OPINIÓN

Ilusiones fugaces

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

RAÚL

A partir de hoy culmina oficialmente la primera parte de la temporada de las ilusiones programadas. Entre el 22 y el 25 de diciembre la magia abre la caja del corazón, dejando asomar algunos sueños. Vendrán luego el adiós a este 2023, año amenazante, en sintonía con los padecidos en esta década. Después, la llegada de los Reyes Magos (desplazados en parte por Papa Noel, Santa Claus y otros agentes de viajes remotos, especialistas en distribución de regalos). La primera de estas ilusiones camina de la mano del juego institucionalizado y promovido, oficialmente, con gran entusiasmo: la lotería, con la cual ciudadanos y Administración esperan mejorar su situación financiera. Durante unas cuantas semanas los templos de la fortuna, en la Puerta del Sol y alrededores, y otros en distintos puntos de España, han atraído una de las más amplias comunidades de creyentes. Aunque sólo en unas horas, muchos han visto ya desfilar esta fantasía hacia un forzado conformismo, aceptando la bondad superior de la salud que aún conservan.

El 22 de diciembre se celebra, con su peculiar liturgia, la ceremonia decisiva de la Lotería Nacional. Antes Primitiva, desde 1763, y luego Nacional, a partir de noviembre de 1811, en el contexto de la guerra contra Napoleón. Su primer sorteo se realizó en Cádiz, el 4 de marzo de 1812, quince días antes de la promulgación de la Pepa. Acaso los dos logros principales de las Cortes reunidas en aquella ciudad. Una vez liberado Madrid se celebraría aquí desde 1814. Pero también la lotería se vio pronto politizada. La denominación de Real Lotería Nacional de España cambió, al hilo de la situación política, y lo de Nacional, término evocador de la Nación como sujeto de la Soberanía, no tardó en modificarse. Vuelto Fernando VII en 1814, lo de «Nacional» despertaba algún recelo y la lotería dio en llamarse Moderna, hasta 1820-1823, cuando recuperó el calificativo de «Nacional». La década siguiente 1823-1833 volvió al título de Moderna. Desde esta última fecha se impuso, hasta hoy, la designación de Lotería Nacional. Así pues, se podría identificar la situación política de España, en cada momento, sin más que leer la placa de cualquier plaza mayor de cada pueblo o ciudad, o el enunciado de los billetes de lotería.

En los últimos años la gestión de este juego, al menos la verdaderamente Grossa, ha pasado de Hacienda a Presidencia de Gobierno, encargándose de ella Pedro Sánchez. En su «papel de lotero mayor del reino» reparte los premios, cuyo importe llega a las arcas públicas, por diversas vías, según su peculiar modus operandi. Los premios mayores están adjudicados, sin necesidad de sorteo, a algunos vascos y catalanes, que compran sus billetes mediante los votos que Sánchez necesita. No sabemos cómo terminará este modelo, aplicado con el objetivo de «normalizar» la situación política, puesto que la «normalidad», proclamada por el Gobierno, es otra de las palabras más necias, vacías, profusas, confusas y difusas de la jerga sanchista.

Sigue en el calendario la Navidad, forjada de ilusiones y esperanzas, y de reflexión sobre lo que hemos y no hemos hecho, a lo largo de este año. Tiempo de balance, sin tiempo para ello, la Navidad se diluye un tanto, a la manera de Dickens, en los fantasmas de otras navidades de ayer y de mañana, resultando menos atractiva para una parte de la sociedad. Los errores cometidos apenas se perciben y escasea el afán por superarlos, con generosidad y buena voluntad. No obstante, desde los cuentos de otros países, (Ch. Dickens, L.M. Alcott, H. C. Andersen, Ch. Riddell, …) a nuestros textos navideños (Larra, Mesoneros Romanos, Bécquer, Alarcón, Pereda, Clarín, … ) discurren notables visiones de la Navidad, destacando las cinco novelas cortas de Dickens, especialmente Canción de Navidad. El encanto del momento navideño es capaz de transformar incluso al avaro Ebenezer Scrooge, frente a un mundo de marginación y pobreza con el trabajo infantil al fondo, en la Inglaterra de 1843.

Sin embargo, tal vez resultaría más significativo aún, en nuestros días, el artículo que, a manera de ensayo, publicó Larra unas semanas antes de su muerte, bajo el título «La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio febril», mencionado en otra ocasión. El pesimismo atraviesa el alma de Fígaro cuando escribe «… el corazón del hombre necesita creer algo y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer». Evocando las Saturnales, las fiestas que los romanos celebraban entre el 17 y el 23 de diciembre, mezcla de carnaval y otras licencias, tenían en ellas los criados ocasión de decir la verdad a la cara a sus dueños. Larra tembló ante el suyo. ¿Imaginemos que hoy los ciudadanos incluso los domésticos de algunos políticos pudieran hacer el mismo ejercicio, por ejemplo, con Sánchez? ¿Qué haría frente a la verdad?


Artículo publicado en el diario La Razón de España