El mundo va rumbo a superar el calentamiento de 1,5 °C en la próxima década y es previsible que los riesgos climáticos se intensifiquen y causen hambrunas para millones de personas más, pérdidas de billones de dólares y perjudiquen desproporcionadamente a los países que menos contribuyeron a las causas del problema. Aún peor es que una crisis de biodiversidad se cierne sobre nosotros: los ecosistemas están siendo erosionados hasta el punto del colapso y la extinción de especies se acelera a un ritmo estremecedor. También en este caso los pobres se ven afectados de manera desproporcionada.
Para atender a esta doble crisis al ritmo y la escala necesarios, la comunidad internacional debe cambiar su enfoque. Históricamente, los acuerdos mundiales sobre el cambio climático y la pérdida de biodiversidad se negociaron de manera separada, aun cuando ambas cuestiones están estrechamente interrelacionadas. Por otra parte, el proceso sufrió disparidades estructurales, desequilibrios de poder y la priorización de los intereses nacionales y comerciales sobre el bien común mundial.
Ni las sociedades humanas ni los sistemas naturales que la sostienen son capaces de funcionar bien en compartimentos estancos. Los desafíos complejos y con interacciones dinámicas requieren soluciones basadas en el pensamiento sistémico y que se considere la totalidad de los datos, pero los conjuntos de datos relevantes son gigantescos y cambian continuamente. No hay manera de que podamos recorrerlos por cuenta propia, necesitamos un copiloto.
Después de los recientes grandes avances, la inteligencia artificial podría desempeñar ese papel. Esa tecnología demostró que su mayor utilidad es el análisis de gigantescos conjuntos de datos, la identificación de patrones y la predicción de comportamientos, bien podría ser la clave para resolver la intersección de las crisis climática, de biodiversidad y de desigualdad, comenzando por la mesa de negociaciones internacionales.
Por ejemplo, la IA podría mejorar en gran medida las negociaciones internacionales iluminando las conexiones, hasta ahora desatendidas, entre la biodiversidad y los problemas climáticos. Esos hallazgos justificarían una relación más formalizada e interrelacionada entre la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático y el Convenio sobre la Diversidad Biológica de la ONU, los organismos que han estado negociando los acuerdos de manera separada.
La IA también podría echar luz sobre los efectos más amplios de los acuerdos, como el acuerdo climático de París y la gran cantidad de iniciativas embrionarias centradas en temas como el agua, la seguridad energética y los océanos. Al momento se han negociado al menos 250 000 tratados para profundizar la cooperación global, sin embargo, el efecto más amplio de toda esta diplomacia resultó decepcionante.
La capacidad predictiva y la precisión analítica de la IA podrían contribuir a solucionar este desafío. Mediante el procesamiento de las enormes cantidades de datos de esos tratados, la IA puede identificar conflictos, contradicciones o brechas, ayudando así a evitar la duplicación de esfuerzos, a solucionar desacuerdos y a garantizar que no queden temas fundamentales desatendidos.
Podemos ver un ejemplo de este potencial en la esfera de los acuerdos comerciales. El Laboratorio de Analítica Legal (Legal Analytics Lab) de la Universidad del Estado de Georgia está utilizando la IA para identificar las cláusulas legales específicas con mayor influencia en las disputas comerciales y entender la manera en que el lenguaje de los tratados afecta el resultado de las disputas internacionales. De manera similar, se puede usar la IA para analizar tratados ambientales en busca de los factores o cláusulas que conducen a resultados ambientales exitosos, o para identificar conflictos potenciales entre ellos.
Además, la IA puede facilitar la creación de una base de datos mundial sobre tratados, en la que los negociadores puedan buscar rápidamente cláusulas similares y consultar precedentes en los acuerdos existentes, y usarla para evitar contradicciones. Un sistema de ese tipo garantizaría la armonización de los tratados y fomentaría un ecosistema diplomático mundial más eficaz.
Finalmente, la IA podría permitir que los países con ingresos medios y bajos accedan al análisis de datos más avanzado disponible, y ayudar así a corregir los desequilibrios de poder que obstaculizan los avances genuinos en cuestiones de cambio climático y biodiversidad. Los desarrolladores líderes de IA y los países en desarrollo podrían asociarse y crear herramientas para recopilar todos los datos nacionales relevantes sobre biodiversidad, clima y economía en un formato accesible.
Mientras los países ricos suelen asistir a las negociaciones mundiales con hordas de poderosos abogados y analistas, es frecuente que aquellos con menos ingresos tengan dificultades para enviar incluso a un solo representante. Esta disparidad resultó evidente el año pasado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27): aunque el encuentro logró un equilibrio más representativo que las COP anteriores, la mayor de las delegaciones —la de los Emiratos Árabes Unidos— contaba con más de 1000 personas, mientras que más de 100 países tuvieron 50 delegados o menos, y muchos solo enviaron 1 o 2. Con la IA, países tan pequeños como Bután (que contó con 15 delegados en la COP27) podrían de pronto disponer de los mismos datos y capacidad analítica que aquellos con ejércitos de expertos.
Pero no es solo una cuestión de números, los países con bajos ingresos aún están poniéndose al día en términos de tecnología y conocimiento experto sobre investigación, y esta asimetría se ve exacerbada por la brecha digital mundial. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Estados Unidos y China poseen el 50 % de los centros de datos de hiperescala del mundo, el 70 % de los investigadores líderes en IA y el 94 % del financiamiento para empresas emergentes de IA.
Podemos superar los efectos de esa concentración poniendo copilotos de IA a disposición de los países en desarrollo en vez de esperar a que creen sus propias tecnologías locales. Eso permitiría a los delegados evaluar las implicaciones de los acuerdos negociados para las leyes, capacidades e intereses de sus países en tiempo real, mejorando en gran medida la toma de decisiones.
Por supuesto, la IA no es una panacea y, como señaló Bill Gates recientemente, también encierra riesgos. La IA no puede reemplazar a la creatividad, intuición e inteligencia humanas. Aunque se puede utilizar para analizar datos con una velocidad y precisión sin rival, no es capaz de tomar decisiones sobre cuestiones éticas ni decidir cuáles de los resultados son justos. Por otra parte, los propios algoritmos que forman parte de la IA pueden incluir sesgos profundamente arraigados. Las decisiones éticas y políticas seguirán requiriendo la intervención empática humana.
Para transitar la revolución de la IA debemos entender el potencial y las limitaciones de esa tecnología, así como nuestra responsabilidad para garantizar su uso justo y ético. Debemos cuidarnos de los datos sesgados y estar atentos a los posibles jaqueos y manipulaciones. Si lo logramos, podremos seguir avanzando en la construcción de un futuro sostenible y equitativo, incluso en una época en que la gente alberga cada vez menos esperanzas.
Traducción al español por Ant-Translation
Maxwell Gomera, representante residente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en Ruanda, es miembro sénior de Aspen New Voices.
Copyright: Project Syndicate, 2023.