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Ignacio Chaves: un colombiano ejemplar

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Ernesto Samper, Ignacio Chaves y María Mercedes Carranza

 

José Ignacio Chaves Cuevas [Bogotá, 1938-2005] renunció a la dirección del Instituto Caro y Cuervo después de 20 años y no pudo ocultar cierta amargura por la condición en que se produjo su desagüe. «Me insinuaron que renunciara», sollozaba al referirse a los efectos de una pesquisa realizada por el, también corrupto, Ministerio de Cultura colombiano, según la cual, durante su ejercicio, Chaves Cuevas jamás se ciñó a los trámites jurídicos al realizar contrataciones con terceros, una de las fuentes primarias de la politiquería nacional.

Entre los hallazgos, por ejemplo, Chaves no figura en los archivos de la Universidad de Los Andes como estudiante de pregrado ni postgrado, según carta de la oficina de admisiones, donde insistía que había cursado estudios de filosofía y letras entre 1958 y 1961, [de los cuales sólo daba fe Maria Mercedes Carranza, falangista y admiradora de Rojas Pinilla como él], que había sido becado y que incluso, había hecho varios semestres de arquitectura que le habrían servido para hacer reparaciones locativas múltiples en las dependencias del Caro y Cuervo, donde levantó un emplazamiento de gloria para el busto de Eduardo Carranza, ejecutado al natural por el franquista Emilio Laíz Campos, que hizo el colosal Blas de Lezo de Cartagena de Indias. 

La dependencia de los Andes, ante la solicitud escrita de datos sobre su graduación, respondió que por políticas universitarias no podían dar más información. Chaves tampoco mostró diploma o certificados para comprobar la finalización de sus estudios. Y a medida que fueron transcurriendo los años de su defunción, hemos sabido que nunca estudió en la Faculta di Magisterio de Universita degli studi di Firenze; ni en el Instituto de Cultura Hispánica en Madrid; ni en el Institut des Civilisations Diférentes, de Aix en Provence; y es marrulla que fue alumno de Dámaso Alonso, Jorge Guillén o Eugenio Coseriu.

No obstante, el “doctor” Chaves fundó y presidió desde los años ochenta la Peña del Toro en Bogotá y fungió de docente en universidades de Florencia en Italia; Nacional de Colombia; Javeriana; de los Andes, Santo Tomás, y el Caro y Cuervo, donde peroraba sobre Literatura Hispanoamericana y Teoría Literaria. Con los mismos “títulos” fue secretario Privado de la Gobernación de Cundinamarca, secretario del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica; secretario de la Facultad de Economía de la Universidad La Gran Colombia; Decano y Secretario Académico del Seminario Andrés Bello; fundador de la Corporación de Ciencias Veterinarias; miembro correspondiente de la Real Academia Española y la Academia Norteamericana de la Lengua Española. 

Su gran faena fue despilfarrar millones y millones de pesos durante los veinte años que estuvo al frente al Instituto Caro y Cuervo, donde dejó, en las bodegas, casi un millón de ejemplares de los libros confeccionados por sus amigos y valedores, que estampó para congraciarse, pero nunca distribuyó ni intento vender. El Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, obra iniciada en 1872 por Rufino José Cuervo, que confeccionó sólo cuatro tomos, fue publicada en su totalidad entre los años 1987 y 1994, por un equipo de ignaros que anegaron de dislates y errores de ortografía los volúmenes restantes, que nunca, nadie, ha leído ni usado. Además, Chaves Cuevas procuró imprimir tan pocas copias que apenas existen las que fueron obsequiadas a los dignatarios y prebendados de entonces. Dejó también impresos varios textos, escritos por sus empleados o favorecidos, plagiados o firmados con ellos en “colaboración”, ya que la mayoría de ellos laboran en el Caro y Cuervo.

Ignacio Chaves Cuevas con el príncipe de Asturias en 1999

 

Sobre las demás acusaciones, [se estiman en 6.000 las demandas contra su persona que reposan en la procuraduría desde hace veinte años] el director respondía que sí era cierto que había funcionarios en el Caro y Cuervo con ciertos cargos y desempeñando otras funciones, como el caso de una investigadora titular que hacía las veces de tesorera o de un auxiliar administrativo que fue su chofer: «Como no podemos hacer nombramientos, usamos las vacantes para llenar los puestos que necesitamos. Pero la gente recibe el sueldo según su oficio. Por ejemplo, un investigador titular solo gana 800.000 pesos mensuales», explicaba Chaves y eso, según él, era lo que ganaba la persona en las otras funciones.

Acerca de la queja según la cual en 2002 y 2003 se gastaron, cada año, alrededor de un millón y medio de pesos en arreglos funerarios y florales, dijo que le parecía lógico que, «que el instituto enviara una corona cuando muere un investigador que ha trabajado muchos años con el Caro y Cuervo. No son arreglos florales por celebración o felicitación».

Otro de los resultados de las indagaciones dice que el director no cumplía con los requisitos de contratación establecidos por la ley, «se hicieron sin formalidades plenas y a criterio del director, que no existe un abogado en los procesos de contratación, que algunos se han hecho verbalmente y que no hay certificados académicos ni de experiencia laboral para la toma de posesión del personal del instituto». Chaves se defendió diciendo que no conocía a ninguno de los contratados, que los únicos contratos que se hacían tenían que ver con las empresas de vigilancia, que se habían ampliado al cumplirse el tiempo y que en el archivo, de 63 años, reposaba todos los documentos, que por cierto, ya no reposan en parte alguna del Caro y Cuervo, y han sido borrados de la faz de la tierra.

Para el director, todo se debía a lo que llamó «persecución de personas que quieren fastidiarme». Dijo que algunos que no lograron llegar a la dirección fueron los que se quejaron y que creía que su salida tenía que ver con la investigación “científica” que él realizaba. «Este es un cargo limitado, sin viajes ni comisiones, pero da prestigio intelectual. Yo tenía pensado renunciar a más tardar en octubre, para dedicarme a publicar los escritos que tengo».

Ignacio Chaves Cuevas recibió la Medalla Cívica Camilo Torres, la Condecoración Simón Bolívar del Ministerio de Educación, la Orden Antonio Nariño del Círculo de Periodistas de Bogotá y la Orden Andrés Bello, en Primera Clase. Así mismo, como director del Instituto Caro y Cuervo, recibió el Premio Príncipe de Asturias (1999), el XI Premio Bartolomé de las Casas (2001) y el Premio Elio Antonio de Nebrija, que le concedió en el año 2002 la Universidad de Salamanca. Y aun cuando nadie lo crea, murió siendo presidente del Consejo Superior de la Universidad Central de Bogotá y Miembro de Número y secretario Perpetuo de la vergonzante Academia Colombiana de la Lengua. 

Ignacio Chaves Cuevas y María Mercedes Carranza

“El Caro y Cuervo –escribió Oscar Collazos–, se parecía a su director: académico relativamente opaco con indumentaria de atildado anacronismo, personaje un poco extravagante en guateques sociales y culturales, cultivador de maneras casi versallescas y cierta disposición a estar más cerca de la fauna política que de la arisca sociedad literaria. 

Montañas de libros, entre los cuales se encontraban numerosos textos perfectamente prescindibles; clásicos olvidados y rarezas ausentes del mercado editorial. Como esos volúmenes, a los que hay que separar las páginas con cortapapeles, Chaves Cuevas parecía pedir que le separaran las hojas de su personalidad antes de emitir un juicio sobre la importancia de su trabajo”.

Pero nada más patético que las palabras que su viuda, una “naiwny” polaca, dijo ante su féretro, mientras miraba a uno de sus golem, el “doctor” Isaias Peña Gutierrez, fundador de los estalinistas talleres de creación literaria colombianos:

“Él, que dedicó su vida, con generosidad desinteresada a engrandecer nuestra historia cultural, que con orgullo enumeraba los 1.800 egresados del Seminario Andrés Bello, dispersos por el mundo entero; los 2.000 volúmenes publicados y enviados como embajadores de Colombia por los 5 continentes, así como las donaciones a cientos de bibliotecas públicas regionales y municipales; los 3 grandes premios logrados en los últimos 5 años de su dirección, entendidos como el fruto de los 62 años de la labor del Instituto «sin prisa pero sin pausa», como orgullosamente repetía, no entendía por qué no podía seguir cerca de su amado Instituto como un asesor, un viejo sabio lleno de consejos y de amor. No aceptaba otro camino, no comprendía el porqué de un trato hostil, el porqué de las dudas sobre sus actos, y yo no logré convencerlo de que somos más los buenos”.

Lo que ni Collazos ni la viuda dijeron, fue que Chaves Cuevas era uno de los varios que, durante la persecución ordenada por el General Camacho Leyva contra García Márquez que le hizo desterrar intempestivamente de Bogotá bajo el amparo de la embajadora mexicana, en tono enfático digno de Primo de Rivera y alicorado, durante las parrandas que organizaba para la Junta Directiva del instituto, pedía le detuvieran porque era subversivo y agente del M-19. Gabito lo supo de la propia boca del felón López Michelsen, que terminó llevándole a una de esas sesiones macabras, para que mirara a los ojos directamente a Ignacio Chaves Cuevas, uno de los bandidos culturales más notables de Colombia.

Tanta fue la altura de su perfidia, que, para celebrar sus saqueos al erario, crearon un Premio Ignacio Chaves Cuevas, en su honor.

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