Para el colombiano de a pie los venezolanos hemos sido históricamente los vecinos ricos, ruidosos, desordenados y díscolos. Nada de ello es peyorativo ni excluyente. Es la constatación de una actitud que definió, en cierta forma, a la Venezuela petrolera hasta la llegada de la revolución bolivariana.
Este recelo no impidió que se desarrollara una estrecha relación entre Venezuela y Colombia, en la que, cada uno a su turno, sacaba ventajas de las bondades que sin duda existían de lado y lado de la frontera. Así llegamos a intercambiar en un año bienes y servicios por más de 4.000 millones de dólares, nos integramos en un esfuerzo comercial multilateral andino que fue el más productivo que ha existido en el subcontinente y pusimos en marcha infinidad de acuerdos de cooperación que, aunque no fueron descollantes en ejecutorias, sí daban cuenta de la existencia de una comunidad binacional bien imbricada. Intentamos incluso una prometedora integración con México -un jugador de grandes ligas- que hubiera podido ser un mercado ampliado muy beneficioso a las partes. Estados Unidos miraba de cerca y apoyaba esta interacción favoreciendo a Colombia en unos terrenos y a Venezuela en otros.
La llegada de Hugo Chávez y más tarde las administraciones de Maduro, marcaron un cambio cualitativo en los lazos que han unido y unen a los dos países. La relación del régimen de Miraflores con la guerrilla colombiana y con el narconegocio ha ido enturbiando la relación y Venezuela dejó de ser una pieza clave como promotor de la producción y el comercio de Colombia para pasar a ser un escollo en la búsqueda de lo más preciado a que puede aspirar todo colombiano que es la estabilidad y la paz.
Al descalabrarse la industria venezolana, lo poco que se exportaba a los vecinos dejó de atravesar la frontera. Al colapsar también la moneda y el consumo, los productos colombianos dejaron de ser atractivos y sucumbió la importación. Nos hemos estado dando la espalda y más recientemente, con una emigración masiva y depauperada, Venezuela pasó a ser para Colombia el vecino incómodo y un socio del cual protegerse.
La llegada de Gustavo Petro al poder en las apariencias parecía haber iniciado un camino de reencuentro que tiene un reflejo en profusión de documentos conjuntos y firmas de acuerdos, mas no en la realidad. Para la galería, los dos gobiernos se esfuerzan en mostrar una simbiosis que no es tal, un retorno a la binacionalidad que los números no reflejan. Gustavo Petro recela del gobierno de Miraflores, pero lo usa mientras le resulta útil para su negociación de paz con los alzados en armas de Colombia.
Pero es que Colombia también está bajo respiración artificial. El país se mantiene paralizado funcionando en un mínimo vital que es posible conseguir gracias a la laboriosidad de su sector empresarial. Cunde la inseguridad y se fortalece la lacra del narcotráfico. Estados Unidos también ha dado un paso atrás en espera de mejores tiempos y las inversiones no llegan. Estos mejores tiempos pueden o no retornar y ello es tarea de los colombianos en su relación con el proyecto y el modelo de gobierno del Palacio de Nariño.
Del lado venezolano nos encaminamos hacia un proceso con dos posibles vertientes: democracia o más totalitarismo. Si el resultado de la medición en las urnas de mañana resulta en un cambio, el país se encaminará lentamente, pero con pasos seguros hacia una reoccidentalización dentro de un régimen liberal abierto a la inversión. Una salida de esa naturaleza reactivará las variables económicas y en particular el consumo. De nuevo se pondrá de relieve la ventaja de la sumatoria de los 2 mercados con más de 85 millones de consumidores, un volumen solo superado por México y Brasil en el vecindario. Ello puede colocar en el panorama de los 2 países una gran oportunidad de redespegue, porque la inversión doméstica y externa, hasta ahora en etapa de hibernación, se verá reactivada.
Si es el totalitarismo el que prevalece por la vía de las urnas o el de la imposición, no solo la recuperación venezolana estará comprometida sino que seguirá impactando negativamente el retorno de Colombia a sus etapas pretéritas de dinamismo y crecimiento. El país colombiano no podrá aliviarse del peso de una inmigración voluminosa y perturbadora. La permanencia en el poder de un régimen favorecedor del terrorismo y de los turbios negocios de la droga agregarán más leña al fuego de la inestabilidad en Colombia. Tales regímenes solo pescan cuando el río está revuelto.
Así pues, el 28 de julio es hora nona para Venezuela y lo es también para Colombia. La geografía nos mantiene unidos, el destino parece que también.
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