Por Freddy Millán Borges*
Sean hospitalarios los unos con los otros (1 Pedro 4:9)
Los venezolanos vivenciamos una profunda crisis, que desde la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) a través de sus agencias, se le ha calificado como emergencia humanitaria compleja, pues no obedece a las causas convencionales, ni a una guerra ni a un desastre natural. Tal situación afecta a la mayoría de la población sumida en la pobreza y la precarización sin precedentes, en medio de una estampida migratoria que ha llevado al exilio forzoso a 1/5 de la población, justamente la que está en mayor potencialidad productiva.
Desde este espacio hemos abordado el problema del daño antropológico que afecta a la persona humana en su propia estructura existencial; la despersonaliza, la desapropia de su conciencia, de su voluntad y de su libertad, le incauta su soberanía, llevándola a lo que Jaspers llamó situaciones límites. Un reciente estudio sobre la situación psicosocial del venezolano, realizado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB-Psicodata, 2023) aseveró que 81% experimentamos un proceso de duelo, por la pérdida de familiares y amigos; relatada en la muerte, abandono o la migración, el aislamiento y la angustia por la pandemia, y en general la precarización que sentimos nos arrebata las condiciones de vida digna, haciéndonos vulnerables.
El duelo pasa por varias etapas; la negación de esa realidad, la ira como sentimiento de frustración o enfado, que 79% reconoce haberlo experimentado, según el estudio antes referido, la negociación en la que se guarda esperanza nada cambie y se pueda retomar la relación, la depresión cuando se asume la pérdida generando tristeza y desesperanza hasta llegar a la aceptación por vía de la comprensión de la pérdida sufrida.
La dramática situación narrada nos presenta al hombre enfermo (Homo Saucius) que desarrolló una enfermedad antropológica y más extensamente a los ‘pueblos enfermos’ (Krankenvolk), al que llegaron por fanatismos, impulsados por líderes mesiánicos. En un ambiente hostil dando paso al resentimiento, a la revancha, al rencor, al odio, en la dialéctica totalitaria del amigo-enemigo se recrea y reproduce un círculo vicioso que amenaza con eternizarse hasta la expulsión de lo distinto, como rasgo civilizatorio en medio de la autoexplotación y el miedo al otro, sobre lo que nos advierte Byung Chul Han; la escucha en su dimensión política requiere comprender el sufrimiento del otro, mientras una estrategia de dominio privatiza el yo y obstaculiza la socialización política.
En clave arendiana queda pendiente la acción política ciudadana para corregir este bache histórico, a la que convocó pertinentemente, desde las páginas de El Nacional, Nelson Chitty La Roche, a propósito de las elecciones en la Universidad Central de Venezuela (UCV). En este hacer imperativo desde la tradición filosófica emergen dos conceptos correlacionales; la hospitalidad y la amabilidad.
Siguiendo la tradición, en la antigua Grecia el término filoxenía, se comprende como amor, en el sentido de bondad o afecto a los extraños, que en Roma se expresó con la voz latina hospitare, recibir como invitado, en el sentido de anfictionía, fundación conjunta, generosidad y atención al huésped. El filósofo francés Jacques Derridá incluso teoriza sobre la que llama restringida, esperando algo a cambio y la generalizada que es la utopía que aspira el migrante, el refugiado, el desplazado.
La hospitalidad supone la amabilidad, que Aristóteles comprendió como el punto medio entre chocarrería (burla) y la rusticidad (grosería), así se comprende la gracia, la mesura, el gracejo. El cristianismo desde sus orígenes convoca a la amabilidad con todos, amigos y extraños.
En el ámbito social y particularmente en el educativo, se evidencian pulsiones, tensiones, diferencias y contradicciones. Estas dinámicas en la diversidad y pluralidad llegan a ser creativas, el asunto está cuando la hostilidad, la discriminación, la negación del otro, la violencia, verbal y física, incluso letal, se hacen presentes.
Lo anterior nos conduce al problema ético, pues la persona se realiza en su relación con el otro, tejen sus subjetividades, se apropian y así se constituye la comunidad. Emerge el pensamiento de Levinas, el otro no es individuo ni sustancia, es un rostro, no en el sentido gráfico, plasmable o memorizable, sino como discurso, en modo de alteridad, en el acto de darse, no se percibe en su contenido sensible (fenómeno), sino que aparece.
Según el lituano, éticamente el otro se epifaniza en el rostro. La epifanía es manifestación, revelación, aparición. El yo acepta la responsabilidad del otro, en el amor, no en el amor eros, sino en el amor al prójimo, donde la responsabilidad es la estructura de la subjetividad, el otro es mi responsabilidad, debo entonces hospitalidad al otro.
En el campo de la pedagogía y más ampliamente en la filosofía de la educación, surge la figura de Don Bosco, con su método preventivo, fundado en la hospitalidad y la amabilidad, que se expresa en la atención del joven vulnerable, requerido de atención paciencia, aceptación, afecto, calidez, para el desarrollo de la conciencia, la madurez y la motivación.
Estos valores de la pedagogía salesiana, resultan un imperativo en nuestra escuela post pandemia; precarizada, vandalizada, deteriorada en la infraestructura, la dotación, la propia presencialidad, negada la reivindicación sociolaboral del docente, en medio de una estética de la desesperanza. No podemos agregar, en el ámbito educativo, la hostilidad, la desvalorización del acto pedagógico, el hostigamiento y el desconocimiento de la precarización del estudiante y su familia, habitando la inmensa mayoría, el mismo campo de injusticia del docente.
La convocatoria es a la construcción de un relato de identidad, en el reconocimiento del otro, al reencuentro en la solidaridad, la justicia, el pluralismo y el eminente respeto de la dignidad de la persona humana, para su realización en plenitud y generosidad para el logro del bien común. La pedagogía política, la docencia social, es el imperativo ético que supone un llamado a la dirigencia política y a los ciudadanos al encuentro, para salvar las posibilidades de redención social, de liberación de la persona, construyendo puentes y abriendo puertas, para la consideración que reclamamos para los compatriotas en exilio forzoso, en el seno de nuestro país, a través de la poderosa herramienta de la concertación ciudadana, en clave de hospitalidad y amabilidad.
*Dr. en Educación
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