Susceptibles de un lento descenso o súbito colapso, las autocracias de larga duración suelen arrastrar también a los cuadros acreditados de la oposición. El ejercicio aún injustificado de una mayor y desesperada represión, sintetiza un proceso que ha sido, más de las veces, paciente, taimado y eficaz de destrucción de los referentes políticos, quedando o fungiendo como alternativa para la salida y transición los intelectuales, o, acaso, los más conocidos deportistas y estrellas de la actuación.
En el caso venezolano, con alguna frecuencia histórica, los diplomáticos constituyeron una opción quizá suponiéndolos como los menos contaminados por una duradera estancia en el extranjero, aunque ésta no fue suficiente para Esteban Gil Borges que, al volver para asumir la cancillería, prestigió al novel gobierno post-gomecista, saludado prematuramente como un previsible sucesor de Eleazar López Contreras, por los más ingenuos sectores del país. Definitivamente liquidados los viejos caudillos y todavía muy joven el liderazgo emergente, otro nombre de reputación fue Diógenes Escalante que, por cierto, gustaba más del trabajo internacional, flamante ministro de Relaciones Interiores por –apenas– dos meses, presidenciable en los años muy anteriores como lo fue en los muy posteriores.
Una determinada estabilidad del servicio exterior, cónsona con el país libre de deudas que despuntaba en el mercado petrolero, resultó en un funcionariado que se hizo ducho sobre todo en el extendido período de las guerras y conflictos de obvias consecuencias planetarias. Ciertamente, propagandistas del régimen y espías de sus enemigos en el exilio, embajadores y cónsules debieron igualmente sortear circunstancias muy disímiles y riesgosas, por lo menos, en la Europa de todos los peligros que los forzó al aprendizaje; valga acotar, aún en los peores momentos, sólo Caracas autorizaba el abandono del despacho y de las mínimas funciones diplomáticas de acuerdo con una universal y consolidada práctica en la materia.
Ponderados por razones de oficio, los diplomáticos de carrera, o, más o menos tales, destacaron en las ternas de la sucesión presidencial del siglo pasado; además de los viejos vínculos amistosos con importantes y hasta decisivas personalidades de otros países, por una lograda experiencia política en las comarcas más lejanas y extrañas, y la capacidad de conformar sendos equipos para un planificado desempeño. Locura aparte, a pocos pasos de acceder al poder, recordado en las vecindades del 79° aniversario de la llamada Revolución de Octubre, muy bien lo tipificó Diógenes Escalante que tenía “experiencia, sentido de oportunidad en el ataque y el contraataque”, como dijera Jesús Sanoja Hernández, en una ya antigua crónica (https://lbarragan.blogspot.com/2014/09/pasajeros-somos-4.html).
Las postrimerías de toda dictadura afecta grave y decisivamente a propios y a extraños, tendiendo a lesionar a los distintos elencos de poder y contrapoder, incluso, moralmente, como si tratásemos literalmente de una rifa. Empero, derrotado el régimen, la brega de estos días es por la supervivencia posible de los más convincentes y consecuentes luchadores, aquí y ahora, garantes para una exitosa transición.
@Luisbarraganj
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