OPINIÓN

Ignorancia imperial

por Sergio Muñoz Bata Sergio Muñoz Bata

GDA | El Tiempo | Bogotá

Aunque no debería asombrarnos que dos de los precandidatos a la candidatura presidencial del Partido Demócrata, Amy Klobuchar y Tom Steyer, no supieran el nombre del presidente de México, su ignorancia sí es preocupante.

La vecindad, el elevado número de mexicanos que viven en Estados Unidos, los convenios de seguridad y las relaciones comerciales entre los dos países –que ascendieron a 97.400 millones de dólares en el primer bimestre de 2019– son solo algunas de las muchas razones por las que habría que esperar más de cualquier aspirante a la Presidencia de Estados Unidos.

La triste realidad, sin embargo, es que muy pocas veces en la historia los presidentes estadounidenses han dado muestras de conocer la historia de los países del continente americano.

En octubre del año pasado se dio un caso que reveló, por enésima ocasión, la ignorancia supina del actual presidente, ahora sobre la configuración geográfica no solo de América Latina, sino de su propio país. Durante un mitin de campaña, Trump prometió que su muralla incluiría un “bellísimo” tramo en la frontera entre el estado de Colorado y México.

El problema, como le aclaró el gobernador de Colorado, Jared Polis, “es que la promesa del presidente presenta serios inconvenientes” porque de Colorado a la frontera sur hay 400 millas de distancia, y habría que desaparecer a Nuevo México y quizá una esquinita de Texas para que la promesa presidencial tuviera sentido. “Sin embargo”, tuiteó el gobernador, “la buena noticia es que en Colorado el kindergarten es gratuito para que los niños aprendan los rudimentos de la geografía nacional”.

Otro caso en el que evidenció la apabullante ignorancia de otro presidente estadounidense se dio durante la gira de Ronald Reagan a Centro y Suramérica en 1982. La gira tuvo una duración de cinco días, para visitar Brasil, Colombia, Costa Rica y Honduras y su propósito, según declaró el secretario de Estado George P. Shultz, era familiarizar a Reagan con la región y ratificar el apoyo de Estados Unidos al sistema democrático en el continente americano.

En el viaje de regreso a Washington, un reportero le preguntó al presidente si la gira le había hecho cambiar su punto de vista sobre América Latina, y Reagan le contestó: “Aprendí mucho… Te sorprenderías. Cada país es distinto”. Es decir, lo que mayor impresión le causó a Reagan fue que los brasileños no se parecían a los colombianos ni los ticos a los hondureños.

Pero lo verdaderamente memorable fue que en un viaje cuyo propósito era promocionar los valores democráticos al estilo norteamericano, Reagan se deshiciera en elogios a João Figueiredo, el último presidente de la dictadura militar que se inició en 1964 y terminó en 1985; a Roberto Suazo Córdova, que convirtió a Honduras en una base militar norteamericana para combatir a los sandinistas que recién habían derrocado al dictador Anastasio Somoza Debayle; al general Efraín Ríos Montt, convicto de genocidio y a quien Reagan describió como “dedicado totalmente a la democracia en Guatemala”, y, finalmente, que anunciara que se reanudaría la ayuda militar a El Salvador dado “su progreso en la defensa de los derechos humanos”. Dicho esto justo después de la masacre del Mozote, en la que el gobierno asesinó a más de 800 civiles, y antes de la masacre de El Calabozo, en la que el ejército mató a más de 200 niños y adultos.

Afortunadamente, la voz que rescató la dignidad del subcontinente fue la del presidente de Colombia Belisario Betancur, quien en su discurso de bienvenida al país criticó severamente la política norteamericana en América Central y conminó a Reagan a cambiar sus políticas de asistencia, comercio y narcóticos hacia América Latina.