OPINIÓN

Heredarás la herrumbre, un legado de vergüenza

por Carlos Ñañez R. Carlos Ñañez R.

Finales del siglo XX, última década, y un país con marcadas diferencias sociales, una  pléyade de problemas por resolver desde los ámbitos social, económico, político y jurídico, vivíamos para aquel entonces, lo que considerábamos y en efecto así era reconocido, como una situación que se definía como crítica, siendo el caldo de cultivo para que un tipo de fundamentalismo de izquierda se hiciera del poder, para tomar el control del monopolio legítimo de la violencia, constituyéndose en un medio de canalización del descontento social acumulado y del agotamiento de las ofertas políticas.

Así, pues, la idea de un proyecto personal de vida trocado en utopía, para identificarse sin reservas con una utopía escatológica que operase como forma de inclusión en la exclusión, comenzó a operar  como un  proyecto disruptivo que crearía los márgenes a los márgenes, una dualidad con la sociedad, una dualidad con la ley. La creación de una idea de democracia acomodaticia a aviesos intereses pretendidos de autocracia, con visos propios de sultanismo, todo ello basado en fuertes sedimentos de ideales mesiánicos y redentoristas que quedaron dispersos con el derrumbe de las imágenes de emancipación de masas, sumadas a la persistencia de situaciones estructurales de exclusión social como caldo de cultivo para la aparición de grupos desperdigados de toda índole, que colidieran con el Estado y establecieran su ulterior fractura y desintegración tanto del contrato social, como de la confianza, entendiendo a esta como la amalgama que mantiene cohesionada a toda la sociedad y le permite vadear los escollos en el desarrollo histórico y social.

Así, pues, desde la tesis de la izquierda de  Martín Hopenhayn, en su obra Ni apocalípticos ni integrados, aventuras y desventuras de la modernidad en América Latina, Venezuela, con un alto nivel de exclusión social y un debilitamiento progresivo de las perspectivas de integración cultural, un movimiento disruptivo  mesiánico y violento de izquierda, podría surgir, como de hecho surgió, pero mucho más extendido en radio de influencia que el marcado modelo marginal, sin perspectivas de alterar el patrón de desarrollo capitalista, pero con efectos muy impactantes en las esferas del orden público y la seguridad ciudadana. Esta postura de Hopenhayn, complaciente desde la academia con los gérmenes del drama venezolano y el surgimiento de un patrón abiertamente contrario a las formas elementales del manejo económico, y que se planteara como desiderátum la ruina y la desviación de una renta menguada y absolutamente incompatible con los niveles de capitalismo rentista alcanzados en el país, que si bien nos hicieron vulnerables, al menos habían supuesto innegables avances en términos de la especialización y división en el trabajo y la productividad de la industria petrolera, hoy destruida de manera alevosa a los fines y medios de procurar una renta asimétrica que a la postre redundara en el sostenimiento de una nomenklatura tropical, orwelliana que lograse adueñarse del poder y hacer del país su predio de acciones para el ejercicio de la maldad como política de Estado.  Así pues, el chavismo fue mucho más allá de un simple fundamentalismo de izquierda, se instituyó como un aparato perverso para el expolio, la persecución y el terror de todo un país, junto a la deconstrucción de la verdad como aporte cognitivo de la construcción racional y densa del pensamiento.

El chavismo llegó para derogar el contrato social, para hacer fracasar la confianza entre un gobierno y sus ciudadanos, para embridar desilusión, falta de compromiso o cosas peores, esto no ha sido entendido tampoco por quienes le adversan, pues los políticos en medio de su arrogancia se aferran al orgullo, antes de reconocer los errores cometidos al haber intentado encontrar por las vías del dialogo y los pactos algún resultado plausible. En esta madeja de malas praxis que contiene la ideología del socialismo del siglo XXI, que supongo al terminar de eclosionar esta tragedia le sacará como mínimo un inocultable rubor a Heinz Dietrich, otro intelectual europeo que trata nuestros dramas como telurismos locales, sin advertir el impacto de sus atolondradas propuestas en el dolor y la escisión de una República y de un país entero.

Asistimos, pues, al corte de la madeja del destino entero de más de 30 millones de habitantes, que padecen los rigores de este modelo incompatible con la dignidad y con la vida. La sociedad venezolana está absolutamente desilusionada y a mayor desilusión es mayor el costo de la asistencia a los urnas electorales, a los fines de la resolución de este conflicto que nos coloca entre Escila y Caribdis, un conflicto que parece estar siendo medido en vidas y dolor y manejado por las Parcas, esas deidades hilanderas quienes decidían el destino, Cloto el nacimiento, Laquesis la longitud de la vida y Átropos, quien cortaba la hebra de hilo y el sufrimiento; sin embargo, nuestra tragedia es asintóticamente infinita hacia el dolor.

Colectivamente, historiadores, sociólogos y docentes hemos buscado la posibilidad de extender una comparación válida desde el manejo empírico historicista para referirnos al daño inoculado desde 1998, y acentuado con mayor profundidad en el sexenio del horror: 2013 a 2018. Este, que es el peor gobierno de la historia venezolana, podríamos compararlo con el del petareño Julián Castro, en cuyo ejercicio se dio el periplo a la Guerra Federal, la más cruenta guerra civil vivida por Venezuela, a cuya cicatriz histórica nos referimos en cada acto protocolar; sin embargo, el conflicto federal dejó la lección de lo inviable de una guerra intestina, de la búsqueda necesaria de la paz y del agotamiento de un estamento político anquilosado. La tiranía ilustrada de Guzmán Blanco modernizó al país, decretó la educación gratuita y obligatoria, dejando un barniz de ilustración y hasta nos heredó la moneda.

Años después, la tiranía de Gómez, quien pacificó al país, profesionalizó a las fuerzas armadas, acabó con el caudillismo, conectó los centros urbanos con carreteras y autopistas construidas con sudor y sangre de los presos políticos, fue una tiranía homicida, pero construyó algo, dejó un legado físico y creo que al menos la lección de lanzar los grillos al mar, aunque aún sostenemos la deuda con la máxima de Andrés Eloy Blanco que reside en el hecho de que  este país si bien lanzó esos grillos al mar de Puerto Cabello, jamás se defenestró de los nexos con la ignorancia y la desidia, de hecho, aún mantenemos indemnes esos vínculos, y tal vez este extravío y este horror se debe a la preservación de tan innoble herencia.

Todas las dictaduras legaron algo, la ahora reivindicada por el estado actual del mal en el cual naufraga Venezuela, el decenio de violaciones de los derechos humanos por parte de Marcos Pérez Jiménez, y su latrocinio, hoy minimizado a casi inocuo por la cleptocracia en el poder; construyó importantes obras, producto del nuevorriquismo rastacueros de la dictadura, pero allí están a la vista. No pretendo justificar los abusos a la dignidad humana, pero sí destacar que los seguidores de estos modelos tiránicos tendrán algún referente al cual hacer mención.

La era llamada por Chávez de la cuarta república, la cual definiré a los fines de hacer ejercicio de docencia como la época de la Venezuela democrática ha sido envilecida de manera deliberada por esta estafa histórica que cual andanada violenta, asaltó el poder valiéndose del débil pulso democrático de una nación que permitió se aprobasen las vías violentas pretendidas, desde la disrupción por estos quienes hoy nos asaltan a diario la dignidad. Así, el Pacto de Puntofijo, fue diana artera de los ataques del caudillo, que le salió a Venezuela a finales del siglo XX, para dejarnos encadenados a una roca histórica que nos remonta al  siglo XIX.  En palabras de Álvaro Vargas Llosa, Hugo Chávez entró y salió de nuestra historia como una tromba. El caudillo cuya cara está pintada en todas las áreas públicas, impuso una nueva recalificación de la realidad, un discurso apropiado para sus aviesos planes de permanecer en el poder, si bien es cierto que lo conquistó de la mano de los movimientos de la izquierda fundamentalista, su presencia supuso no solo la creación de un Estado en las márgenes de otro.  Su llegada arrasó toda forma de libertad; cualquier vínculo con el progreso fue proscrito y, por ende, la elemental capacidad de contar con un referente válido para tener una idea cercana de país y sociedad, que pudiese ser vista fuera de la esfera del chavismo.

La herencia del chavismo, ese tan publicitado legado, a los fines de hacer sempiterna su presencia, omnímoda y manifestar que unos ojos impávidos son capaces de escrutar el pasado, presente y futuro de una suerte de Oceanía caribeña, en la cual se ha transformado Venezuela, de la mano de la derogación del contrato social y a la postre de la fractura de la confianza, descalabro del cual derivan todos nuestros siderales males económicos, que colocan contra la pared a entes multilaterales para perfilar la agonía de un país que tiende al infinito, podrían simplificarse en la idea básica de además de la herrumbre de un país destruido, el chavismo disminuyó a los mínimos las reservas de confianza y de cohesión social.

Las economías que han prosperado son aquellas donde la palabra de un hombre y un apretón de manos suponen el cierre de un trato y embridan confianza. Sin confianza no existen los convenios factibles, sin confianza cada actor social vive inmerso en incertidumbre y con el tangible temor de ser  traicionado, la confianza es en conjunto el capital social. Una economía con mayor capital social es más productiva, exactamente igual a una economía con mayor capital humano o físico. El capital social es un amplio concepto que incluye a los factores que contribuyen a una buena gobernanza o interacción entre gobernantes y gobernados. El capital social es el pegamento que mantiene unidas a las sociedades, si los individuos consideran que los sistemas político y económico son injustos, el pegamento no funciona, se destruye la cohesión social y las sociedades se hacen disfuncionales.

La sociedad venezolana es absolutamente disfuncional, el contrato social se diluye y el capital social fue pervertido, defenestrado, sepultado y con este el ánimo, la dignidad y la voluntad. El gran legado del chavismo lo constituye haber abjurado la confianza, para promover la movilización hacia un Estado fallido, incapaz de proteger a sus ciudadanos, en una palabra el Estado muta regresivamente y como construcción antropológica se torna hostil e insoportable hacia sus creadores, se hace total, omnímodo y copa todas las esferas de la realidad, se convierte en un mecanismo perverso de dominación y su plan se limita a producir cada vez más dolor e insatisfacción.

El chavismo es culpable de haber disminuido la confianza en el país, es el gran perpetrador de la peor crisis de migración experimentada en el país, igualmente es el artífice de la más violenta caída de la actividad económica en la historia de la región, más de 70% de caída por 26 trimestres y una antigualla como la hiperinflación sostenida por más de 30 meses. Quizás lo peor de esta herencia de herrumbre, desánimo y frustración, es el hecho de que la misma se debe a la pérdida de un concepto tan manipulado por todos y a su vez tan infinitamente incomprendido por esta sociedad, que decidió inmolarse junto al vengador que construyeron. De esta manera ese concepto tan manipulado fue la destruida confianza.

La erosión del capital social supone para la posible refundación nacional la imperiosa necesidad de recuperar la confianza. Tras la caída del muro Berlín y la desaparición de la URSS, la mera eliminación del modelo arcaico de planificación centralizada y sus distorsiones, con su posterior cambio a un modelo de corte de libre mercado, no supondría la salida de la situación de minusvalía económica de Rusia, no se habían incorporado los efectos de más de 74 años de gobierno del Partido Comunista, junto con la eliminación de las instituciones de la sociedad civil, dejando únicamente en pie a una dictadura opresora y un vetusto e inoperante modelo de planificación centralizada. Cuando ocurrió la transición fue imposible apelar a la confianza y por ende recomponer, reconstruir y contar con ese pegamento para la sociedad, así Rusia se convirtió en el salvaje del este, se encontró absolutamente atrapada en un vacío sistémico, sin planificación y sin mercado.

Venezuela se encuentra vaciada de confianza, de capital social, expoliada hasta los huesos, imposibilitada para actuar en consonancia con un modelo de reconstrucción que no pase por el concurso del rescate del contrato social, de la confianza y por ende del capital social, para comenzar a dar los primeros pasos hacia la franca recuperación, hacia una economía libre de las taras que le han insuflado, como la planificación centralizada, esa herramienta abyecta con la cual la tiranía se aproxima a la economía y que han eclosionado en este desastre que pone a prueba la capacidad de respuesta de todo el concurso de las ciencias sociales, frente a los desafíos de la terrible emergencia humanitaria. Veintidós años de chavismo, copamiento de la libertad y desinstitucionalización progresiva de la República, ponen en interdicción la capacidad para responder de manera inmediata ante una eventual transición, hay que ser responsables e insistir, que de no apostar por el rescate del capital social, ningún plan de recuperación funcionará, por el contrario, se corre el riesgo de regresar a este horror.

Finalmente, demostrado que el chavismo es el gran captor del capital social y por ende, Irene la Paz y Plutos la Prosperidad, están atrapados en el hades de Fuerte Tiuna, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que los perpetradores de tan grande daño a los destinos republicanos y sus seguidores, de mantenerse, no tendrán ni tan siquiera la posibilidad de morigerar la vergüenza de haberse constituido en cuatreros contra la libertad y la decencia, tras alguna obra material. En 22 años no existe en pie nada útil o plausible, los restos de un tren que impiden ver los yertos campos del estado Aragua, la destrucción de las refinerías y del Complejo Refinador de Paraguaná, otrora segundo en corrida productiva del planeta. Son también los artífices de una sequía pertinaz y asfixiante, aunque nuestras ciudades se asientan sobre acuíferos, nos han llevado de la mano al siglo XVIII, no hay cilindros de gas en un país en el cual ese recurso se quema en los ya casi clausurados campos petroleros. De una potencia energética en materia de hidrocarburos pasamos a ser un país importador de carburante traído desde la teocracia iraní, que no podrá reactivar nuestras refinerías, pues los insumos que estas necesitan se fabrican exclusivamente en Estados Unidos. Este asalto a la dignidad que se llama chavismo no encuentra superlativos para definir pálidamente su carga de maldad y negligencia. Sin temor a equivocarme, este es el peor gobierno de la historia de Venezuela.

Este gobierno monopoliza toda la carga superlativa de las malas prácticas, es un manual de todo lo que se debe evitar emprender para generar estabilidad, bienestar y progreso, es decir el chavismo hace limerencia con la perversión y el mal, en una búsqueda compulsiva por ser correspondido el uno y el otro.

En fin, a los perpetradores de este genocidio continuado, les espera al salir de esto, si logramos refundar desde el capital social a la república, el oprobio y la ignominia que preconizaba Simón Bolívar, al soñar con el desarrollo de un poder moral, basado en las virtudes del areópago ateniense. Si nos apegamos de manera dogmática a la idea de colocar lazos negros en las curules de funcionarios corruptos para, de manera simbólica indicar repulsa hacia las praxis de las corruptelas, estos 22 años requerirían una lemniscata sempiterna, para entrelazar las pulsiones de esta cleptocracia por hacer del erario público su botín personal.

“Nuestra vida no es otra cosa que la herencia de nuestro país». Simón Bolívar

 

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