Para cuando Copei se fundó, el 13 de enero de 1946, Oswaldo Álvarez Paz estaba a un mes de cumplir tres años de edad. Yo no había nacido. Pero estoy seguro que él compartirá el hecho de que ambos crecimos en un ambiente de una gran familia extendida, la familia socialcristiana. Hombres y mujeres de mucho temple, profunda fe en Dios y gran capacidad de entrega y amor por Venezuela, trabajaban juntos por un ideal; y la reciedumbre de la lucha los hizo cada vez más unidos.
Era una época tremenda, en la que quienes venían de la formación católica, entregados a la política como el mejor ejercicio de la caridad, encontraron un ambiente hostil, muchas veces violento; y no fue sino con su testimonio personal y con la coherencia entre la palabra y el proceder, como fueron ganando poco a poco la adhesión de la gente, para convertirse en la única fuerza política en Venezuela que llegó al poder por la vía pacífica y electoral en el cuarto intento por alcanzarlo.
En ese ambiente, de aquellos hombres y mujeres de una sola pieza, cuya larga lista no me atrevo a mencionar por el peligro de excluir alguno y que sintetizo en la figura ampliamente reconocida de Don Pedro Del Corral, crecimos con un profundo afecto entre todos, sincero, espontáneo, nacido de la conciencia de pertenecer a un grupo de ciudadanos decentes, inspirados por la Doctrina Social de la Iglesia, deseosos de llevar a la vida pública los valores de justicia social y solidaridad humana para construir una Venezuela mejor. “Yo soy nuestro”, es la expresión de un campesino que recogió Rafael Caldera en uno de sus tantos recorridos por el país, que sintetiza el sentimiento de los socialcristianos de entonces.
Así como a mí me tocó, desde que abrí los ojos, crecer en ese mundo de admiración y respeto, cálido y solidario, Oswaldo ha contado cómo desde las aulas del Colegio Gonzaga de Maracaibo, con apenas catorce años y rompiendo la tradición política familiar, comenzó a seguir el liderazgo de Rafael Caldera, y de quien también, estoy seguro, le agradará escuchar mencionar, Nectario Andrade La Barca, un zuliano insigne, honesto hasta los tuétanos.
Nectario dictó cátedra en la Universidad, en la política y en el gobierno, y hasta el fin de sus días fue ejemplo de humildad y rectitud. Claro que los jesuitas, como lo sabemos quienes hemos sido sus alumnos, deben haber sembrado temprano en él la semilla de su vocación política.
Oswaldo es de los más jóvenes de la generación del 58. Me parece una ironía que hace ya más de diez años tuve la ocasión de verlo en una entrevista en televisión en vivo, en la que uno de la audiencia le preguntó por qué se mantenía todavía activo en política, que si ya no era hora de retirarse, y pensar que hace apenas unas semanas dos contemporáneos suyos se disputaban la presidencia del país más poderoso del planeta.
Lo que ocurre es que Oswaldo empezó muy temprano, y su participación en la política fue tan rápida y de tan buena estrella, que su frecuente aparición en los medios de comunicación hizo que algunos le dieran más años de los que tenía.
De líder estudiantil de la Universidad del Zulia, su alma mater, que recientemente decidió conferirle el doctorado honoris causa, vino a Caracas a dirigir la Juventud Revolucionaria Copeyana. Desde entonces su proyección a todo el país lo convirtió en una de las figuras políticas con mayor carisma y aceptación en la política nacional.
Diputado al Congreso, su rápido ascenso lo lleva a ser designado por Lorenzo Fernández como jefe de su campaña presidencial en 1972. Presidente de la Cámara de Diputados en el período 1974-79, su estilo franco y directo lo fue convirtiendo en una de las referencias más importantes del espectro demócrata cristiano. Fue significativa y recurrente su posición para que el partido no se cerrara a los juegos internos, para que se mantuviera abierto a la escucha del sentir de la población y lo interpretara, para que estuviera en sintonía con las aspiraciones y reclamos de la gente.
Yo lo veía siempre con admiración y respeto, con ese afecto sincero que nos identificaba con una causa, aumentado con la certeza de conocerlo depositario de la mayor confianza e intimidad de Rafael Caldera. Su cercanía familiar fue muy grande. Para mis hermanos Alicia Helena y Fernando, Cuchi y Oswaldo fueron de su máximo afecto y los acompañaron física y espiritualmente hasta su partida a la eternidad.
Durante el gobierno del presidente Luis Herrera Campíns, Oswaldo fue director de la fracción parlamentaria. En la campaña electoral de 1983, en la que tuve una de las experiencias de mayor aprendizaje y el honor de estar bajo sus órdenes en la Unidad de Medios -junto a Oscar Yanes, Luis Mariano Fernández, Guillermo Betancourt, Nelson Oxford y Félix Ramón Fernández- Rafael Caldera lo anunció como su futuro Ministro del Interior.
Años después, en 1987, ya él de nuevo en la oposición y yo estudiando en Francia, compartimos una inolvidable experiencia en Roma: la conmemoración en el Vaticano del veinteavo aniversario de la Encíclica Populorum Progressio presidida por Su Santidad Juan Pablo II.
Como Diputado fue un investigador y conocedor del tema del narcotráfico, una lucha que nunca abandonó. Fue un promotor de la descentralización, mucho antes de que apareciera el tema en la campaña de 1988 y de que el presidente Pérez la firmara en 1989. Su decisión de presentarse en las primeras elecciones regionales generó gran felicidad a todos al verlo triunfar y convertirse en el primer gobernador electo del estado Zulia, y luego de una extraordinaria gestión de tres años, verlo reelecto en 1992 con un porcentaje verdaderamente abrumador.
Si hubo después diferencias, en cuanto al análisis de la situación del país y sus perspectivas, que nos llevaron a tomar caminos distintos, el afecto profundo que durante tanto tiempo vivió entre nosotros se mantuvo como esos hilos invisibles que nada los destruye. Él mismo, con su nobleza de siempre, se ocupó de pasar la página el 24 de enero de 2006. Ese día, en que Rafael Caldera cumplía noventa años, fue a visitarlo a Tinajero, y en la soledad de su cuarto los dos se abrazaron en medio de una gran emotividad. Caldera le dijo que era el mejor regalo que había podido recibir.
En estos duros años que hemos vivido en el país, Oswaldo ha seguido siendo el luchador brillante, valiente y sincero de siempre. Han intentado callarlo con atropellos físicos y morales. Lo han puesto en prisión y todavía hoy le siguen conculcados sus derechos más elementales. Lo mantienen sin documentación, impedido de salir del país sin orden judicial, y privado de su derecho ciudadano en el registro nacional electoral. Pero él sigue firme en su posición, sin dejarse amilanar, haciendo conocer sus orientaciones hacia el país en la columna que religiosamente escribe desde hace muchísimos años y expresando sus posiciones con toda claridad cada vez que puede hacerlo.
Aquí está Oswaldo, con nosotros, como nunca ha dejado de estarlo. Ahora desde el Consejo Superior de la Democracia Cristiana ganamos con su experiencia y su prestigio. La labor que ha venido desarrollando este Consejo en su primer año de vida ha sido orientadora en la postura de los demócrata-cristianos acerca de los temas de la actualidad nacional. Son muchos los venezolanos que no solamente reconocen el aporte histórico de la Democracia Cristiana en la construcción y desarrollo de nuestra experiencia democrática, sino que creen en ella como la opción política más completa para la realización de la persona humana en la vida social.
En el Consejo, hemos dejado a un lado las diferencias del pasado y hemos dado ejemplo de unidad. Si hemos proclamado la unidad como el camino indispensable para que la oposición encuentre la ruta para el restablecimiento de nuestra democracia, hemos sido los primeros en dar el ejemplo, más cuando entendemos que la política no puede estar divorciada de la ética y que la sinceridad en el discurso y la credibilidad en la dirigencia es la única vía para la ganar la confianza de los venezolanos.
En nombre de todos los integrantes del Consejo Superior de la Democracia Cristiana manifestamos nuestro sentir jubiloso y nos unimos al partido Copei que en su 75 aniversario le tributa este merecido homenaje a nuestro compañero y amigo Oswaldo Álvarez Paz.
Oswaldo, el zuliano emotivo, el excelente padre y abuelo, el mejor amigo, el político sincero y valiente, el hombre de fe y de coraje, se ha dado por entero a servir a Venezuela y sigue estando entero para hacerlo.