La indiferencia y ausencia de consciencia está condenando a millones de niños a un miserable futuro. Fotografía cortesía de Billy Cedeño

Pecar es todo aquello que de acción, pensamiento u omisión vaya en contra de las leyes que hemos asumido provienen de Dios. Para los cristianos lo escrito en la Biblia es ley, pecamos cuando hacemos algo malo o que sea injusto. De acuerdo a las enseñanzas, Adán fue el primer pecador al romper la confianza del Creador y, al hacerlo arrastró para siempre a los hombres al terreno del pecado. La injusticia es, sin duda,  una de las manifestaciones indignas del mal proceder y comprueba la carencia de la comunión con los principios que sustentan la fe. Entre el inventario de los más bochornosos pecados se encuentrael de ignoraral, una innoble condición que día a día se apodera de las sociedades, resultando en un pesado fardo que evita el progreso  cívico de una nación,  corroe la estructura moral del colectivo e impide una verdadera gracia espiritual del individuo. Nada es más ruin que ser injustos, la inequidad  es una oscura herencia pecaminosa.

Un estudio recientemente dado a conocer en conjunto por la CEPAL (Comisión económica  para Latinoamérica y el Caribe),  la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura) y el PMA (Programa mundial para la alimentación) indica que unos 56,5 millones de personas pasan hambre en esta parte de América. Datos presentados por el informe Hacía una seguridad alimentaria y nutricional sostenible en América Latina y el Caribe en respuesta a la crisis alimentaria mundial, resaltan el del incremento de la pobreza en las zonas rurales, lo cual demuestra la ausencia de políticas públicas que permitan maximizar la producción de alimentos y convertir al campo en un poderoso agente para dinamizar la economía. Otra cifra a la que se debe prestar atención es la del aumento de la inseguridad alimenticia en la región-que afecta al 40% de la población en nuestros países, unos 268 millones de latinoamericanos-, número que supera el promedio mundial.

Unos 700 millones de habitantes del planeta están en situación de pobreza extrema, subsistiendo en un escenario absolutamente desfavorable en el que prácticamente sobreviven sin ninguna esperanza, circunstancia vergonzosa que refleja un estruendoso fracaso como especie.  Se estima que unos 30 millones de niños viven en condiciones críticas en los países con mayor riqueza; esto demuestra que ese mal no solo castiga a las naciones con peores indicadores económicos. El modelo económico y la relación del individuo con el consumo está condicionando a una enorme cantidad de personas aun triste y miserable destino.

Jeffrey Sachs, reconocido economista e impulsor del desarrollo sostenible publicó en 2005 El fin de la pobreza, libro en el que explica cómo acabar con esta penuria. De acuerdo a su propuesta es factible cambiar drásticamente en un lapso de 20 años la realidad de quienes viven oprimidos por las carencias de servicios básicos, limitaciones nutricionales y sin efectivas alternativas educacionales. Según Sachs un esmerado programa de inversión durante dos décadas de 175 mil millones de dólares por año, monto que representa menos del 1%  anual de lo ingresos de las naciones más ricas  podría revertir las circunstancias negativas para  una parte de la humanidad. Adicionalmente, este catedrático de la Universidad de Columbia propone generar mejores reglas comerciales para los estados menos desarrollados y un sentido equilibrado a la hora de establecer las normativas económicas.

El prestigioso economista Jeffrey Sachs ha dedicado gran parte de su vida en proponer modelos sustentables y cómo eliminar la pobreza

Mientras se sigan generando climas en los que los individuos con acceso a mejores oportunidades se formen sin la consciencia requerida, el resultado será cada vez más preocupante. Los índices arrojan proyecciones que revelan que en los próximos veinte años se generarán brechas socioeconómicas injustas que acabarán afectando a una cuarta parte de la humanidad, obligándola a subsistir en la miseria. El estímulo al gasto excesivo y la transformación de tradiciones en actividades suntuarias es un contundente ejemplo del errado camino por el que marcha la sociedad actual. Es oportuno realizar una rectificación y revertir la influencia de los excesivos patrones consumistas con los que se están criando  los niños globalmente; es un sinsentido que amenaza con erosionar los principios humanistas, sino que atenta contra la sustentabilidad de los recursos naturales y agravará la situación ecológica y ambiental.

Si algo resulta obsceno en el presente es la degeneración del sentido espiritual e idílico de la Navidad, celebración trastocada y deformada en una vulgar temporada orgiástica del consumo desmedido y que ha sepultado para siempre su hermoso significado. Es paradójico como precisamente en el presente se han impuesto a la Navidad  características alejadas de su trascendencia real, que hasta hace unas décadas privaba como ecuménica conmemoración de nuestra fe.

No se puede ser digno de la gracia de Dios y es reprochable si siendo creyentes usamos su nombre para impulsar el mercado y el derroche, lo que no se corresponde con los principios cristianos y menos aún si no tenemos empatía con el prójimo cuya situación financiera lo excluye de este pernicioso sistema que se ha establecido. El proceder correctamente debe ir más allá de cualquier tibia y enmascarada acción: con un auténtico desprendimiento podemos lograr construir sociedades en las que la inmensa mayoría sea favorecida y pueda potenciar sus individualidades, pero armoniosamente constituidas en un todo. Solo anteponiendo al otro seremos capaces de formar colectividades equilibradas y realmente prósperas, y solo deshaciendo los conceptos materialistas e individualistas vamos a conseguir blindar el futuro de millones de niños que hoy tienen su porvenir comprometido.

Se debe evitar promover una visión que priorice al mercado antes que al ser y rechazar el paradigma de que el beneficio material es la meta del hombre, en caso contrario estaremos irremediablemente condenados. El capitalismo ciertamente ofrece grandes bondades pero por desgracia, su hegemonía sobre los principios humanísticos ha ocasionado un descalabro en la relación del ser humano con el dinero. Ese sistema puede ser un medio para lograr una comedida abundancia colectiva pero debe ser la estructura sobre la que edificamos lo que somos. Con la ambición sin consciencia  no se puede incentivar un progreso en el que se resguarden los elementos culturales y prive lo ético y sustentable. Es importante rescatar y reformular el concepto de conciencia de clases y ponerlo al servicio de aquellos que hoy están al margen del bienestar.

La búsqueda de un futuro promisor para la humanidad exige profundos cambios de paradigmas y tener consciencia de que nada es más importante que el ser humano

Es imposible que como personas alcancemos un nivel moralmente positivo si seguimos obviando las carencias y condiciones que marcan a millones de seres que están en minusvalía y desprovistos de posibilidades para tener una vida digna y con un futuro promisor. Por desgracia, las diferencias e injusticias imposibilitan el  desarrollo integral de los oprimidos por causa de sistemas en los que la desigualdad sigue destruyendo la existencia de aquellos que son vulnerados. No se puede seguir desconociendo que como conjunto somos  responsables al sostener  un  flagelo que ha corrompido la esencia de los seres humanos: la pobreza. Solo amando al prójimo y siendo consientes de que no podemos vivir en la estéril parcela del individualismo lograremos quebrantar la herencia de ese pecado.


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