No hablamos de Sherlock Holmes, obviamente. Tampoco, obviamente, de Fermín Mármol León. Ni siquiera de Columbo. No. Hablamos de los bachilleres venezolanos. Hablamos de policías venezolanos hoy. ¿Como los imagina usted, como los rememora hoy, a los de hoy? Con tanto cariño no será. Las sociedades son tan cambiantes como el lenguaje; se ajustan en el tiempo. El vuelco de la nuestra cuando menos sorprende. Aunque se guía aún por la vida fácil, por el poder, aunque sea mínimo sobre los otros seres humanos.
Este palabrería anterior pretende que nos introduzcamos en un tema que me impactó suficientemente. Estaba en una aburrida reunión de esas oficiales y alguien, muy oficioso en aquel momento, señala un dato más que curioso: la carrera más indicada por lo bachilleres es la policial. Es la más demandada. Ya el hecho de que sea demandada es altamente sugestivo. La universidad más requerida por los jóvenes que pretenden avanzar en sus estudios es la Universidad Nacional de la Seguridad. He estado, por cierto, en sus hórridas instalaciones, en Catia. Con retratos en gigantografía de los prominentes «líderes» de la «revolución». Me tocó presenciar como hacen fila y cantan el himno, como cuando cursaba este escribidor en la Francisco Pimentel. Guardan distancia y gritan vainas en las columnas como aspirantes a militares. Un espectáculo altamente deplorable. ¿Allí aspiran a graduarse 12.550 estudiantes que acaban de dejar el bachillerato? Hondo choque.
El cerebro estalla preocupado, de inmediato. ¿Por qué querrían ser policías? ¿Por el porte del arma? ¿Por la dominación que implica? ¿Por la posibilidad tal vez única de ascenso socioeconómico? ¿Por la buena imagen de la institución? ¿Por la buena imagen de los policías? ¿Porque se gradúan fácil? ¿Porque Catia es cerca, hasta en el destartalado Metro? ¿Por qué rayos de los lugares descomedores de los perros alguien quiere ser policía en la Venezuela actual?
En mis tiempos estudiantiles primaria, bachillerato, teatro, licenciatura, posgrado, a cualquiera le hubiera dado pena decir que quería ser policía. ¿Para qué? ¿Para matar? ¿Para perseguir estudiantes? El remoquete de «sapo» resulta inocultable. Además, en aquellos momentos, de policías dignos desde luego, Apascacio Mata -por cierto, muy mal apellido para un policía- u otros más, profesionales por sus estudios, ser policía no era garantía alguna de supervivencia económica. Estaba marcado el oficio con una imagen negativa que ahora luciría súper positiva. En verdad cuidaban, en verdad vigilaban, en verdad cumplían su trabajo. Hasta educados eran. O sea, uno llamaba a la policía por lo que fuera y atendían decentemente y hasta hacían llegar la patrulla. El policía del barrio no era temido, era despreciado, altamente despreciado. Me consta. ¿Hoy? ¿Por qué no querrán ser médicos, ingenieros, comunicadores sociales? ¿Por qué? ¿Tan devaluadas están esas profesiones? Disculpen que haga tantas preguntas, que me las haga.
Entiendo que el régimen despótico, del terror, señale que existan profesiones prioritarias, donde no encajan las humanidades. ¿Letras? ¿Filosofía? ¿Historia? ¿Pensar? No es ideológicamente conveniente para un régimen que aspira al pensamiento único impuesto, que aspira al totalitarismo. Pero que los más jóvenes estudiantes se inclinen por ser policías me parece una aberración descomunal. Tanto nos han pervertido estos miserables moralmente, económicamente, humanamente. No. De verdad. Ni hoy, yo, quien detesta las armas tanto como la violencia, quisiera ser policía. Lamento la escogencia mayoritaria de los bachilleres. No cabe, desde luego, comparación alguna. Ni siquiera atenidos a las épocas.