En un ensayo breve llamado Idea y humildad, Karol Wojtyla trata el tema de la relación entre los ideales que mueven a los hombres y su puesta en práctica.
Dice que los ideales pertenecen “a la esfera del pensamiento”, mientras que lo relativo a la praxis dice relación a la voluntad: versa sobre “la disponibilidad para su realización coherente”.
Un hombre convencido de lo que percibe como un ideal cierto, se esmera en adecuarse a él. Por eso Wojtyla ve necesario encontrar un lugar a la humildad, pues la moralidad está implicada en la búsqueda. Esta virtud mantiene al hombre en una actitud de sumisión y en tensión constante por ser cada día mejor. “Pero para que tal sumisión sea razonable, la idea debe verdaderamente estar por encima del hombre”. Y “el hombre que siente fuertemente la grandeza de tal idea es el hombre humilde. Y la grandeza de la idea, su superioridad, la percibe el hombre que intenta realizarla lealmente”. Por eso se convence de que siempre queda mucho por hacer, pues la idea se mantiene por encima de él.
El utilitarista va rebajando la idea hasta llegar a decir que es irreal. En lugar de verse siempre necesitado de reacomodo interior que lo ajuste a la idea, concluye que esta no existe, que es falsa, o que no hay algo realmente cierto. Tal vez acaba manipulando la idea y usando con ella a las personas, pues quiere logros inmediatos y en el fondo no quiere hacerse mejor él mismo.
En la medida en que el ideal es más alto, el hombre buscará luchar con más nobleza por alcanzarlo. Y la idea mantendrá su grandeza y superioridad con respecto a su persona. Este hombre percibe que esto “lo mantiene en un estado de vigilancia, en tensión, buscando. El hombre humilde no disminuye la idea” y sabe que deberá “crecer, para adecuarse a ella”, de modo “gradual y perseverante”.
Wojtyla emplea mucho la palabra autenticidad, pues la actitud de humildad dice relación a la honestidad interior, ya que se ve pequeño quien se sabe limitado.
Algunos han dicho que en el país no hay propiamente “ideología”, y pienso que la razón es el utilitarismo que prevalece en el uso de los recursos de la nación, tanto como en el atropello del dolor de muchos: de sus vidas, propiedades, sueños e intimidades. La idea ha derivado en el uso de los demás para los propios beneficios. La ausencia de un ideal más alto explica la falta de motivación en muchos de los que trabajan en los sectores públicos, entre los que sin duda hay muchos que creyeron honestamente en lo que ahora ven como un fraude.
Una vez escuché a un excomunista contar cómo captó él que esa ideología no era viable. Con una sencillez grande dijo que se convenció haciendo una cola de horas para comprar pollo. Aquello no podía ser el logro de un proyecto más grande que él. No parecía ser una idea por la que valiera la pena luchar. ¿Era a eso a lo que se había esmerado en adecuarse? Pienso que esta es la autenticidad a la que se refiere Wojtyla. Por auténtico; por mantenerse por debajo de la idea que le movía, captó que esta era insuficiente; falsa.
Si la idea se mantiene por encima de uno, la lucha se mantiene viva y si la idea es errada, el auténtico lo capta, pues lo mueve un deseo sincero de ser mejor. Sucede también que “si cediera a la tentación de tratar de modo puramente utilitarista la ideología y los ideales morales, entonces lo que hay en él objetivamente superior cedería el puesto a lo objetivamente inferior. El hombre quedaría envilecido si no se sintiese pequeño ante la auténtica grandeza”.
Cuando los ideales son más grandes que nosotros, se sabe que se precisa de ayuda, de apoyo, y que siempre se puede ser mejor, pues la idea nos supera. En el caso del creyente, hay ideas, sí, pero ante todo está Dios, quien no es una “idea”. Quien lo conoce sabe que El toma iniciativas y si uno lo escucha, sigue su paso para hacer lo que El quiere. En la vida, mucho depende de nuestra lucha, pero mucho depende del querer de quien nos hizo y sostiene en el ser. Es una combinación misteriosa, en la que la relación entre la libertad y la Providencia se experimenta como un misterio que asombra. El escribe novelas y, en mucho, uno es como un lápiz en manos del escritor. Libre, sí, con las potencialidades que tenemos, pero instrumentos de Su Voluntad.
Es un misterio, sí, porque Él no impone su querer. Los hombres, en cambio, sí. Lo estamos sufriendo, porque los totalitarismos son eso: la suplencia de una idea por parte de un hombre que usa a otros hombres. Por eso en estos tiempos hay que ahondar en el respeto a la libertad de las conciencias: importa ayudar a ver que los verdaderos ideales están por encima de nosotros y que gradualmente, quien quiera, se haría mejor adecuándose a lo que honestamente le convence y para lo que se ve llamado por vocación. El amor es lo que mueve, pero este “debe basarse en una auténtica humildad si no quiere sucumbir a la debilidad, que consiste en rebajar la idea. Porque junto con la idea, también el hombre saldría perdiendo”.
Esto es, de hecho, lo que estamos experimentando. El país ha perdido, porque hay pobreza de ideas. Y las pocas que hay son desbaratadas, minusvaloradas, perseguidas. Por eso pensar, estudiar, comprender lo que nos sucede para reacomodarlo, resulta esencial si queremos orientarnos más acertadamente. Nada de esto es impráctico. Antes bien, muy necesario. Se trata de querer y de que cada uno haga lo que ve que puede hacer en conciencia. Lo mejor que pueda, si quiere.
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