No es una imagen lingüística. Tres activistas, defensores de los derechos LGBTI+ en Venezuela, decidieron encadenarse a las rejas de uno de los poderes del Estado a ver si les prestan atención. Exigen derechos que siguen conculcados a pesar de todo. Lo que una vez más demuestra la profundidad retrógrada de un régimen que en más de dos décadas no ha brindado ningún avance a una población deseosa de libertades de todo tipo, incluyendo, por supuesto, las sexuales.

El cambio legal de identidad, el levantamiento de penalización de la homosexualidad en la Fuerza Armada y otras nimiedades por el estilo esconden el reclamo mayor, el verdadero, el que hay que exigir sin cortapisa alguna: libertad sexual. Legalización de las uniones homosexuales. Derecho al libre desarrollo de la personalidad. No discriminación por razones sexuales. Pero de esto ni se habla. Algunos partidos políticos como Encuentro Ciudadano, defensor de derechos humanos también, los tienen estipulados como parte de su accionar diario, algún candidato de tendencia socialcristiana así lo ha asomado también. Para un futuro todavía incierto.

La verdad es que en el panorama mundial sexual o incluso en el de América Latina lucimos como un país cavernario. Que impone no solo la esclavitud en lo laboral, que en términos económicos ha quedado para pedir limosnas, que ahuyenta permanentemente por hambre y salud a su población, que limita el desarrollo personal, la libertad de elegir la vida que se desea vivir, el modo y con quién se desea vivir esa vida.

Desde que los Países Bajos aprobaron el matrimonio igualitario han transcurrido más de veinte años en los que Venezuela no ha echado siquiera una mirada que permita vislumbrar una salida a la petición y a la aceptación de estos derechos, hacia los que hay que ir por solicitud expresa de la Organización de Naciones Unidas. En Latinoamérica hasta Cuba, la nación más reciente en aprobar por referéndum legislar al respecto, ha brindado posibilidades de libertad sexual. En México este año se sumó el último estado en aprobar la aceptación. Norte, Centro y Suramérica llevan la bandera gay sin menoscabo de su dignidad, al contrario, se convierten en países muy dignos ante el mundo, como respetuosos de los derechos humanos, los que aprueban la apertura sexual y legalizan para ella. Pero Venezuela se encuentra entre las excepciones suramericanas.

Un tema que sin duda contribuye a la estampida de habitantes que buscan un respiro de libertad en otros países. Cuando Brasil, Colombia, Argentina, Chile, Ecuador o Uruguay aceptan la unión de parejas del mismo sexo sin problemas. Quien se va se ve imposibilitado de regresar ante el desconocimiento de su vida armónica como quiere vivirla. A menos que haga como los muchachos de Maturín que decidieron casarse en Utah por la vía virtual. Pero ese matrimonio tiene valor solamente en los países que aceptan legalmente la unión homosexual. Aquí no. En este espinoso país para cualquier desarrollo no.

La influencia rusa, país que ha legislado recientemente en contra de las libertades sexuales, por cierto, si hablamos de retroceder, es mucha; también la iraní y la de otros países fundamentalistas. Hay mucho interés económico de por medio, como vemos con el oro del avión capturado en Ezeiza, en Argentina. Y hay mucha tozudez e incomprensión política. Porque para este régimen terrorífico todo lo que le huela siquiera a toma individual o colectiva, ajena a él, de decisiones debe ser derogado. Por tanto, no será hasta que se conquiste la libertad y la democracia cuando finalmente podamos desencadenar los límites a la sexualidad impuestos desde el poder que no permite tampoco el desarrollo humano.

El encadenamiento, pues, no es solo material, de unos chicos luchando por sus derechos ciudadanos aferrados a una reja de un poder del Estado. Son las cadenas de las que nos habla el Himno Nacional. Más que ponerlas, hay que romperlas. Hacia allá vamos por la vía electoral como máxima presión y con la ayuda de la Corte Penal Internacional que los tiene señalados como delincuentes de lesa humanidad. Por algo es.


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