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Hojas del árbol caídas

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Blinken G7 UE

Foto EFE/EPA/STRINGER

Durante 48 horas la atención del mundo fue secuestrada por un evento insólito e inesperado en el curso de la guerra que se libra desde hace año y medio entre Rusia y Ucrania. La unidad militar más emblemática del momento de la ofensiva de la federación, la organización paramilitar de origen ruso con su comandante al frente, se desenganchaba del contacto en el frente ucraniano y se replegaba para ir contra su propio gobierno en el Kremlin y derrocarlo. En efecto el grupo Wagner, una empresa militar privada estructurada en torno a un grupo de mercenarios leales –hasta ese momento– al presidente Vladimir Putin volteaba sus fusiles y cañones desde Kiev e iniciaba una marcha de aproximación hacia Moscú. A la hora y fecha, todo muy sorpresivo y digno de una ficción donde Martin Scorsese o Quentin Tarantino muy bien pueden disponer de un filón para una gran superproducción con éxito de taquilla garantizado.

Nadie tiene en este momento el expediente de la verdad de este evento. Es menester ratificar que en esos lados se está en guerra desde hace año y medio y que ha permeado a nivel global y la primera víctima de toda guerra es la verdad. Sin embargo hay algunas enseñanzas derivadas que muy bien pueden servir de referencia hacia la política doméstica venezolana. Sobre todo en la realidad de tantas analogías y equivalencias sobre las que el régimen de la revolución bolivariana ha asentado su permanencia en el poder.

Yevgueni Prigozhin se presentó como aliado a Vladimir Putin hasta el viernes 23 de junio de 2023 y respaldaba con sus 50.000 hombres en la vanguardia la ofensiva contra Ucrania. Adicionalmente participa en el despliegue militar ruso en la guerra del Dombás en 2014, pero también en Siria, Libia, Centroáfrica y Malí; a menudo con acusaciones de cometer crímenes de guerra en las áreas en que fueron desplegados, y cuya sindicación no puede endosársele oficialmente a Rusia por la transversalidad en sí que los deslinda en ideología, en política y en relaciones formales con el gobierno que los siembra… y les paga. Son contratistas de defensa para hacer tercerizar los servicios de seguridad en algunas áreas específicas, en la logística como el armamento, el transporte, la escolta a personalidades en el frente y en las comunicaciones, que en algunas ocasiones hacen el difícil pasaje de cruzar la frontera de la ilegalidad para ejecutar el trabajo sucio que una fuerza militar de línea no debe ejecutar por razones de violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Ya lo saben, esa delgada trinchera que existe entre el derecho y la fuerza que está trazada en los convenios de Ginebra y que le es difícil de distinguir a cualquier soldado frente a la violencia que se ejerce. Nada nuevo, ese outsourcing lo hizo Estados Unidos en Irak, en Afganistán y en la guerra del golfo. El punto es que hasta ese viernes el camarada Prigozhin acumulaba hacia sí el mismo odio, igual resentimiento, tanta tirria y animosidad política y militar como la que atesoran los adversarios y enemigos políticos de Vladimir Putin. Muy similar a lo que se amontona en este momento a Nicolás Maduro y a otro Vladimir. Todo fue así hasta que el rojo rojito Yevgueni le dio voz de mando a sus condotieros ¡Media vuelta… mar! y enfilaron hacia la Plaza Roja con la idea de ejecutar “una marcha por la justicia” como el mismo la calificó, y derrocar el gobierno. Allí cambió todo radical y emocionalmente. El jefe del grupo Wagner, oligarca de vara alta en el gobierno ruso en estos últimos 20 años y con control de una vasta red de empresas con graves acusaciones de injerencia en las elecciones estadounidenses y con sanciones económicas y cargos penales en Estados Unidos como el Vladimir tropical de Fuerte Tiuna. Durante 24 horas las simpatías globales por la posibilidad de la defenestración de Putin pusieron los ojos occidentales en el rebelde mercenario, tantas como si este Vladimir criollo en algún momento volteara las bayonetas y los fusiles hacia el palacio de Miraflores donde esta atrincherado el Zar Nicolas y lo conminara y e intimara con la autoridad de los cuarteles ¡Sal! En fin, fueron 24 horas donde una ola de simpatía se mantuvo en el péndulo de la incertidumbre y la vacilación.

Esa es una primera aproximación. La segunda es que en la guerra y en la política no hay lealtades definitivas ni conclusivas. Los militares de línea, los verdaderos profesionales se ensamblan con valores y con principios que se inician con el juramento ante la bandera nacional donde se asume el compromiso, frente a Dios a la república de defender la patria y las instituciones hasta perder la vida. A partir de allí la satisfacción del deber cumplido con   sujeción al orden constitucional y a la defensa de la sociedad son las más fuertes ligaduras del soldado con el grupo humano que protege y resguarda. Con altos y con bajos eso fue así hasta 1998. Después de la llegada de la revolución bolivariana, los bajos caracterizaron a la nueva república; ya no se defendía a la sociedad, no se preservaba a la patria y se obviaba el cumplimiento de la constitución nacional. La prioridad era la preservación del poder ad eternum para el régimen que encabezaba entonces el teniente coronel Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro y los militares amarrados institucionalmente durante 40 años entre principios y valores democráticos empezaron a tercerizar sus servicios de seguridad y defensa en un calco exacto como lo hace para el gobierno de la Federación Rusa la fuerza Wagner que encabeza Yevgueni Prigozhin bajo contrato privado con Vladimir Putin. En estos años de revolución en Venezuela el soporte del régimen se asienta sobre la FAN – realmente cogobierna – con especial prioridad en el poder popular y lo que se mercadea hacia la opinión publica como la fusión cívico-militar que es su principal fuerza de movilización cuando surgen algunos eventos sobrevenidos que pongan en riesgo la permanencia revolucionaria en el poder. Ha sido así después de la experiencia del 11 de abril de 2002 con la activación de la fuerza Wagner criolla y vernácula encarnada en la Milicia Nacional como un componente inconstitucional para que haga el trabajo sucio que no debe hacer una fuerza de línea. Los milicianos venezolanos son el outsourcing de la seguridad y la defensa bajo contrato para recibir en contraprestación bolsas CLAP, cargos en la administración publica y otras asignaciones oficiales para hostigar, golpear, arrinconar y ejecutar cualquier tipo de ofensiva militar frente el enemigo interno de la revolución: la oposición política.

¿Está todo perdido? ¿Hay esperanza? La reacción de Prigozhin contra Putin finalizó cuando apareció el principal combustible de esta fuerza militar y su más importante motivación, el salario retardado. En todo caso este rollo no ha terminado y la película sigue corriendo, mientras las simpatías fuera de Rusia hacia el jefe del grupo Wagner para derrocar a Putin empiezan a desvanecerse en el mundo. Entre estos agentes de las mercedes (en algún momento se apelaron como mercedarios) generadas de la riqueza, de la tierra (algunas fuentes los ubican incursionando en Guayana), de fama y de poder como soldados de lucro o de fortuna sin ningún escrúpulo, como los antiguos condotieros existen algunas similitudes salvando tiempo y distancia con los milicianos criollos que se han sembrado organizacionalmente en la actual FAN para soporte revolucionario en el poder. ¿Está todo perdido? ¿Hay esperanza? Las lealtades en este tipo de estructuras políticas y militares no atienden ni a principios ni a valores. Siempre va a quedar un margen para la escisión y para la ruptura. Las barandas para el salto se colocarán bajitas a medida que el salario se retarde o haya una oferta de negociación más alta. Como acaba de ocurrir entre Prigozhin y Putin.

Las lealtades que manejan los mercenarios son como las hojas del árbol caídas al decir de José de Espronceda… juguetes del viento son.

¡Dígalo ahí, Vladimir! Y puede responder cualquiera de los dos.

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