La ley primera y fundamental de la naturaleza es buscar la paz.
Thomas Hobbes
A pesar de que muchos piensen que Thomas Hobbes fue un filósofo oscuro y de tesis malditas, su rasgo definitorio lo vincula al concepto del poder del Estado, la importancia del contrato social y desde luego la indisoluble relación que subyace entre gobernanza, gobernabilidad y confianza, esta última derivada de la existencia de un contrato social entre los gobernantes y los gobernados.
Para Hobbes, el contrato social embridaba confianza, certidumbre y garantía de una coexistencia regida por el imperio de las leyes y el indisoluble nexo entre los límites que impone el marco institucional, al libre arbitrio de las apetencias individuales, pues no siempre se suele vivir apegado al justo medio de la perfección aristotélica del hábito modelador del carácter, como juicio apodíctico, en tal sentido el contrato social, nos aleja del Estado Natural de las cosas, del imperio de la fuerza bruta, de la barbarie.
Justamente en la condición natural todos los hombres viven bajo la posibilidad fáctica del conflicto y la perpetuidad de que se produzca una confrontación bélica, eso que el hombre común llama todos contra todos que, tomando a Hobbes, citado por (Velez, 2014) nos indica:
“En la condición de estado de naturaleza todos los hombres son libres y, sin embargo, viven en el perpetuo peligro de que acontezca una guerra de todos contra todos (Bellum omnium contra omnes). Desde el momento en que la sumisión por pacto de un pueblo al dominio de un soberano abre una posibilidad de paz, no la verdad, sino el principio de autoridad” (Velez, 2014)
Esa posibilidad de que el Estado sea verdadera garantía de paz, subyace en el Estado de Derecho, así pues la garantía de paz es una condición del imperio de la ley, por añadidura es una derivación del contrato social o pacto de gobernanza, así pues en su traza filosófica advertimos que para Hobbes el hombre es una suerte de máquina tangible, susceptible a mediciones, particularmente asociada a la capacidad de movimiento, cinemática de lo humano, de allí el lenguaje es el vector que permite además dotar a los sentimientos de corporeidad, es el lenguaje aquello que permite advertir la profundidad del espíritu y de los sentimientos, bien sean racionales o bien sean animales, “Porque aparte de las sensaciones y de los pensamientos, la mente del hombre no conoce otro movimiento, si bien con ayuda del lenguaje y del método, las mismas facultades pueden ser elevadas a tal altura que distingan al hombre de todas las demás criaturas vivas.” (Hobbes, 1940), entonces reforzamos que el lenguaje además de diferenciarnos de los animales es la medida común para evaluar de manera mesurable el rol de los sentimientos bien sean estos de nuevo racionales o aquellos, que nos insuflan la acción física del movimiento de los cuerpos, es decir la acción mecánica del ser humano, es menester entender que el hombre ha de buscar insilio en sí mismo, en la introspección para la procura de su autoconocimiento o reflexión de su existencia, así se evaluaría en tanto y cuanto sus acciones, de nuevo existe una vinculación absolutamente inexorable entre lenguaje, pensamiento y espíritu.
Entendiendo al hombre en su esencia mecanicista, asociada a la existencia de sus pasiones, sí se reflexiona entonces en un mundo sin contrato social, sin Estado, por ende sin leyes entonces los sentimientos animales, instalarían esa terrible condición atávica del “ Bellum omnium contra omnes” ( Guerra entre los hombres), mutaríamos de sociedad en jauría, de homo sapiens contemplativos a licántropos, lobos del hombre mismo, nuestra existencia estaría regulada por el imperio de la violencia, de la incertidumbre, de la voracidad, un estadio absolutamente repudiable, ese es el tan temido Estado Natural.
“En tal condición, no hay lugar para la industria; porque su fruto es incierto; y, en consecuencia, no hay cultura en la tierra; no hay navegación, ni uso de las mercancías que pueden importarse por mar; ningún edificio cómodo; no hay instrumentos para mover y quitar cosas que requieren mucha fuerza; ningún conocimiento de la faz de la tierra; sin cuenta de tiempo; sin artes; sin letras; ninguna sociedad; y que es lo peor de todo, miedo continuo y peligro de muerte violenta; y la vida del hombre, solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve” (Hobbes, 1940)
Es justamente ese estado natural, de la subsistencia animal, violenta, finita, bestial escindida de artes, de cultura, de ciencias, de lenguaje, en la cual la violencia y la muerte impera, es justamente ese Estado Natural, esa vuelta a Hobbes la que hoy afecta a la desmantelada Venezuela, que se expande cual pestilente vaho sobre este nuestro extraviado continente, esa fistula de violencia que expone sus síntomas en el Ecuador, con el asesinato de Fernando Villavicencio, por grupos delictivos y gansteriles que mantienen nexos con la hegemonía instalada en naciones vecinas, gobernadas por la irascibilidad delincuencial, así somos un continente en donde el atavismo de Lombroso, define al poder político, ningún escándalo es inferior al otro, todos se yuxtaponen en un solo vaho fétido, que va desde la pérdida de las libertades y el quebranto de las instituciones, hasta las claras denuncias del vástago del presidente de Colombia, inmerso en crímenes de legitimación de capitales, la sometida Cuba, la esquizoide y gansteril Venezuela y la oscura Nicaragua, pasando desde luego por el culmen de la violencia ecuatoriana, en medio de una campaña electoral, fruto de la ingobernabilidad de aquel país.
Hobbes vive, en cada acto de violencia que nos aproximan al Estado Natural, que nos desvían de la institucionalidad y del bien común, la violencia encuentra refugio en la rudeza del habla y la vacuidad del alma, allí hace madriguera para el desmontaje de la libertad, las pasiones animales, atávicas, viscerales dominan la cotidianidad y el ser humano, se transforma en lobo, en licántropo, no hay sociedad sino manada, no hay lenguaje, sino guturalidades, groserías, paráfrasis vacía y vectores de la oralidad para la ira, se impone la levedad de los vicios, desaparece la virtud y la vida es un tema horroroso, desagradable y por tanto supone la huida y el éxodo.
Finalmente la crónica del miedo se hace relato cotidiano, se vive siendo mellizo al temor, abrazando la imprevisibilidad de los actos cotidianos de la vida, quedando entonces arado el terreno para el terror, la anarquía sea esta de derecha o de izquierda, permitiendo que la irascibilidad, la rabia en su personificación griega la “ate”, hagan cautiva a las virtudes y nos extravíen de la tan deseable “Areté”, griega cayendo en el abismo del daño antropológico o anestesia colectiva, generando además la odiosa simulación de las virtudes, cuando en el interior se asume la conducta de un truhan, violento, torvo y sin límites en su conducir.
Las crónicas de la violencia se repiten en todo el continente, en la connivencia absurda con la gansterilidad y el crimen, en la violación sistémica de los Derechos humanos, en la violencia como locus de acción política y finalmente en la elección de la rabia y los extremos para conducir el destino de las sociedades, países en donde la existencia queda reducida al Estado Natural de Hobbes y que nos hacen asumir que el legado de este filósofo subyace en cada atropello, en cada grosería, en cada exceso cometido desde el poder, hacia el débil o el socialmente disminuido.
@carlosnanezr
@nanezc
Código ORCID 0009-0006-5778-1196
Referencias
Hobbes, T. (1940). Leviatán o los asuntos del poder y el bienestar común Eclesiastico y Civil. México: Fondo de la Cultura Económica.
Velez, F. (2014). La palabra y la espada a vueltas con Hobbes. Madrid: Maia Ediciones.
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