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Ilusos unos, cobardes otros, codiciosos algunos, mediocres los más

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Foto EFE

Estas son las características de buena parte del liderazgo político mundial, el cual incluye el liderazgo político venezolano. Lo que estamos presenciando es un colapso ético de gigantescas proporciones. En África del Sur le encuentran medio millón de euros al presidente de ese país, escondidos en un sofá. En la Unión Europea, encuentran 1,5 millones de euros provenientes de Qatar, en el apartamento de una de las vicepresidentas del Consejo Europeo. En Argentina condenan a la vicepresidenta del país, Cristina Fernández, por corrupción. En Brasil el nuevo presidente Lula hace poco salió de prisión, donde se encontraba por ladrón, para reemplazar a un fanático que hizo de la Amazonia un desastre. En Estados Unidos, la saga del expresidente Donald Trump es una de fraudes, mentiras, insurrecciones, descaro, mediocridad y desvergüenza. En Perú, el payaso Pedro Castillo trató, lo vimos y escuchamos por Televisión, de alzarse contra las instituciones de manera suicida y, luego, ha sido apoyado en su burdo intento de autogolpe  por la cofradía  de la izquierda extrema representada por  Maduro, Díaz-Canel, Ortega y López Obrador. En Israel, la extrema derecha representada por Netanyahu regresa al poder, aunque este líder está indiciado por fraude, cohecho y abuso de autoridad. En Irán el régimen asesina a sus jóvenes en nombre de la religión, ante la indignación mundial. El carnicero Putin ha visto morir en Ucrania a 30.000 de sus compatriotas, en el nombre de un estúpido nacionalismo e, impasible, planifica enviar muchos más a la muerte. En Colombia, el nuevo presidente Petro se convierte en protector de Maduro y canta las loas de la droga en las Naciones Unidas. En Hungría Viktor Orban y en Bielorrusia, Lukashenko,  se alinean con Putin. En Estados Unidos Biden –en un acto de incoherencia política– oxigena a Nicolás Maduro como autócrata de Venezuela al hacer negocios petroleros con un hombre a cuya cabeza le ha puesto el precio de 15 millones de dólares.

Los representantes del buen liderazgo lucen débiles e indecisos frente a la agresividad de esa confraternidad mundial  de ladrones, asesinos y abusadores del poder. Como en el poema de Yeats: “The Second Coming”:

“El Falcón no escucha al halconero/el centro no puede resistir 

La anarquía prende en el mundo/los mejores carecen de convicción 

Mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad” 

Y,  ¿qué sucede en Venezuela, que se ha hecho la oposición a la funesta corriente chavista embrutecedora y prostituyente? Se ha difuminado, una buena porción ha ido a cenar a  Miraflores con la bestia que ha destruido al  país,  entregándole al régimen asesino, lavador de dinero, narcotraficante, torturador y destructor de la nación los restos de dignidad que les quedaban, como una caricatura tropical  de lo que fue el gobierno títere francés  de Vichy,  de Pétain y Laval, durante la segunda guerra mundial. En Venezuela, sin embargo, no se raparán cabezas porque el país, desamparado de líderes, aparece postrado, resignado, sin fuerzas para rebelarse.

Un Nuevo Tiempo, Primero Justicia y una Acción Democrática que es apenas el intestino grueso de lo que fue un cuerpo vigoroso, ha decidido pactar con Maduro y terminar con el símbolo de la oposición, el gobierno interino de Juan Guaidó, “por no haber tenido los resultados deseados”. Pero el fracaso que pueda existir ha sido en gran medida el producto de sus propias torpezas, de sus cobardías e indecisiones. Ahora se rinden con armas y bagajes y consagran su nueva condición de súbditos de un régimen despreciable. Borges, Capriles, Ramos, Gutiérrez, Rosales, Falcón y sus grupos de seguidores invertebrados rematan con esta rendición un juego político que ha sido propio de la mediocridad y de la cobardía cívica.

No pueden representar a la Venezuela que no se rinde. El país no puede caer más bajo y ahora requiere que la sociedad civil genere de su seno nuevos liderazgos que se ajusten a  principios y valores éticos y ciudadanos que deben formar la columna vertebral de una sociedad civilizada y digna, sin los cuales el país se reduce a una montonera.

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