En el mundo occidental, hasta el inicio de la Edad Media en el siglo V, la religión dominante era la extendida durante el Imperio romano; con el desplome del poder de Roma florece el Cristianismo como doctrina hegemónica en toda Europa. Con la instauración de esta fe, las casas reales en el viejo continente se vieron forzadas a compartir la supremacía con la iglesia, cuya autoridad máxima residía en la figura del Papa. Por centurias la estrecha relación entre las monarquías y el papado permitió que el dogma cristiano ganara influencia en todos los estamentos de las sociedades, logrando así imponer su perspectiva y controlando totalmente a las personas. Estos antecedentes dieron forma a una visión e interpretación de la existencia en la que Dios es el centro del Universo y, por ende, este rige por completo el funcionamiento y la explicación de la vida. Estos fueron los cimientos del Teocentrismo: ideario en que la creencia en Dios y su voluntad está situada por encima de cualquier conocimiento científico o de la expresión autonómica del individuo: la fe somete a la razón.
Con el advenimiento de la Edad Moderna –del siglo XIV al XVIII–, período transcurrido entre la caída del Imperio Bizantino en 1453 y el estallido de la Revolución francesa en 1789, se desarrolla un notable avance cultural; la ciencia expande sus alcances, se forman los Estados, se establecen nuevas normas económicas y el raciocinio comienza a prevalecer antes que la fe. Esto va a generar una drástica transformación en la relación existente entre la Iglesia y el colectivo. Se transmuta la concepción de que el orden que rige depende de un Creador omnipotente por una en la que la subsistencia es consecuencia de las facultades propias del hombre. Esta corriente del pensamiento en la que la humanidad es dueña de los designios y es el responsable de construir su camino, es el antropocentrismo.
Una vez trastocada la sujeción al Credo, en la Italia del siglo XIV, y principalmente en las ciudades de Roma, Florencia y Venecia, surgió un movimiento teórico e intelectual que pretendió cortar con el pasado y exponer una nueva mirada a la percepción de la realidad: el humanismo. En tal sentido, el hombre es considerado la más grandiosa creación y esa grandeza lo dota de poder y no debe estar supeditado a ningún ente superior. Para el siglo XVI este concepto se había propagado por el resto del continente europeo, generando profundos cambios en el saber y la comprensión. Algunas particularidades del humanismo están adscritas a los descubrimientos técnicos y geográficos, y un especial interés por las artes y las ciencias; la literatura es fundamental, como parte de su esencia, y finalmente, la naturaleza y el humano son preponderantes. Adicionalmente, se puede puntualizar que se promueve el optimismo, en contraposición al marcado pesimismo medieval. El humanismo tenía como objetivo restablecer las enseñanzas originadas en la antigüedad clásica y la filosofía grecolatina para que esto fuera el germen en la formación de un nuevo modelo de pensamiento: el de un nuevo hombre y un nuevo mundo.
Los poetas y pensadores italianos Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Bocaccio son considerados los primeros en proyectar la novísima ideología. Dante, con su célebre obra La divina comedia, supo condensar la sustancia del Medioevo y elaborar un puente hacía una noción humanista en una épica reflexión sobre los principios y las consecuencias de nuestros actos. Considerado el gran precursor, Petrarca amalgamó las tradiciones clásica y cristiana; desde su óptica ambas compartían valores que expresaban la virtud, la justicia y la búsqueda de una vida sostenida por la honestidad y la ecuanimidad. En su literatura plasmó a la mujer como idealización suprema del amor y dotó a la poesía de una singular sensibilidad lírica. En los textos del bardo toscano, Bocaccio, fiel seguidor de Cicerón por su enseñanza sobre la retórica y de los postulados de Platón, que se enfrentaba a la filosofía aristotélica impuesta por la Iglesia, el sujeto es el principal protagonista como se evidencia en La caza de Diana, La Teseida o del reconocido Decamerón. Otros eruditos que consolidaron a este movimiento son: Erasmo de Rotterdam, Michel de Montaigne, Juan Luis Vives, Leonardo Bruni, Tomás Moro y Antonio Martínez de Cala o Pico de la Mirandola.
En 1450 Johannes Gutenberg inventó la imprenta, innovación que permitió la difusión sin precedentes del conocimiento. Es precisamente gracias a este ingenio que el humanismo lograría su cenit. Por primera vez se podía divulgar masivamente volúmenes de sabiduría y, de esta forma, se establecieron nuevos criterios en la educación que pudieron sacar de la ignorancia a una enorme cantidad de población, a diferencia del pasado, en el que solo el clero y la nobleza tenían acceso a la instrucción. Previamente, la ya mencionada caída de Constantinopla, la transformación cultural y la aparición del Renacimiento son factores que están vinculados a esta vanguardia.
La evolución en el tiempo ha promovido otras vertientes epistemológicas del humanismo tales como:
- Humanismo empírico, que da más importancia a las acciones que a lo hipotético, apoya las diversas formas de vida minoritarias y las creencias.
- Humanismo marxista, que rechaza el individualismo y determina que las personas son seres comunitarios y se desarrollan a través del grupo.
- Humanismo religioso, que curiosamente defiende el rol del Creador y aboga por el respeto a las religiones.
- Humanismo cívico, que es aquel donde las instituciones, bien sean clericales o políticas, son dejadas de lado, privando la participación del ciudadano.
- Humanismo existencialista, que se centra en la libertad del individuo y la edificación de su vivencia por medio de su experiencia y autodeterminación.
- Humanismo universalista, que se enfrenta a la postura de la globalización y apuesta por las distintas características sociales, culturales y a una auténtica integración de la población.
Las premisas del humanismo estaban orientadas en exponer al ser humano como centro del Universo y superior a cualquier otro ser vivo, una criatura plenamente capacitada y sin limitaciones intelectuales, responsable de su realidad y diferenciada de Dios, sin restar la importancia de este como creador. Todos estos lineamientos deben ser tomados en cuenta en el presente para la comprensión del pensamiento y así elaborar planteamientos que sean útiles en la exploración de los nuevos modelos de sociedad que se requieren para establecer una armoniosa y ecuménica convivencia. Es importante resaltar la máxima de esta filosofía: cada quien puede trascender logrando el ideal de lo que quiera ser, en nosotros está la potestad de trazar nuestro destino.