror, angustia, necesidad, deseo? Nash no se prodiga en explicaciones — no las necesita — y avanza con cuidado en un terreno movedizo. Su monstruo con el rostro cubierto no abandona del todo la naturaleza del hombre y se nutre de su complejidad añadida e insinuada, como una especie de alimento para evitar ser bidimensional. El punto de vista del asesino agrega poder a la idea de matar como un acto definitivo de vanidad. También, como una expiación desesperada y enajenada de un tipo de sufrimiento retorcido.
Una mirada hacia la oscuridad de todos los hombres
No obstante, la cinta no intenta ser sermoneadora, moralista o decantarse con lograr la humanización de su asesino, dándole matices espirituales. En una decisión brillante, Nash convierte todos los rasgos brutales, en una idea contundente acerca de lo que es la necesidad de la violencia. Más alejada del retrato psicológico en estado puro de lo que podría suponerse, In A Violent Nature tiene más interés en cierto aspecto metafísico de la salvaje necesidad de gratificación.
El asesino mata porque lo necesita, en cierta aspiración metafísica de trascendencia. Pero no se trata de complacer a una deidad, aspiración o mensaje en apariencia maligno. El guion convierte esa despiadada compulsión, en una serie de razonamientos abstractos, acerca del deseo. Sin recurrir a las sutilezas, la película explora la brutalidad, el ansia irrefrenable de destrucción como un apetito voraz que nada saciará. Y es allí en donde lo equipara a la idea de un sistema de ideas dentro del desorden caótico y perverso que anima a su monstruo enmascarado.
In A Violent Nature no es una película de terror propiamente dicha, aunque desde luego tiene toda la estructura de una y utiliza los códigos del género con habilidad. Pero en realidad, este aire naturista, de mostrar cómo el asesino es una construcción de la muerte, la vida y una retorcida energía, la que brinda al largometraje su extra personalidad. A medida que la película avanza —y hay un rastro de cadáveres decapitados y mutilados que seguir— la trama se hace preguntas inquietantes acerca del hecho de matar.
¿Es solo un impulso o puede ser la consecuencia de una necesidad brutal, que una vez liberada es imposible de volver a contener? La cinta, una monumental mirada acerca del horror convertido en un punto para descubrir los espacios más perversos del hombre, usa su apartado visual cuidadoso y naturalista para dar algunas señas de lo que puede ser la respuesta a esa pregunta. Pero antes de responderla del todo, se esmera por dejar a su paso, la idea que lo maligno habita en cualquier ser humano. Listo para saltar y convertirse en el aliciente del caos absoluto. El rasgo más singular y mejor logrado de la película.
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