Permítanme darle los méritos de este artículo al Dr. Agustín Blanco Muñoz, profesor, historiador, investigador y autor de obras como Testimonios violentos (17 volúmenes) y La violencia en la Venezuela reciente: 1958-1980 (10 volúmenes). El coordinador del Centro de Estudios de Historia Actual y secretario ejecutivo nacional de la Cátedra Pío Tamayo tuvo la deferencia de llamarme e ilustrarme en infinitos aspectos históricos -sin conocernos personalmente- por una simple pregunta que tuve el atrevimiento de hacerle a través de las redes sociales.
La historia de Venezuela -desde nuestras guerras independentistas- siempre se ha escrito de forma apasionada. En los libros se han narrado innumerables épicas e increíbles epopeyas libradas por nuestros guerreros, quienes dotados de gran destreza y coraje forjaron nuestra independencia. Los libros han exaltado grandes y pequeñas batallas entabladas en pos de una independencia, que perseguían un solo objetivo: adquirir unas libertades civiles, de las cuales aún carecemos.
Héroes, hemos tenido muchos. Francisco de Miranda, precursor de la independencia; Simón Bolívar “el Libertador”; José Antonio Páez “el Llanero Increíble”; Manuel Piar “el General Invencible”; Santiago Marino “la Campana de Oriente”; Antonio Ricaurte «el Ingenioso de San Mateo»; Antonio José de Sucre “el Gran Mariscal”.
Rafael Urdaneta, Juan Bautista Arismendi, Carlos Soublette, José Francisco Bermúdez, Manuel Cedeño, José Félix Ribas, José Laurencio Silva y un sinnúmero de uniformados, tienen un lugar en la historia. La razón: hemos admirado guerras y batallas. Le hemos inculcado a nuestro pueblo que el militarismo y el caudillismo están en un nivel superior a los valores y a los aportes que han realizado los ciudadanos civiles, durante más de los 200 años que ha perdurado el abuso de poder en una nación que Simón Bolívar independizó de la corona española para entregársela a los gobiernos civiles y alternativos.
La historia y los libros le deben un capítulo al Dr. José María Vargas, por ejemplo, quien pleno de virtudes nos legó una carta a propósito del empeño del Congreso de la República en designarlo presidente de la República. Cito:
“Ni por un momento he acogido la idea de poder yo encargarme de los destinos de mi país; porque estoy bien convencido de que carezco, además de la capacidad necesaria para dirigir con acierto tan difícil encargo, de aquel poder moral que dan el prestigio de las grandes acciones, y las relaciones adquiridas en la guerra de Independencia; poder que, en mi opinión, es un resorte poderoso en las actuales circunstancias de Venezuela para robustecer la enervada fuerza de la ley; y conjurar con eficacia las tempestades que pueden amenazarla, o hacer desaparecer, rápida y vigorosamente, los males que la aquejan”.
Rómulo Betancourt, en su discurso del 11 de marzo de 1944, refiriéndose al nacimiento del científico, y como un homenaje conmemorativo expresó:
“Otra inmarcesible lección de Vargas es la de su soberbia y hermosa terquedad para rechazar la tentación del lucro con dineros públicos. El profesional adolescente que rechazó los 25 pesos mensuales de gratificación con que la municipalidad guaireña quiso premiar sus desvelos de médico de las horas conflictivas del terremoto de 1812, fue el mismo hombre maduro que, ya de presidente de la República, no recibirá del tesoro nacional sino los precarios mil pesos mensuales, asignados en el presupuesto al jefe del Ejecutivo Nacional. Fiel a sí mismo, rechazó en 1846 el regodeo bien rentado de un cargo diplomático en el viejo continente argumentando, con sencillez ejemplarizante: ‘Es más grato para mi alma continuar enseñando a la juventud venezolana, que todos los honores que pudiera recibir de las cortes europeas’. Esta lección de la decencia ‘Varguiana’ sigue marcándole un derrotero, desgraciadamente seguidos por tan pocos, a los hombres públicos de nuestro país”.
De un articulista del diario El Nacional. Antonio Sánchez García, recuerdo citar un pensamiento de Aristóteles, en su artículo «Política, ética y solidaridad».
“Pues aquello que está en nuestras manos hacer, podemos también abstenernos de hacerlo; donde depende de nosotros decir ‘no’, somos también dueños de decir ‘sí”.
Nuestra historia solo ha exaltado a quienes han participado en conflictos bélicos. Quizás de allí, esa ilusión de soñar con un salvador, un mesías, un todopoderoso que nos libre de un yugo imaginario que solo es el reflejo de nuestra incapacidad ciudadana, para enfrentar y aceptar la realidad. Seremos libres e independientes cuando el sentir nos deslastre de ese líder utópico que resolverá todos nuestros problemas. Esta nación, al igual que todas, solo depende de los líderes civiles, del trabajo colectivo y del sentido de pertenencia.
Gracias Don Agustín. Su sabiduría nos ilumina el futuro.
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