Para el 30 de septiembre de 2024, hace apenas unos días, la respetada organización Foro Penal contabilizó 1.905 detenidos arbitrariamente tras las elecciones presidenciales del 28 de julio, de ellos, 67 son menores de edad. Todos esos niños, niñas y adolescentes están sufriendo procesos judiciales kafkianos, torturas, tratos crueles y degradantes que han conducido en algunos casos a la ideación suicida, la depresión y a severos traumas psicológicos y físicos que difícilmente serán superados. Algunos medios pudieron reseñar que una madre, en Carabobo, no pudo reconocer a su hijo tras todos los indecibles castigos soportados bajo custodia del Estado. Se habla de piezas dentales desprendidas y tetillas quemadas. ¿Todo este horror tiene alguna justificación?
Algunas personas ligadas al oficialismo han esgrimido, en defensa del régimen, que “Venezuela es un país soberano y, por ello, no puede nadie inmiscuirse en nuestros asuntos internos”. Esa aseveración merece, al menos, ser contrastada con la legalidad internacional vigente. Fíjese amigo lector, aunque algunas personas fraudulentamente investidas de poder en Venezuela insistan que son “soberanos” para infligir torturas a niños, niñas y adolescentes nada, nada, está más alejado de la realidad.
La Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada en 1989 por la Asamblea de las Naciones Unidas, reza en su artículo 37 que “Los Estados Partes velarán por que:
a) Ningún niño sea sometido a torturas ni a otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. No se impondrá la pena capital ni la de prisión perpetua sin posibilidad de excarcelación por delitos cometidos por menores de 18 años de edad;
b) Ningún niño sea privado de su libertad ilegal o arbitrariamente. La detención, el encarcelamiento o la prisión de un niño se llevará a cabo de conformidad con la ley y se utilizará tan sólo como medida de último recurso y durante el período más breve que proceda;
c) Todo niño privado de libertad sea tratado con la humanidad y el respeto que merece la dignidad inherente a la persona humana, y de manera que se tengan en cuenta las necesidades de las personas de su edad. En particular, todo niño privado de libertad estará separado de los adultos, a menos que ello se considere contrario al interés superior del niño, y tendrá derecho a mantener contacto con su familia por medio de correspondencia y de visitas, salvo en circunstancias excepcionales;
d) Todo niño privado de su libertad tendrá derecho a un pronto acceso a la asistencia jurídica y otra asistencia adecuada, así como derecho a impugnar la legalidad de la privación de su libertad ante un tribunal u otra autoridad competente, independiente e imparcial y a una pronta decisión sobre dicha acción.”
Venezuela es un país fundador de las Naciones Unidas, ha suscrito y ratificado esta y otras convenciones y tratados para proteger y garantizar los derechos humanos, pero Herodes, usando la jerga navideña artificialmente impuesta en octubre, sigue su empeño de perseguir y violentar a los hijos de Venezuela. El rey Herodes se comporta de esa manera porque hay quien le aplaude, hay quien le aprueba y hay quien le obedece. Recuérdese, es una cadena de mando. En todas las unidades militares y policiales hay una pared donde aparecen, en orden jerárquico, la foto del “Comandante Supremo y Eterno”; luego, la foto de Nicolás Maduro Moros y, de seguida, la del ministro y la del jefe de la respectiva unidad. Si algo queda claro es que ningún diente es sacado a punta de golpes por iniciativa particular de los carceleros. Siempre hay una orden superior o “de arriba” como suelen justificarse los verdugos.
Debe ser obvio que, no se sabe cuándo, la justicia se hará presente. Cuando ese día luminoso llegue nadie podrá exculparse diciendo que no sabía lo que hacía, que no quería hacer lo que hizo o que lo hizo porque se lo ordenaron. Si alguien hizo algo horrible contra un niño, niña o adolescente, lo hizo con plena conciencia de violar las leyes nacionales e internacionales. No solo se convertirá en un reo de semejantes crímenes, es que también, justo en el momento en que se sienta descubierto y señalado, la vergüenza no lo abandonará nunca, ni de día ni de noche, ni en sueño ni en vigilia. La sangre que mancha las manos del torturador no se puede borrar.