OPINIÓN

Historia y diversidad regional, local y social

por Horacio Biord Castillo Horacio Biord Castillo

La llamada “historia nacional”, la historia de Venezuela como sociedad global y envolvente de otras formaciones sociales, se ha desenvuelto, en parte, por fenómenos externos que condicionan los internos y, por supuesto, también por pequeños sucesos, fenómenos y personas que encarnan voces, sentires, pensamientos y formas de ser diversas. Lucas Guillermo Castillo Lara, historiador de muchos pueblos y regiones de Venezuela, conocedor de historias locales y regionales, en su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia, para ocupar el sillón letra D, en 1977, apunta:

“Por el Río Grande de la historia va el agua viviente del pueblo, clara o barrosa, mansa o creciente. El de las ciudades y el de las pequeñas aldehuelas mínimas de la gracia y el lucero. En busca de esa argamasa para la historia de la patria grande, nos hemos lanzado a rescatar las historias olvidadas o desconocidas de tierra adentro. Miradas unas a través de su paisaje que enamora, entrevistas otras en los hechos de su menudo acontecer, reunidas todas en la concepción global de nuestra Venezuela. En esas patricitas, hemos querido encontrar el canto iluminado que se difumina en sus apagadas voces, para construir sonido sobre sonido, y corazón sobre esperanza, la polifonía majestuosa de su coro total” (Castillo Lara, Lucas Guillermo. Materiales para la historia provincial de Aragua. Maracay, Gobernación del Estado Aragua y Academia Nacional de la Historia, 1995, Biblioteca de Autores y Temas Aragüeños, 2, pp. 38-39).

Castillo Lara insiste en la importancia de la pluralidad de las voces, de la necesidad de presentar distintas visiones, a menudo contrapuestas, a veces incluso coincidentes, pero siempre enriquecedoras porque aportan puntos de vista diversos y, en último término, complementarios para lograr una explicación total de determinados fenómenos sociohistóricos. Prosigue Castillo Lara al apuntar que “no eran similares las condiciones, las políticas y los hombres de Caracas y La Grita, de Calabozo y San Sebastián o de cualquier otra población. Ni los mantuanos y oligarcas caraqueños, con su enredada trama familiar, podían compararse en un mismo pie de igualdad social, de poder económico, a los comerciantes, funcionarios de segundo orden, medianos y pequeños ganaderos, hacendados y aún conuqueros, que constituían la primera línea de poder en esos pueblos interioranos. Los separaban abismos económicos, políticos, culturales y sociales. Y sin embargo, unos y otros eran las clases dominantes en sus respectivas jurisdicciones. Era diferente, también, el modo de enfocar la vida, de conducir su conducta, de encarar los variados problemas que les deparaba el medio telúrico y social en que les tocaba actuar” (p. 34).

Añade “lo que decimos de estas capas socialmente más fuertes, podemos también aplicarlo a los otros estamentos sociales del país. No era igual la calidad ni el modo de vida de un negro de las costas lacustres de Trujillo, de un negro ganadero en Apure trabajador de hato, de un negro pescador oriental, comparado con los esclavos de Caracas o de los valles centrales. Había matices y formas de vida que los diferenciaban. Lo mismo podría aducirse de los pardos, donde era más notoria la distinción, o de cualquier otra mezcla de razas. Sin embargo, no se han resaltado estas particularidades, sino con frecuencia se ha pretendido englobar con una mirada caraqueña a todos esos problemas y se los ha generalizado con un común denominador, que tiene su definición en el prototipo caraqueño” (pp. 34-35). Insiste en que “la historia la hicieron todos los hombres y todos los pueblos de esta tierra, aun los más escondidos y humildes. Cada uno tiene su parte, pequeña o grande, en ese quehacer, del cual con frecuencia desconocemos su trascendencia (pp.30-31).

En el momento actual resuena como trompetas convocatorias, llenas de advertencias, la necesidad de comprender la patria toda, el país plurinacional de Venezuela, desde una perspectiva amplia y no solamente limitada a las visiones caraqueñas y desde Caracas, al centralismo excesivo, tantas veces manipulado por el poder político como instrumento de dominación. Construir un nuevo modelo de país implica también la necesidad imperiosa de hacer valer las diferencias regionales y locales, o étnicas según el caso (indígenas, afrodescendientes, etc.), que enriquecen y le dan forma a la Venezuela total. En ese mismo orden de ideas, es de extraordinaria importancia darles cabida a las voces individuales o colectivas que desde diversos puntos del país muestran sus características, sus necesidades y sus propias percepciones de la realidad. Despreciar o no tomar en cuenta todos estos aspectos nos condena, en definitiva, a forjar modelos incompletos, equívocos, y de poca sostenibilidad en el tiempo, sin mencionar su escaso éxito social. No se debe confundir, empero, el entusiasmo que pueda generar alguna política aislada en los momentos iniciales de su implementación, el carisma mesiánico o la desilusión política, sin medir la posibilidad verdadera de su éxito duradero.

Castillo Lara nos recuerda, con su prosa llena de luz y poesía, la importancia de lo local y lo regional y la pertinencia de la diversidad social, ejes transversales para cualquier proyecto nuevo de país. En el campo académico, estas tareas convocan por igual a todos los profesionales de las ciencias sociales, en especial historiadores, antropólogos y sociólogos. Comprender el país diverso y su historia nos permitirá también entender la Venezuela profunda y, con ella, poder calibrar las bases donde debe asentarse cualquier modelo o proyecto inclusivo de país.

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