OPINIÓN

Ilusorio espejismo: ¿el modelo chino para Venezuela?

por Rafael de la Cruz Rafael de la Cruz

En algún momento hace poco menos de dos años alguien convenció a Maduro de que la hiperinflación era peor que cualquier otro mal económico. Los precios suben como un cohete y los salarios se quedan pegados al piso. La moneda pierde valor y le da impulso adicional a la subida de los precios. Inflación y devaluación de la moneda son como un perro que se muerde la cola y que gira cada vez más vertiginosamente. Como resultado, el régimen se quedó en la lona. La gente se le rebeló, y se acabó lo poco que se daba.

Las razones más inmediatas que explican la hiperinflación que vivió Venezuela, y que todavía muestra secuelas, fue un gasto público excesivo, financiado por una expansión monetaria sin freno – la maquinita de imprimir billetes sin parar, día y noche; aunado a un endeudamiento insostenible. Ante este escenario, las reservas internacionales, es decir los dólares, se evaporan a alta velocidad. Los agentes económicos se quieren deshacer de los cada vez más depreciados bolívares y compran dólares a toda costa para proteger el valor de su dinero. Al haber menos dólares, su precio sube en bolívares, que a su vez se devalúan más aún. Al agotarse las reservas internacionales el régimen cesó de pagar la deuda, y se desligó de los mercados financieros internacionales y de los multilaterales – Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo y Banco Mundial. En resumen, un desastre. Sumieron al país en un escenario de incremento exponencial de precios sin control, y de empobrecimiento de los venezolanos.

Las causas más remotas de este desastre son muchas. Pero voy a nombrar tres. En primer lugar desde el comienzo mismo de la revolución bonita, a Chávez se le ocurrió que expropiar empresas, haciendas, edificios, clubes, medios de comunicación y un largo etcétera, era una magnífica idea. Si no, miren al mar de la felicidad en el que nada Cuba. Con esto destruyó el cimiento básico de cualquier economía seria: los derechos de propiedad. Y los revolucionarios se felicitaron. Porque de eso se trataba, de destruir la economía privada y estatizar todo lo que pudieran.

La segunda hazaña revolucionaria fue endeudarse en el mismo momento en el que los precios del petróleo y la producción todavía estaban en niveles altos. El chorro, no el chorro, la catarata de plata que entró a Venezuela en esos primeros años era como para agotar la sed de gasto del más pintado. Pero, no fue suficiente para Chávez. Creyendo que iba a repartir revolución por toda América Latina, no se le ocurrió otra cosa que endeudarse hasta los tequeteques. Al fin y al cabo, ¿no es para eso que tenemos petróleo hasta cansarnos, que da para pagar cualquier deuda? – le dijeron algunos iluminados.

La tercera idea genial del régimen fue destruir a Pdvsa. Chávez pensó: esos tecnócratas ¿qué se han creído? ¿que cómo es eso que Pdvsa tiene autonomía y se maneja con excelencia y rigor? No señor, Pdvsa es del pueblo soberano, y además -pensó el comandante eterno- me quisieron dar un golpe. No señor, de patitas a la calle. Y pa’dentro los enchufados del régimen, los panas revolucionarios. Se creyeron que tenían a la gallinita de los huevos de oro: ahora sí que estamos en la buena -se dijeron. Pero, sin el cuidado de quienes saben el negocio, ni la inversión que se requiere para mantener funcionando una industria con más de cien años de edad, poco a poco fueron acabando con su capacidad productiva que, en su momento, fue ejemplo de calidad mundial y orgullo de todo el país. En 2014, con la caída simultánea de la producción por descuido y torpeza; y el desplome de los precios del petróleo, por los vaivenes cíclicos de esta industria global, nos encontramos con el rey desnudo, y con un montón de deuda que solo se puede pagar en dólares. Exprimieron a Pdvsa sin invertir lo necesario para mantener la producción. Exprimieron a la gallinita de los huevos de oro, sin darle de comer, hasta que desfalleció de inanición.

Ahí fue que remató Maduro. Bueno, si hace falta plata, ¿para qué están las maquinitas que imprimen dinero?, le dijeron los avispados del régimen. Y se tiraron por ese barranco inflacionario primero e hiperinflacionario después. El resto es historia.

Cuando finalmente hasta los personajes del régimen se dieron cuenta de que había que hacer algo, empezaron a susurrar mea culpa sobre las expropiaciones. Alguno dijo en voz baja “se nos pasó la mano”, “hay que darle confianza al sector privado para que vuelva a invertir” -dijo otro. Y enviaron por ahí emisarios que dieron toda clase de explicaciones y les contaron a los empresarios sobrevivientes de la debacle socialista que se iban a portar bien de ahora en adelante. Y que sí, tranquilos, inviertan no más. A su vez, retomaron las viejas ideas de asociaciones con empresas petroleras para revivir la producción. Bajaron la emisión monetaria y restringieron el gasto público. El descontrol inflacionario y la devaluación recurrente bajaron de velocidad. Al fin parecía que la economía se podía encaminar, más o menos…

El ajuste económico torpemente mal ejecutado, sin acceso al crédito externo, en ausencia del apoyo de los multilaterales, con una deuda que se acerca al 200% del tamaño de la economía actual de Venezuela, ha resultado en un desastre de proporciones bíblicas para la población.

El intento que está haciendo Maduro de defraudar al país, alegando que ganó unas elecciones que perdió, no le va a ayudar a recuperar la legitimidad perdida desde 2018. Y sin legitimidad, con el rechazo masivo del país y aislado internacionalmente, se  mantendrán cerrados los mercados financieros internacionales, seguirá sin acceso a los organismos multilaterales, no podrá renegociar la deuda externa, ni podrá pagar a los tenedores de bonos de la República. Es previsible que si insiste en esta actitud las licencias para las empresas petroleras que están operando en el país serán revocadas. 

Con esa pretensión Maduro ha acabado con el ilusorio plan de aplicar en Venezuela el modelo chino que han proclamado solapadamente algunos voceros del régimen – un gobierno autoritario y una economía de mercado restringida y con alta intervención del Estado. La realidad es que el país quedaría enfrascado en un dilema de pronóstico reservado. Por un lado podrían volver a imprimir billetes para pagar los gastos del Estado y volver al ciclo vicioso de hiperinflación y devaluación. Por otro lado, podría mantener un cierto control macroeconómico limitando la expansión monetaria y el gasto público. Esto mantendría el país en un nivel de pobreza permanente al estilo, nuevamente, del mar de la felicidad en el que nada Cuba.

El destino y la salud económica y social de Venezuela está en juego. Maduro es ilegítimo y no puede proponer una visión de futuro para el país. Se le acabó el juego. Solo le queda la represión de un bravo pueblo que no se doblega.