I

Sobre la errónea percepción del vencedor y el vencido

Tal como les he relatado en anteriores entregas la historia de la humanidad en la edad antigua es, en buena medida, la historia de pueblos emigrando de un lado a otro a fin de procurar satisfacer necesidades infinitas en un contexto en el cual hay muy pocos recursos disponibles. Ahora bien, dada la propia volatilidad y falibilidad de la conducta humana que hemos esbozado tantísimas veces en capítulos anteriores, encontramos que esta se maximiza cuando está subsumida en un grupo humano protagonista de algún movimiento o desarrollo en particular, de ahí que, es fácilmente previsible que los avatares que surgieron a raíz del contacto entre grupos humanos distintos durante esta etapa de la historia fueren bastante heterogéneos.

Es decir, el contacto entre civilizaciones en la edad antigua trajo aspectos infinitamente benévolos, negativos o eclécticos dependiendo de los pueblos protagonistas de los acontecimientos históricos a los cuales nos estemos refiriendo, por tanto, aun cuando como hombres del siglo XXI —preñados de un buenismo recalcitrante—, pretendamos evaluar conforme a nuestros cánones actuales el avance que constituyó la romanización de la península ibérica frente a los grupos indígenas que se encontraban en la misma a su llegada, nos hallaremos con una multitud de resultados distintos en el mismo contexto histórico. Así, tal como existieron grupos humanos que se asimilaron, se romanizaron y, por tanto, llegaron a su máximo desarrollo uniendo sus destinos a Roma, hubo otros que siempre se resistieron; siendo algunos de ellos subyugados, otros destruidos y otros expatriados, todo esto, por razones conflictuales culturales, lingüísticas, religiosas, políticas o meramente humanas.

Sin embargo, tal como les he señalado tantas veces, la existencia de un grupo que a pesar de ser avasallado cultural y militarmente por otro, prefiriera resistir y morir en lugar de abrazar la nueva cultura y situación que se le proponía no debe crear a nuestros ojos, por antonomasia, la concepción de héroe de la cual tanto hemos bebido en nuestra época. Como individuos de la especie humana que eran, algunas de estas tribus se resistieron a la romanización por ideas bastante más pragmáticas que idealistas. Así, algunos resistieron a Roma por el hecho de estar muy inmersa en su cultura la idea de actuar con total independencia y autonomía absoluta, otros por sentirse desplazados desde su situación de preponderancia frente a otras tribus para pasar a una situación de segundo nivel, otros por mero egoísmo humano de sus líderes que consideraban que perdían su estatus social, y finalmente, hubo algunas tribus que el contacto que tuvieron con los generales romanos con los cuales negociaban —tan humanos y llenos de defectos como ellos—, se vio manchado por la traición de estos últimos, y mientras hombres como Escipión el Africano procuraban el cumplimiento de la palabra prometida, otros como Galba no concebían la igualdad de los negociantes y eran capaces de prometer cualquier cosa con tal de conseguir sus fines expansionistas. De ahí que, como en toda historia de contacto de civilizaciones, máxime cuando una se enseñorea frente a otras, la propia reacción de la cultura subyugada o asimilada tuvo que ver no solo con aquello que se le proponía, sino por el momento histórico en el cual ocurrió, y las personalidades representantes de Roma con las cuales tuvieron contacto efectivo.

Ahora bien, la verdad histórica es que Roma prevaleció y se expandió por toda la península ibérica, estableciendo por primera vez en la historia la unidad territorial de este componente de la geografía europea, y creando de este modo la verdadera piedra angular del mundo hispano. Así, Roma es claramente el inicio y base fundamental de todo cuanto somos los hispanos hoy en día, siendo esta afirmación irrefutable salvo por los obnubilados o díscolos que siempre han pululado entre los mentecatos, pero que hoy gracias a las redes sociales pueden comentar tanto sinsentido sin ninguna consecuencia.

Conforme a lo planteado en los párrafos precedentes, dado que estoy narrando la historia de España obviamente no puedo aferrarme solo a la historia de Roma que es el pueblo que se impuso, sino que también debo narrar la historia de aquellos que, por múltiples razones, las encontremos válidas o no, se resistieron a la romanización, y precisamente de estos últimos hablaremos un montón en este capítulo. Así, antes de adentrarnos en ello solo me queda advertir una vez más al lector que no pretenda en estas páginas leer la historia de villanos abyectos que invaden y exterminan poblaciones inocentes frente a héroes que resisten y exhalan pundonor, al contrario, conténtese con leer la historia de seres humanos en diferentes posiciones y grados culturales, necesarios todos ellos en el devenir histórico que nos ha traído hasta aquí.

II

Pueblos indígenas de la península ibérica a la llegada de los romanos

En materia de pueblos existentes en el mundo mediterráneo en la antigüedad si a un sabio podemos dar crédito es a Estrabón y, por supuesto, a su magna obra Geografía, a la que nos hemos referido en capítulos pasados. Así, el geógrafo heleno nos señala que a la llegada del mundo romano a la península ibérica los pueblos que se encontraban en la misma se dividían a grandes rasgos de la siguiente manera.

En el norte de la península ibérica se encontraban, por una parte, en territorios que hoy en día constituyen Galicia los Galaicos, siendo vecinos estos de los astures, quienes habitaban buena parte de lo que hoy en día conocemos como Asturias y parte de León. Aproximándonos al noreste nos conseguíamos a los cántabros, ocupando en buena medida lo que hoy en día conocemos como Cantabria. Por su parte entre los territorios que hoy en día conocemos como el País Vasco, Navarra, y parte de Aragón conseguíamos entre distintos pueblos la primacía de los vascones. Entre los límites de lo que hoy en día conocemos como Cataluña, Aragón y Valencia, nos encontrábamos contacto entre ilercavones y edetanos, prevaleciendo particularmente estos últimos en territorios hoy en día valencianos.

Hacia el sureste en lo que hoy en día conocemos como Alicante y Murcia hallamos la supremacía de los contestanos. Por su parte, en al oeste en lo que hoy en día conocemos como el sur de Extremadura y parte del noroeste de Andalucía nos conseguíamos al interesantísimo pueblo de los turdetanos (presuntos herederos de Tartesia), quienes además también disputaban la mayor parte de Andalucía con los túrdulos. Al oeste, ocupando todo el territorio que hoy en día es Portugal y parte de Extremadura conseguíamos a los poderosos lusitanos. En el resto de Extremadura se encontraban una multitud de pueblos celtíberos. En parte del actual territorio de Castilla y León nos topábamos  a los vaceos, mientras los vetones tenían supremacía entre el Duero y el Guadiana. Por su parte, en territorios hoy en día madrileños teníamos a los carpetanos, quienes también se extendían hacia Toledo y parte de Guadalajara, mientras que finalmente, en los territorios actuales de la provincia de Ciudad Real eran los señores la tribu de los oretanos.

III

Los hombres de Roma 

Durante los dos siglos que duró el establecimiento del dominio de Roma en la península ibérica, se vio sucederse de manera ininterrumpida la marcha de legiones en los distintos puntos en los cuales eran necesarios. Estos legionarios, claramente los mejores guerreros del mediterráneo por mucho en su época, eran comandados por jefes militares que luego de cumplir con el cursus honorum y alcanzar prestigio en sus urbes obtenían el mando de tropas también llamado imperium. Ahora bien, como les comentaba en los prolegómenos de estas líneas, entre los generales romanos conquistadores existieron aquellos que hicieron de su palabra una verdadera garantía para atraer a la cultura latina a las tribus y, por tanto, obtener el apoyo de las mismas frente a las más belicosas que se seguían oponiendo, mientras que a su vez, hubo generales que se valieron de manipulaciones y tratos arteros para poder cumplir sus objetivos a corto plazo, ocasionando a largo plazo mayores problemas para Roma con tribus que les odiaban producto del hacer de sus adelantados. Precisamente ambos extremos los ejemplifican muy bien los dos principales generales enviados por Roma a la península ibérica: Escipión el Africano y Galba.

A finales del siglo III a.C. el esmerado patricio Escipión el Africano, que llegó a la península ibérica como observamos en capítulos pasados persiguiendo a los cartagineses, en sus estancias en Tarragona y Cartagena mostró tal benevolencia, devolviendo la libertad a los esclavos indígenas que los cartagineses habían tomado y, a su vez, recuperando rehenes de los púnicos para las tribus autóctonas que encontraba —siempre y cuando pudiera contar de estas el apoyo a Roma—, que consiguió la ayuda necesaria de los pueblos hispanos para derrotar a su acérrimo enemigo cartaginés.

Por su parte, a mediados del siglo II a.C. el cruel general romano Servio Sulpicio Galba pretendiendo pacificar a la belicosa tribu de los lusitanos les hizo creer en la buena fe que les proponía haciéndoles desarmar y volver a sus campos mientras les prometía total impunidad y seguridad en sus bienes y vidas, sin embargo, no tan pronto creyendo en la buena fe del romano los lusitanos hubieren hecho esto, Galba ordenó asesinar a miles de ellos con la mayor sangre fría, perdonando solo a un grupo muy pequeño que destinó a la esclavitud. Entre los sobrevivientes que lograron escapar a tamaña sangría del pueblo lusitano, se encontraba un muchacho muy joven a quien llamaban Viriato, y que precisamente juraría venganza a Roma a partir de aquel día, siendo el castigo de Roma en su adultez.

IV

Viriato y los lusitanos

Los lusitanos, tribu de probable origen céltico, constituían una sociedad verdaderamente belicosa que defendía celosamente su hegemonía sobre los territorios que podían alcanzar en la península ibérica. Los antiguos hablan no solo del particular carácter sanguinario de los lusitanos, sino de su costumbre de hacer sacrificios humanos, y revisar el porvenir inmediato en las entrañas de los enemigos sacrificados. Desde inicios del siglo II a.C. habían permanecido en una férrea guerra contra Roma, lo que les había hecho ser considerados su principal enemigo entre las tribus resistentes. Ahora bien, esta situación de belicosidad de los lusitanos llegó a su punto más álgido cuando, como les comentaba, en torno al año 150 a.C. el general romano Galba les traicionó y realizó una razzia que acabó con miles de ellos, generando así un motivo para que a partir de ese momento la guerra de los lusitanos contra Roma fuera total, generando al caudillo adecuado para estos fines, el bravo Viriato.

De Viriato sabemos que aún era un mozo cuando ocurrió la masacre de Galba, al encontrarse entre los sobrevivientes que lograron escapar, con el paso del tiempo gracias a sus hazañas militares y proezas personales los lusitanos le nombraron su líder. Era tal la fama de Viriato que curiosamente, tribus ajenas que no solían aceptar el mando en la guerra de jefes ajenos como los vetones y arévacos, entre otras, aceptaron la jefatura de Viriato, y la revuelta en contra de Roma se extendió por vastísimos territorios de la península, donde durante años Viriato derrotaba con alarmante facilidad a los hombres que Roma enviaba en su contra, al punto que en el año 140 a.C., Roma se vio forzada a acordar la paz con el caudillo y, por tanto, reconocer su jefatura sobre sus territorios y gentes.

Este magno acuerdo fue entendido como debilidad por buena parte de los optimates que se encontraban en Roma y reemprendieron una guerra contra Viriato que eran incapaces de ganar en buena lid, razón por la cual, el romano Quinto Servilio Cepión no consiguió mas remedio que lograr que tres de los hombres más cercanos a Viriato le traicionaran, prometiéndoles al efecto tierras y riquezas. Una vez fue consumada la traición siendo asesinado el caudillo por sus aliados, se cuenta como cuando estos pretendieron cobrar el premio prometido, fueron recibidos por Cepión con el mayor de los desprecios quien les dijo: «Roma traditoribus non praemiat», es decir, «Roma no paga a traidores», frase que desde entonces ha quedado eternizada y aún usamos mucho en el mundo hispano.

V

La toma de Numancia

Así, como fue inmortalizado el adagio con el cual cierro la narración del apartado precedente, también ha sido eternizada la expresión “resistencia numantina” o “defensa numantina”, y en este apartado les voy a explicar el origen de ello.

La “guerra de fuego” fue el nombre con el cual los romanos a partir del año 152 a.c, bautizaron al conflicto que tuvieron con Numancia, ciudad ubicada a orillas del Duero, un poco más arriba de Soria. Ni antes ni con posterioridad los romanos se enfrentarían con un pueblo tan formidable e indómito, quizás con la excepción de los propios lusitanos o los cántabros y astures a los cuales les dedicaremos el siguiente apartado. Así, durante dos décadas los numantinos hicieron frente y rechazaron con relativo éxito todo tipo de incursiones de los romanos causando una verdadera sangría entre las legiones que una a una fracasaban frente a esta resistencia numantina. Esta situación ocasionó un pavor entre las tropas romanas, que rehuían el llamado a hacer la guerra de fuego a Numancia, y cuando no les quedaba de más remedio de asistir a estas tierras, lo hacían en mal grado con el pavor incrustado en su ser.

Ahora bien, la confrontación con Numancia acabaría gracias a Escipión Emiliano —el nombre lo había obtenido al haber sido adoptado por un hijo de Escipión el Africano—, quien luego de una singular campaña logró sitiar a Numancia por completo en el año 134 a.c, impidiendo a través de la alianza o la amenaza a las tribus vecinas que acudieran en ayuda de los numantinos. Como no podía esperarse de otro modo, los numantinos resistieron hasta el final el hambre y la enfermedad, llegando al extremo que una vez acabados todos los recursos y siendo imposible la supervivencia en pie, realizaron un suicidio masivo de toda la ciudad, así cuando Escipión Emiliano entró en la asolada urbe solo encontró montones de cadáveres y cenizas. Verbigracia de lo anterior, se cuenta como en medio del terrible sitio los numantinos fueron contumaces antropófagos, no solo de los muertos, sino de los débiles que no podían luchar.

VI 

Augusto y las guerras contra cántabros y astures

Ante los ejemplos anteriores de resistencia frente a la romanización de la península ibérica por supuesto que es posible que el lector considere poco probable que existiere otro tan representativo, pero efectivamente sí existió. La tenacidad de las tribus de cántabros y astures en el norte de España no era un factor al cual los romanos estuvieran poco habituados luego de tantos años de lucha, pero observar el orgullo indómito que demostraban estos hombres incluso al haber sido vencidos, fue algo que quedó en los anales de la historia de Roma. Se habla de cómo luego de ser vencidos y muchos de ellos ser crucificados para hacer ejemplo entre sus pares, estos bravos guerreros se disponían a cantar con sus últimos alientos himnos de guerra con la felicidad de no ver nunca su espíritu dominado por Roma. Así, encontramos casos de madres cometiendo infanticidio en contra de sus hijos con tal de que no cayeran en manos romanas, o niños acabando con sus familiares que habían sido tomados como siervos por los romanos, también se habla de aquellos que se arrojaron motu proprio a las llamas antes de enfrentar el sometimiento a los romanos.

El carácter indomable y despiadado de estas tribus hizo que el propio César Augusto, primer emperador romano, sobrino del finado Cayo Julio César conquistador de las Galias, tuviera que participar personalmente en la guerra contra estos fieros norteños, logrando derrotarlos de modo definitivo en el 19.a. y, estableciendo a partir de ese entonces la pax romana en toda la península ibérica.

A partir de aquí, Hispania será una provincia del imperio romano totalmente pacificada que participará de las luces y sombras del imperio más representativo del mundo occidental. ¿Cómo participaron los hombres de Hispania en el imperio romano? ¿cuál fue la situación de esta provincia? Eso lo veremos en nuestra próxima entrega. De manera que, como siempre me despido con las palabras del maestro Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


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